Miranda: Una Paz Que No Todos Dan.

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Han sucedido bastantes cosas con Gunilda, en serio le gusta ser madre. Cuando estamos juntas, lo único que hace es hablar sobre los bebés que cuida. Antes de que pueda empezar las clases, le pido permiso a la sacerdotisa Cristina de llevarme a Gunilda para que conozca Vulcan o al menos parte de este.

—No entiendo para que me pides que use esto —protesta mirándose en el espejo con el vestido amarillo que le presté.

—Para que te mezcles con las personas —me paro detrás de ella—. Además, te ves hermosa y créeme que pasaremos un buen rato juntas.

—No estoy de humor —ella exclama culpable—. Hoy mi hijo cumple siete años y no estoy ahí para celebrarlo.

—Lo sé, pero podemos comprarle algo que le guste y se lo das cuando lo veas —la reconforto.

—No lo sé, Miranda —ella se va a costar a la cama.

—Marcel, ayúdame —le hablo al guardián de Gunilda, él está al final de la cama igual de abatido.

—No sé qué decir —Marcel se levanta y se va a los brazos de su protegida.

—No me voy a quedar con los brazos cruzados —les hablo firme—. Al menos vamos a comprarle el regalo e ir al servicio postal, necesito enviarle una carta a mi madre.

—¿Ella no vive el Vulcan? —pregunta Gunilda un poco más activa.

—No, mi familia y yo somos de Solaria —comento sentándome en mi cama. Ella se levanta y mira a su guardián.

—¿Tú qué dices? —Gunilda mira a su guardián y este asiente—. ¿Vamos a tardar mucho?

—Depende de las compras —la miro esperanzada.

—Está bien —ella cede resignada. Nos levantamos, tomo mi bolsa con dinero y la carta para mi madre y salimos de la habitación, serpenteamos en los pasillos de estilo barroco. Su arquitectura es magnífica, los techos abovedados con suntuosos detalles en oro. A lo largo de los años el templo, fue creciendo en espacio; cuando la señora Venus ascendió a diosa, no faltaron arquitectos deseosos de construirle un templo a su señora, pero ella prefirió mejorar su centro y lo que pasó a ser una mansión señorial, a una fortaleza dispuesta a brindar ayuda y sustento a aquellas mujeres maltratadas.

 Subimos a la plataforma donde las personas que tenga un guardián volador pudieran verlo o irse con ellos en sus espaldas; obviamente eso no aplica a las personas que tengan insectos como las mariposas o moscas. En mi caso, yo tengo un dragón como guardián, una majestuosa bestia de cien metros de longitud; sus escamas de un color verde bastante oscuro, desde el cielo parecieran negras, pero solo teniéndola cerca se puede apreciar sus delicadas como peligrosas escamas. Sira se ve a lo lejos, quisiera que viviera conmigo, pero el centro todavía no es apto para el cuidado de los dragones, ellos tienen su propio recinto sagrado en las altas montañas volcánicas.

—Exactamente ¿por qué estamos aquí? —pregunta confusa Gunilda mientras que se cubre el rostro por la luz—. Sabes que no soporto la luz.

—Estamos esperando a mi guardiana, ella nos llevará a recorrer Vulcan —ella iba a protestar, pero Sira ruge avisando que ya está aquí. Gunilda pega un brinco y ve a mi guardiana asustada, ella se esconde detrás de mí—. Gunilda, te presento a Sira, Sira, ella es Gunilda con su guardián Marcel.

—Es un placer conocerla —Sira habla gutural. Sira aterriza en la amplia plataforma, aunque solo hay espacio para un solo dragón.

—Vamos, hay que subir —la animo.

—No me pienso subir a esa cosa —ella retrocede asustada.

—No tenemos tiempo —miro a la encargada de la plataforma que me apresura a irme con la mirada—. Vámonos ahora.

El Ascenso De Un Imperio [III libro de la saga Dioses Universales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora