7. Un mal sueño

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No quería llevar traje, pero su madre se empeñó. Como Dave odiaba ir de compras, se limitó a elegir el más barato, negro y de su talla. Luego esperó en la banca de madera junto a los probadores, bajo los focos del pasillo, hasta que el lugar se convirtió en un horno que empapó sus manos y frente.

Cristina había aprovechado para probarse su corto vestido de dama de honor, con lazo en la cintura. Cuando salió a enseñárselo a Dave, él apretó los labios para no reírse.

Parecía una princesa en ese vaporoso vestido café cargado de brillantes que tan bien le quedaba; pero él prefería a la dueña del monopatín en sudadera deshilachada que le traía comida de noche.

Con ese mismo vestido la vio el once de marzo.

Ese sábado, Dave se despertó a las siete menos diez y permaneció inmóvil en la cama, tratando de asimilar el escándalo del piso inferior.

Hasta que su puerta se abrió y Cristina asomó con un cuenco de cereales en las manos y un descolorido delantal sobre el vaporoso vestido. Una felpa le aseguraba el lacio cabello castaño tras las orejas.

—Dice mamá que te vistas —anunció con la boca llena.

Dave bufó y apartó las sábanas.

Las mujeres habían invadido la casa: su tía había venido desde Almería para arreglar a su madre, pero de su tío no había rastro, así que supuso que seguiría enfadado con su madre por la herencia de sus difuntos padres; las ex compañeras de trabajo de su madre deambulaban por las salas con cintas y bolsos, halagándose los atuendos unas a otras.

Dave se bebió un vaso de leche y volvió a su cuarto a ponerse la camisa blanca y el traje; detestaba los gruesos zapatos de vestir, por lo que tomó sus desgastadas deportivas como si nadie lo fuera a notar.

No olvidó su gorro. Nadie le había visto en cinco años sin él, ni lo vería.

A las diez menos cinco, Egea llegó en coche a buscar a Dave, tras haber pasado unas cuantas horas con sus chicos arreglándose en algún salón de belleza del que el chico prefería no saber nada.

Los latidos de su corazón aumentaron el ritmo al sentarse de copiloto en el coche junto a Tribuno Egea, el novio, y resopló para liberar el estrés.

En el inmenso cielo azul despejado, el sol resplandecía. Parecía que nunca hubiese llovido.

Egea iba enfrascado en una conversación de la que Dave no se estaba enterando con sus amigos en los asientos traseros, muñecos de plástico listos para una pasarela de moda: afeitados, depilados, con litros de gomina en el pelo y embutidos en estrechos trajes de marca.

—¿No te lo vas a quitar? —le preguntó Egea al rato, apuntando a su cálido gorro gris oscuro, adaptado perfectamente a su cabeza.

—No —contestó de malos modos. No quería hablar del tema, pero Egea estaba aparentemente interesado, puesto que le preguntó por qué—. Porque no.

Egea se rio.

—Si no fuera por tu madre, no te soportaría ni un minuto, chaval  —le dijo con esa preciosa sonrisa que iluminaba sus ojos—. ¿Te he dicho alguna vez que nunca me han gustado los niños?

Dave arqueó las cejas, sin una pizca de sorpresa.

—A mí no me gustan los padres.

El hombre estalló en carcajadas, desconcertando a Dave. Entonces estuvo seguro de que era un payaso diabólico por dentro. O él, un paranoico.

Habría unas cincuenta personas esperando en torno a la iglesia San Juan de Dios.

Dave aflojó el paso para que Egea lo esquivase y se adentrase en la multitud. La mayor parte de los invitados eran conocidos de Egea que ni siquiera voltearon a ver a Dave. Entre todos formaban un batiburrillo de colores pastel que atestaba el pasillo de la basílica hacia el altar.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now