19. Volver a casa

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Esa semana, la madre de Dave y Egea recibieron una citación para comparecer en los juzgados; se había abierto una investigación respecto a las señales en la espalda de Dave y, tras descartar que se tratase de acoso escolar, se dedujo que eran malos tratos. De no comparecer, Servicios Sociales se llevaría a Dave Vallejo y sus padres serían detenidos.

Dave nunca los acusó.

Les repitió hasta la saciedad a los médicos que en muchas peleas los otros muchachos habían usado cinturones, pero cuanto más hablaba, más contradicciones soltaba. Los especialistas creían que se debía a la confusión mental.

El último miércoles de Semana Santa, Dave recibió el alta.

Tendría una revisión médica veinte días más tarde a la que no iría. La contusión seguía negra como el tizón, pero al menos ya doblaba la rodilla, así que no dijo que la sentía agujereada a balazos.

Su madre lo recogió a las tres de la tarde y, de camino a casa, le contó a Dave la situación legal en que se habían metido como si la culpa fuese de él, que se mordió la lengua para no contestarle.

Le dolía garganta por el nudo tan grande que se le había formado.

—¿Quieres que metan a mi marido en la cárcel? —le preguntó mientras aparcaban. Era el coche de Egea, un sitio que repugnaba a Dave; prefería caminar veinte cuadras a montarse en aquel limpio y reluciente auto—. Más vale que le digas a la policía que él nunca te ha tocado, porque no es su culpa que tú te pelees en la escuela.

—Pero él me pegó.

Dave volteó hacia su madre, con los ojos castaños resplandecientes de agua, y ella ablandó el rostro. El muchacho no tenía fuerzas ni ánimos de defenderse; la impotencia le amarraba las manos, la angustia le revolvía el estómago.

—Lo sé —se suavizó su madre—, pero solo fueron dos veces en las que tú te metiste porque te encanta pelearte, no por...

—Me pegó con un cinturón.

Le costó decirlo. No quería admitirlo, la palabra le despedazaba el alma. Su madre frunció el ceño, tan confundida que a Dave le punzó el pecho. Necesitaba que lo creyera.

—Tú no estabas, pero Cris sí. —Le dolía tanto decirlo que pronunciaba cada palabra como si estuviese congelado, apenas despegando la lengua del paladar—. Cris lo oyó.

—Qué conveniente, ¿no?

Una parte de ella quería creerle, porque tenía delante a un Dave aterrado hasta morir; por otro lado, su hijo siempre había odiado a su marido. Dave se lamió el labio herido.

—Te lo juro —susurró en un hilo de voz—. Mira mi espalda. Fue él.

—¿Se lo has dicho a la policía? —Dave negó con la cabeza—. Pues no lo hagas.

Dave abrió la boca para replicar, pero su madre salió del coche y le ordenó que se bajara. Abrió la puerta de la casa, sin querer escuchar ni una palabra más; lo oyó llamarla, desesperado, y hastiada, se volvió:

—Escúchame bien, Dave. Tu padre se casó conmigo porque me embarazó de ti, y solo me has estado causando problemas desde que naciste. Puedo soportar que te pelees en la escuela, que repitas curso y hasta que te expulsen, pero no toleraré que un hombre más se vaya por tu culpa, porque no respetas mi autoridad como tu madre. Tengo derecho a rehacer mi vida, te guste o no. Yo no voy a quedarme sola porque tú lo quieras, ¿queda claro?

Dave había enmudecido.

Paralizado, mantuvo los ojos húmedos sobre ella, mirándola alejarse, y sus labios rojos temblaron. ¿Se lo merecía? Ya no lo sabía.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora