6. Egea

3.1K 308 336
                                    

Era un hombre alto, fuerte, de espalda ancha, brazos de gimnasio y camiseta ajustada, ojos pardos y cabello chocolate rapado a los lados de la cabeza.

Bajo la barba de tres días, un par de puntos de sutura cortaban su barbilla. Guapo y serio.

Se llamaba Tribuno Egea y apuntaba a una relación estable.

Cristina y Dave lo conocieron a principios de febrero, cuando un día cualquiera llegaron a casa para encontrarse con que Egea estaba instalándose en la casa.

Cristina sonrió; Dave resopló.

Pero al mirar a su madre, la vio feliz. Por primera vez en mucho tiempo.

Aquella tarde comieron juntos en el comedor para presentarse.

Según su madre, se habían conocido durante las vacaciones de Navidad, ya que Egea trabajaba en el Mercadona como guardia de seguridad, y llevaban tres meses de novios. Para una mujer tan necesitada y desesperada como Lorena Legido, tres meses superaban la normalidad.

Egea tardó cuatro minutos en conquistar a Cristina, que lo contemplaba como si nunca hubiese visto un hombre de ese tamaño.

Dave, en cambio, rodaba los ojos cada vez que se encontraba con los pardos del otro.

—Vamos a vivir juntos —anunció su madre, como si no fuese obvio— porque pensamos casarnos.

Entonces Dave cesó de remover la comida en el plato. Incluso Cristina se enserió.

Y cuando se enteraron que su madre había dejado el trabajo porque Egea se había ofrecido a mantenerlos, Dave sintió el estómago retorcerse de angustia.

—¿Y nosotros estamos pintados? —inquirió indignado—. ¿No te importa que nos afecte?

—Eso vamos a discutir, Dave —tomó la palabra Egea, sentado en frente del muchacho—. Por mí no hay problema.

—Por mí tampoco.

Dave soltó los cubiertos y calcinó con la mirada a Cristina, quien había hablado. Lo estaba traicionando al ponerse de parte de Egea.

Aunque quizá era egoísmo.

Dave detestaba a todos los hombres que pisaban la casa porque le recordaban que él no bastaba. Además, su madre le echó en cara que no se alegrase por ella.

—Lo hago por vosotros —dijo—, para que tengáis un padre decente, no como el inútil de Ángel.

—A mí me gusta —intervino Cristina sin captar el mensaje en los ojos de Dave—. ¡Tiene muchas cosas buenas, no lo niegues!

Dave apartó el plato y se levantó hacia la escalera.

No quería que se casaran, no quería un padre. Él ya no lo necesitaba. Quería que ese hombre se largara, igual que Óscar, que su padre real, que todos.

Atónita, Cristina lo observó marcharse, sin entender de dónde sacaba el coraje para ofender así a su madre. Se volvió a Tribuno Egea, avergonzada.

—Es un amargado —murmuró.

Esperaba un poco de resentimiento, pero, para su sorpresa, el hombre echó la cabeza atrás y se rio.

—No —dijo—, solo está celoso.

Ni Dave mismo sabía por qué se comportaba así. Simplemente no podía evitarlo.

Echado en su cama, se golpeó el estómago para que no gruñera.

Planeaba no cenar, pero a las ocho de la tarde subió Cristina con un zumo y dos pedazos de pizza a tocar a su puerta.

—¿Y esto? —preguntó sorprendido al abrir.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora