9. Mientras ella no estaba

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Cristina podía palpar la tensión especialmente a la hora de comer.

Aquella semana no ocurrió nada fuera de lo normal porque Dave no se atrevió a alzarle la voz a Egea. Su madre estaba bastante sorprendida, ya que había esperado peleas verbales e insultos por parte de Dave, que durante los meses de noviazgo trató a Egea con tanto desprecio que incluso ella llegó a pensar que el hombre se iría de la casa por culpa de su hijo.

Dave se había relajado después del golpe. Consentía que el tiempo pasara sin darse cuenta de que así alimentaba el miedo.

Cristina, que era tres años menor, dejaba de respirar cada vez que Dave y Egea coincidían. Su hermano siempre había sido su fuente de seguridad: si él era fuerte, ella podía descansar en que todo estaba bien. Pero cuando él se tambaleaba, ella sufría, y el estrés y la ansiedad la invadían.

De modo que Cristina y Merche resolvieron dar un paseo por la tarde y discutir cómo resolver la situación en casa. Cristina estaba convencida de que su madre no le creería si se lo contaba, así que se limitó a informarla de que saldría a las cuatro.

Egea no se lo impidió. No tenía nada en contra de Cristina. El único que era capaz de disparar sus nervios era ese muchacho de dieciséis años que lo había despreciado a la cara.

No fue hasta que Cristina se marchó, con sus diminutos shorts vaqueros, sudadera y su bandolera negra, que Egea le preguntó a Lorena qué pensaba hacer respecto a Dave.

—¿Dave? —repitió ella, extrañada—. Nada. ¿Por qué?

—Así como lo tratas, lo estás amariconeando.

Aquello la ofendió.

—No sabes cuánto me ha costado sacarlos adelante hasta aquí yo sola.

—Pero ahora estoy yo —replicó él, inclinándose a ella sobre la mesa—. ¿Qué te cuesta dejarle claro a ese crío que me tiene que respetar?

—Ya no te falta al respeto.

—Me ha faltado al respeto durante tres meses.

—Y te defendí.

—Pues sigue defendiéndome —soltó él—. Dile que se comporte como un hombre, que me mire a la cara cuando le hablo, que...

—¿Por qué le tienes tanta manía al niño? —preguntó ella al fin, sin entender a qué venía aquel drama, y su marido se echó hacia atrás con molestia.

—¿Y tú por qué lo consientes tanto? —dijo, mirándola fijamente—. ¿Te casaste conmigo o con él?

—¿De qué estás hablando?

La discusión comenzaba a salirse de tono y las paredes no eran tan gruesas como Dave hubiera deseado. Desde su cuarto oía las palabras amortiguadas entre los muros, lejanas, hasta que de repente resonó un aplauso.

A Dave se le congeló la sangre.

Había sido una bofetada seca. Descompuesto, salió de su habitación y bajó al piso inferior sin planteárselo.

Su madre seguía en la silla del comedor, con la mano en la mejilla y una cara de espanto que Dave no había visto en su vida. Su marido la había abofeteado sin miramientos.

—¿Qué te pasa, loco?

Dave, atónito, se paró delante de Egea; su nuez palpitaba como si la fuera a expulsar por la boca.

—Tú no tienes nada que ver aquí —espetó Egea.

—Sí tengo. Si quieres pegarle a alguien, me pegas a mí, cobarde —lo retó ronco, viéndolo levantarse.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now