29. Perdóname

2.4K 249 242
                                    

Sábado noche.

Dado que Ángel tendría turno de noche, Dave bajó a la sala de estar, al sofá opuesto a su padre, a la derecha, donde vencer su propio temor a salir de su zona de comfort. El lunes tenía cita en el médico de cabecera para revisión de sus lesiones; Jill iría el martes.

Álvaro Valencias había sido requerido en la comisaría para prestar declaración; y Ciro Santos, detenido porque era mayor de edad, puesto a disposición judicial y sometido a una orden de alejamiento de trescientos metros.

Dave había ido a terapia aquella mañana, en el salón de reuniones de la capilla de la universidad local. Su padre lo acompañó y entabló conversación con las personas que se sentaron en su misma mesa. Habría unas treinta personas en la habitación, donde les ofrecieron café, donuts y pañuelos de papel.

Dave, sin abrir la boca, tomó apuntes durante la charla, anotó la tarea y, al finalizar la sesión, salió detrás su padre en dirección al coche. No lo admitiría, pero le gustó.

Por eso se animó a sentarse aquella noche en el salón y, sin querer, surgió la conversación.

—¿Es San Juan? —preguntó Dave, señalando el Evangelio que su padre estaba leyendo.

Era el único libro que conocía, aparte de Salmos; su padre arqueó las cejas.

—¿Lo has leído?

—Sí.

En realidad, solo leía lo que Cristina había subrayado, pero no se lo dijo.

Su padre cerró el libro y suspiró profundamente. Otra vez tenía turno de noche y llegaría a casa a las tres de la madrugada para cocinar, ducharse, lavar la ropa, dormir y levantarse para prepararle el desayuno a su hijo.

Dave, acurrucado sobre el brazo del sofá, observaba a su padre.

—¿Tienes novia?

El muchacho había musitado la pregunta sin apenas despegar los labios, tan cansado que podría dormirse en esa misma posición.

Su padre frunció el ceño; se había echado contra el respaldo del sofá, entrelazadas las manos en el regazo.

—No. ¿Por qué?

Dave encogió los hombros. Se le cerraban los párpados al compás de sus latidos.

—Es por mí, ¿verdad?

Suponía que su padre decía la verdad porque no le había mentido aún, pero tenía miedo de la respuesta.

—¿Por qué sería por ti?

—Porque soy una carga —respondió—. Me tienes que llevar al médico, y recoger de comisaría, y defenderme en el insti... Por eso mamá me ignoraba. Deberíais haberme abortado.

Lo dijo con cierto sarcasmo, casi burlándose, y Ángel notó su cansancio.

Dave se sentía culpable porque en las tres semanas que llevaba viviendo en ese apartamento ya había causado demasiados problemas.

—Mi amor, el día que naciste fue el más feliz de mi vida —murmuró—. Te vi nacer, me trajiste ilusión. Quería enseñarte a disparar, a conducir, a ligar... Si hubiéramos abortado, me habría arrepentido toda la vida.

Dave no dijo nada.

Su padre no tardaría en irse a trabajar y Dave no sabía cuándo volvería. Tampoco sabía que durante la patrulla, coincidiría con Natalia Carreón. Natalia era la agente que separó a Ángel de Egea antes de que se partieran las caras.

Natalia manejaba el furgón, con lo que apenas veía a Ángel. Habían sido amigos desde el inicio del divorcio de él. Como hablaba con ella como si fuera su hermana, tenía la confianza suficiente de comentarle que su hijo no lo miraba a la cara, ni sonreía ni podía dormir, que le tenía miedo.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now