1. Dave

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Dave estaba en su dormitorio cuando escuchó el portazo. Sentado en su cama, con el móvil en las manos, ni siquiera suspiró al oírlo.

Ya sabía lo que significaba.

Que uno más se había ido, que su madre nunca tendría pareja estable, que la esperanza de que su madre volviera a casarse moría cada vez que otro hombre se iba de la casa.

Se pasó los dedos sobre los nudillos heridos.

No había sido su intención pelearse, pero por la mañana acabó golpeando en los dientes a un muchacho de tercero por molestar a una de sus compañeras. Luego acordaron arreglarse a la salida de la escuela, pero al final el chico de tercero no apareció. Probablemente sabía que Dave no estaba solo, que sus amigos lo rodearían; entre ellos, a Sergio Llorente y Álvaro Valencias, que habían estado con él desde que empezó la secundaria.

Unos toques en la puerta sacaron a Dave de su ensimismamiento. Su hermana Cristina abrió la puerta y le preguntó si podía pasar en voz baja. Dave hizo una mueca.

—¿Ya se ha ido? —inquirió, y Cristina asintió mientras cerraba tras de sí—. ¿Para siempre?

—Eso espero.

Al sentarse Cristina, Dave sintió el colchón hundirse. Los dos podían oír los sollozos de su madre en la planta baja de la casa, aunque ninguno lo mencionase.

A sus dieciséis años, Dave Vallejo se había enseñado a ignorar el dolor, el estrés y la frustración, a no preocuparse por lo que no tenía solución y a limitarse a vivir una rutina nihilista sin final. Su hermana, sin embargo, no sabía canalizar lo que sentía.

Y él desfallecía cada vez que veía a Cristina sufrir.

—¿Cuánto ha durado?

—Dos meses —respondió su hermana.

No sería el último. Era la relación más corta que había tenido su madre, pero cada hombre que metía a la casa era un intento fallido de superar el divorcio.

Dave no lo había superado todavía. Recordaba perfectamente aquel sábado en verano, cuando él tenía once años, en el que regresó a casa de jugar fútbol con sus amigos para descubrir que su padre se había ido de la casa.

Su padre, el hombre que lo había llamado su hijo favorito, abandonó a su niño. Dave no lo había olvidado. Su padre, que era policía, le había prometido una vuelta en el auto de patrulla más grande del Cuerpo Nacional cuando fuera lo suficientemente grande. También le prometió deportivas nuevas, viajes, un partido de fútbol... pero nunca tuvo tiempo.

El trabajo lo agotaba.

Y un día se fue, sin más, y el mundo de Dave se cayó a pedazos. Ese niño de once años creció con el corazón abierto por la mitad, con un corte tan profundo que nunca sanó, odiando su reflejo porque se parecía a su padre.

La única manera que encontró de soportarse a sí mismo fue cubrirse el cabello castaño con gorros de invierno. 

Sin embargo, aun serio y antipático hasta la médula, bastaban sus ojos café y rasgados bajo las cejas rectas, los finos labios y mandíbula cuadrada para que fuera guapo.

—Le odio —murmuró sin querer, y Cristina se volvió a su hermano.

—¿A quién?

—Ya lo sabes.

Cristina tenía ya trece años, pero entendió perfectamente que se refería a su padre.

No supieron nunca por qué se fue, pero durante los últimos seis meses antes del divorcio, sus padres habían estado discutiendo por casi cualquier cosa. Hasta que su padre decidió marcharse. Después, su madre les repitió todos los días durante un año que su padre se había ido porque era miembro de una secta religiosa que le prohibía estar casado con una inconversa.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now