Extra 1

1.7K 163 18
                                    

Escenas eliminadas del primer libro de Dave

Contexto: Capítulo 20

Jill se presentó en casa de Dave el jueves a las cuatro, cuando ella ya había comido. Él no.

Él había pasado el día anterior sin pisar la primera planta de su casa y esa mañana sus tripas gruñían feroces. Tampoco durmió, sino que se levantó a las seis con un intenso dolor de cabeza y bajó la escalera.

Todavía estaba oscuro fuera.

Dave se dirigía a la cocina en busca de cereales, pero se detuvo en seco al ver a su madre allí, sentada junto a la ventana, con una vieja chaqueta de su padre puesta. A Dave le extrañó; creía que su madre ya había tirado toda su ropa.

Supuso entonces, al no ver a su padrastro por ningún lado, que debía de haberse ido a trabajar, que era lo único bueno para lo que su existencia servía.

—¿A qué estás esperando? —espetó.

La mujer se giró a él lentamente y, arrugando la frente, le preguntó sin ánimos de qué hablaba. Dave estaba enojado, y apretaba los puños hasta palidecer los nudillos. Le dolían las sienes como el mismo infierno, por el resfriado, y la garganta ardía al tragar, pero no decía nada aunque sintiese que se muriera por dentro para no verse débil ante ella.

—¿Por qué no te divorcias? —repitió, y su madre rodó los ojos con una leve sacudida de cabeza.

—¿Te crees que es tan fácil? —susurró.

—Te divorciaste de papá —le recordó— y él no te pegaba, ni a mí tampoco.

Lorena, frustrada, clavó en él sus ojos claros, como los de Cristina. Estaba mucho más demacrada de lo que Dave había creído, y ya no se soltaba el cabello, para que Egea no la arrastrara, y el chico lo sabía.

—Tu padre se fue porque quiso.

—¿Y no puedes hacer ahora lo mismo?

—¿Quieres que él me mate? —preguntó, abriendo los ojos al máximo—. Dave, si vas a decir tonterías, mejor no abras la boca.

—Es que no entiendo por qué no —repitió, bajando la voz; se aferraba al marco de la silla a un lado de su madre, tan nervioso e impotente como ella—. ¿No vas a llamar a la policía? ¿Vas a esperar que cambie? Los tíos como él no cambian.

—Tú no tienes ni idea —le reprochó su madre, enojada, y Dave vio sus ojos verdes brillar, fieros—. No tienes ni idea de lo que pasa, no tienes ni idea de amar, no tienes...

—Puede que no —la interrumpió Dave, entre dientes; apretaba con tanta fuerza la silla que sus dedos habían adoptado una palidez amarillenta—, pero papá nunca te puso una mano encima, nunca te insultó, nunca te trató así. Y te divorciaste de él. ¿Puedes hacer el favor de llamarle y decirle que venga? A lo mejor todavía te quiere.

—Dave, cállate —ordenó su madre, estricta; le dolía la cabeza tanto como al chico, pero él no se daba cuenta—. Cállate si no sabes de lo que hablas. Él fue infiel, que es mucho peor a unos simples celos...

—¿Celos? —Dave frunció el ceño. Le pegaba el corazón contra el pecho, violento; tragó con fuerza, pero sintió que se le rasgaba la garganta por dentro—. ¿Celos como los que tú tenías con papá? ¡Él te tenía miedo a ti, y ahora es al revés!

—¡Tú no sabes qué tipo de persona era!

—¿Cuándo te fue infiel? —desafió Dave, furioso; de pie, y alzando la voz todo lo que podía, llegaba a imponer tanto como Egea, y su madre rindió los hombros—. ¿Dónde está la evidencia? ¡Ya no te creo, mamá!

—¡No necesitas evidencia! —le gritó ella de vuelta—. ¡Todas las mujeres quieren con tu padre! ¡Él liga con todo lo que se le ponga delante! ¡Yo puedo intuir esas cosas, tú no porque eres hombre!

—¿Entonces por qué tienes su maldita ropa? —le gritó Dave, hastiado, y estuvo apunto de agarrar la chaqueta que su madre usaba para sacudirla con todas sus fuerzas—. Si tanto le odias, si tantas cosas horribles ha hecho... ¿por qué sigues usando su jodida ropa? ¿Por qué la guardas? ¿Por qué eres tan hipócrita?

—¡No es su ropa!

Dave golpeó con fuerza la mesa. Estaba harto de excusas, de celos, de sentir que se volvía loco. No entendía porque no le explicaban, pero su madre tampoco le creía capaz de comprender la situación, y le desesperaba que si nada de lo que él viera o escuchara fuera cierto. Él sabía que no estaba inventando ni imaginando nada. Él reconocería la chaqueta de su padre y su olor a vainilla en cualquier parte del mundo.

—Quiero irme de esta maldita casa, mamá. Ya no lo soporto.

—Pues vete. Nadie te obliga a quedarte.

—¿Y tú? —inquirió, desesperado—. Mírate, mamá. Mereces mucho más que un tío que te trata así. No es normal.

—¿No entiendes que no puedo hacer nada? —insistió su madre, que suspiró con fuerza; Dave entonces vio los huesos de su esternón sobresalir bajo la ropa, y un escalofrío lo recorrió.

Nunca había visto a su madre en ese estado, ni tan consumida por los celos, pero se dijo que era imposible hacerla cambiar de opinión.

Era puro arsénico cuando se trataba de Egea, y la había escuchado reclamarle las mismas cosas que le echaba en cara a su padre real, de igual forma que él era ácido sulfúrico al chocar con ella. Solo cuando su madre lo dijo, Dave comprendió que no había más opción: su madre había elegido a alguien con quien destruirse mutuamente.

—¿No vas a desayunar?

Dave entonces se arrepintió.

—No tengo hambre —mintió.

—¿Cuántos días llevas sin comer?

—¿En serio te importa?

Salió molesto de la cocina y, pese a las mil agujetas y el cuello tenso, subió a su habitación y echó el pestillo. El vacío en el estómago le dolía como si se lo hubiesen partido por la mitad.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now