Miranda: Un Propósito Inesperado.

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Ese hombre pálido me resulta odioso en todos los sentidos, pero también es el primero en no tratarme de manera inferior a pesar de su negativa. Nunca le había confesado mi ataque a alguien más y mucho menos a un hombre. Solo lo sabían mi familia cercana. Esos meses posteriores fueron una mierda. Tenía que ver a mi atacante en todos lados, en el trabajo de mi padre, en las fiestas sociales, incluso en mi propia casa. Me encerraba bajo llave y tenía un cuchillo en mi alcoba por si entraba, esta vez iba dispuesta a matarlo, aunque nunca entró. Mis padres llegaron a un acuerdo y desde hace cuatro años estoy en Vulcan. Le había mentido al señor Nieves diciéndole que vivía con una tía; lo cierto es que vivo en el recinto. Duermo con las mujeres sin hogar. Mis padres no querían que la gente supiera que vivía sola en alguna residencia, una señorita de sociedad no puede vivir sola porque eso sería una deshonra. Creo que hay cosas que son deshonrosas y pasan como logros, pero las verdaderas a nadie les importa.

 Una forma de pagar mi estadía aquí, ya que me reusé a aprender manualidades y confección, es trabajar en las tardes en el registro del recinto en la sección de archivos. Lo hago todas las tardes excepto los fines de semana. El señor Nieves y su reina se habían ido ya una semana. Quise despedirme de él, pero no logré alcanzarlo. Me encuentro recogiendo los últimos libros de contabilidad, ya había terminado con todo el papeleo. Me gusta organizar, leer libros de extensas listas de números y buscar cómo se podría mejorar dicha empresa. Sé que es un centro asistencial, pero no deja de ser un lugar que maneja una modesta cantidad de dinero.

 Salgo del archivero y me dirijo hacia las habitaciones a descansar.

—¿Miranda? —me llama la voz de la sacerdotisa Cristina.

—Sacerdotisa —asiento cortés—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Sabes que tenemos una visitante extranjera —ella camina conmigo—. Quisiera que estuvieras con ella todo el tiempo de su estadía, explicándole el manejo del recinto. Hazla sentir que no somos sus enemigas.

—¿Habla de la señora que trajeron la semana pasada las personas pálidas? —pregunto entusiasmada.

—Sí, ella —ella asiente serena—. La reubicamos a tu cuarto, ya se encuentra fuera de peligro y nos pareció buena idea.

—Sí, claro —asiento enérgica.

—Bueno, ve a la sala médica y guíala a tu habitación —ella me toca el hombro de manera maternal y se va. Ella me resulta extraña, pero ya me acostumbré a su calvicie llena de runas adquiridas a través del tiempo. Sin embrago, eso no quita su gentileza.

 Subo las escaleras del recinto, encaminándome hacia la sala médica. Entro al recinto, se encuentra un poco vacío a excepción de las seis mujeres embarazadas incluyendo a mi nueva fuente de información. Que también puede ser mi amiga, pero prefiero mantenerme sincera conmigo misma.

—Hola, soy Miranda Calore. Seré tu guía mientras que estás aquí —me presento amable a la mujer que está jugando con una bola brillante y fría.

—No necesito guía, lo que necesito es largarme de aquí —ella me mira feroz junto a un lobo, deduzco que es su guardián.

—¿Por qué no vamos a nuestra habitación? —le propongo—. Ahí estaremos más cómodas ¿te parece bien?

—Solo quiero irme a casa —ella protesta.

—No puedo llevarte a tu casa, solo puedo hacer a tu estadía mejor. Pero necesito que colabores conmigo —me cruzo de brazos—. Sé que te sientes encarcelada, que todo está en tu contra. Sin embargo, estás aquí y embarazada. Solo queremos ayudarte y a tu bebé.

 Ella suspira exasperada. Se levanta y su guardián se baja de la cama.

—Solo quiero comer algo decente —ella y yo salimos de la sala médica.

El Ascenso De Un Imperio [III libro de la saga Dioses Universales]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora