3. Casualidad

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A las once y media de la noche se despertó por unos toquecitos en su puerta.

Su orgullo le había impedido bajar pese a los rugidos de su estómago, que empeoraron conforme el tiempo transcurrió. Su hermana cenó y él se durmió poco después, sumergido en el universo instrumental de Simple Plan.

Había oído la puerta, pero no se movió.

Podía escuchar de fondo el agua del fregadero correr y los platos apilarse en la cocina, además de la tele; nadie se había acostado aún.

Y a él le daba igual quién lo buscase.

—Quita el pestillo, Dave.

Entonces él obedeció.

Iba a preguntarle a su hermana qué demonios quería cuando la vio parada en el pasillo, con un sándwich de crema de cacahuete y un zumo en las manos. Y su mente se bloqueó.

—¿Qué es esto? —preguntó en un hilo de voz.

Cristina sonrió.

—Para ti, tonto.

A Dave se le deshizo el agradecimiento en el paladar; tomó la comida y, en ese momento, su ansiedad se calmó.

—Te debo una.

—Mejor dame dinero. Mamá quería que bajaras tú mismo, pero me dio pena.

—No me digas eso, Cris —murmuró, porque otra cosa que detestaba era que le tuvieran lástima. Luego contempló sus grandes ojos oliva, flanqueados por el lacio cabello castaño, y su delgado cuerpo de trece años sin desarrollar—. Por cierto, si quieres dormir en mi cuarto, puedes.

La sonrisa de Cristina se esfumó. Perdió la mirada por el suelo, en parte preocupada y en parte turbada, y él quiso abrazarla.

Hacía menos de dos semanas, el novio de su madre la había arrinconado en la sala y Dave voló escalera abajo para apartarlo de su hermana a golpes. Después subió a Cristina a su cuarto y la dejó acostarse en su cama, donde lloró hasta quedarse dormida.

—Te presto mi cama —insistió.

—Gracias.

Aunque Cristina le aseguró que nada pasaría y se marchó tranquila a su dormitorio, Dave no pudo dormir.

El novio de su madre se apoderó de sus pensamientos y pasó la madrugada dando vueltas en la cama; estaba pegada a la pared donde se alzaba la puerta, así que se recostó de lado para mirar hacia la ventana.

Al pensar en Cristina, se juró que ningún otro imbécil le rompería el corazón.

El silencio reinaba en la casa. Eran las tres de la mañana y los párpados de Dave se cerraban, pesados, al ritmo de sus latidos; dormía un cuarto de hora hasta despertarse por culpa de la luna, cuyo brillo atravesaba el cristal.

Entonces percibió los tenues toques en su puerta.

Se levantó en plena oscuridad, congelados los músculos, y tras ponerse su gorro de invierno, abrió a tientas la puerta.

—¿Cris?

Cristina, en sus pantaloncillos a cuadros rosas y camiseta interior, con la carne de gallina, encogió los hombros ante su hermano, que casi le sacaba una cabeza.

—Tengo miedo —murmuró, y él se restregó la mano por los ojos.

—¿De qué? ¿Qué pasa? —La agarró del brazo y metió a la habitación antes de cerrar—. ¿Qué haces descalza?

La oyó chasquear molesta la lengua y, en ese instante, él se sintió su padre en vez de su hermano. Detestaba esa sensación.

—Le he oído pasearse —susurró, y Dave tardó un minuto en averiguar a quién se refería—. ¿Puedo quedarme contigo? Me dijiste que...

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now