17. Habitación 216

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El sábado por la tarde, Jill Ros se presentó en el hospital. Quería visitar a Dave.

Gracias al escándalo que armó la clase de cuarto B al finalizar el recreo, ella terminó acercándose a toda velocidad para comprobar que era cierto lo que se oía en su aula.

Que Dave Vallejo estaba inconsciente en el suelo, que había una ambulancia esperando. Que el profesor de matemáticas y la jefa de estudios estaban junto al muchacho para asegurarse que nadie lo tocaba. Que Dave tenía el tabique nasal roto, contusiones, sangrado y traumatismo.

No alcanzó a verlo con sus propios ojos: se quedó bajo el marco de la puerta, con las entrañas compungidas.

Por eso fue el sábado al hospital. Dave había sido ingresado y, cuando Jill preguntó en el mostrador principal, supo que estaba en la planta de traumatología. Asustada, con la mochila blanca a la espalda, subió la amplia escalera.

Por fin se filtraban los rayos de sol entre las nubes negras de esa larga y gélida semana, animándola a presentarse en vaqueros y camiseta crema. Ni siquiera se maquilló porque le importaba más ver a Dave.

—En la doscientos dieciséis.

El hospital no había cambiado: paredes blancas, neutras; salas de espera llenas y carritos de limpieza rodando por los pasillos. Había estado allí dos veces: por su madre, a la que operaron de la cadera, y por Sonia, una amiga que quedó paralítica tras un accidente hacía dos años.

El horario para visitas estaba abierto, así que Jill supuso que habría alguien con él, pero, para su sorpresa, lo encontró solo.

En la camilla, con la sábana por la cintura y la cabeza vendada.

—Hola.

A Dave se le volcó el corazón. Ya había asumido que nadie iría a visitarlo y, de hecho, ni siquiera Jill había cruzado su mente.

Jill estaba parada junto a la puerta, nerviosa.

Él no apartó sus tristes ojos de ella, enmarcados por arañazos rojizos. Tenía escayolada la muñeca derecha, el ojo hinchado, una férula transparente en la nariz, el labio negro y hematomas del color del universo en los brazos, bajo la ropa blanca de hospital.

Si no lo hubiera conocido, ella habría pensado que estaba en fase terminal.

—Pensaba que estarían tus padres —dijo Jill, tratando de sonreír a medida que se aproximaba a la camilla.

La otra cama de la habitación estaba vacía. A la derecha de Dave había una mesilla donde la enfermera dejaba bandejas y medicamentos; a la izquierda de la otra cama, el baño hacía esquina con la puerta.

Inexpresivo, Dave siguió con la mirada a Jill, que ignoró el sillón para visitas frente a la camilla, y una vez la tuvo cerca, despegó los labios:

—¿Qué quieres?

Jill lo miró sin saber qué decir. Vio la herida negra en su labio y el hematoma en el pómulo, y trató de enfocarse en sus ojos. Como Dave jamás sonreía, ella no supo que había perdido una muela.

—Saber cómo estabas.

Si había sobrevivido, pero se lo calló.

Él quitó la vista. En el fondo hubiera preferido que lo matasen.

Que una chica lo viera en ese estado lo hacía vulnerable, débil. Había despertado en aquel extraño lugar solo, con frío y confundido, porque no sabía cómo ni por qué estaba allí.

—Siento lo de tu hermana —dijo Jill dulcemente—. Si alguna vez necesitas algo, llámame. Estoy rezando por ti.

Los ojos cafés de Dave se clavaron en los grises de ella. No tenía ni idea de quién era ni por qué se preocupaba tanto por él. Apenas habían sido amigos durante un par de semanas.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Место, где живут истории. Откройте их для себя