10. Enfrentar los recuerdos

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De regreso a casa, la cabeza de Cristina ya estaba urdiendo la historia que le inventaría a su madre: clases extras de matemáticas por un supuesto examen que la niña jamás había suspendido. Cuando más se acercaba a casa, más ralentizaba el paso, aunque inútilmente.

Vio encendidas las luces de la cocina y ninguna silueta, así que tocó dos veces a la puerta, sin respirar. Cerró los ojos esperando que le asestaran un golpe en toda la cabeza al abrir, pero, para su sorpresa, la puerta se deslizó y su hermano la hizo pasar.

El moretón de su mejilla izquierda lucía más abultado, pero lo que le cortó la voz a Cristina fue la bolsa de pellejo blanco en su labio y el cansancio de los ojos.

Aunque Dave se giró como si no tuviera nada raro en la cara, Cristina lo tomó del brazo.

—¿Qué te ha pasado?

—El balón —mintió, sin mirarla—. No valgo para el fútbol. Para nada.

La niña podía escuchar de fondo el agua correr, pero debía de proceder del baño porque nada estaba abierto en la cocina; la casa se había sumergido en la calma más perturbadora que alguna vez hubiera sentido. Se estremeció.

—¿Dónde está mamá?

—Tiene una entrevista de trabajo.

—¿Estabas cenando? —le preguntó, ya que Dave se había metido en la cocina.

—No, iba a cenar.

—¿Quieres un sándwich?

Dave frunció el ceño al volverse. No entendía por qué se ofrecía.

—¿Yo?

—Sí. Puedo preparártelo.

Le salió del corazón. Cristina se remangó la sudadera y ató el finísimo cabello en una coleta baja, como su madre, para agacharse y sacar de la alacena el pan de molde y el tarro de crema de cacahuetes.

Dave no dijo nada. Se quedó quieto, mirándola, y ella le dedicó una sonrisa al levantarse.

—Ahora te lo subo —le dijo.

Dave asintió. Cuando subió la escalera, disimulando las agujetas de sus piernas, Cristina pudo volverse despacio hacia el mostrador de la cocina y tomar el pan en sus manos. Las lágrimas habían nublado su vista.

Sabía que Egea tenía turno de noche, y estaba acostumbrada a que su madre saliera a buscar trabajo o se pasara la tarde fregando platos en restaurantes o ayudando a remendar ropa en la lavandería, pero ese día el silencio pesaba demasiado.

Por un momento pensó que habría ensordecido.

Sintió las cálidas lágrimas gotear desde su barbilla y rápidamente se las limpió.

Presa en su propia casa.

・❥・

Cuando vio Dave su reflejo al día siguiente, se pensó el ir al instituto, pero lo prefería a quedarse en casa.

Su madre no quiso mirarlo. El hielo solo redujo la inflamación, pues su mejilla había intensificado el sonrojo. Se sentía enfermo, pero no mencionó ni las agujetas en los hombros y la espalda.

La noche anterior no había dormido bien, sino que se levantó de madrugada con tanto estrés que no podía respirar. La opresión de sus pulmones era tal que, sin poderlo evitar, se agarró el cabello con fuerza, incapaz de consolar su ansiedad, y empezó a arañar su ropa, sus brazos y sus piernas desnudas. Pero un rasguño ardió, y Dave revisó su muslo. La piel había enrojecido; una pequeña gota de sangre surgió. Pero el dolor, para su sorpresa, lo calmó.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now