28. Cuando la esperanza muere

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Aquella noche, Dave no pudo dormir. La patrulla nocturna de su padre comenzó a las diez de la noche y Dave, hasta las dos de la mañana, estuvo sollozando, como un bebé, sentado a la orilla de la cama.

Detestaba no poder controlar sus emociones, ni conciliar el sueño, ni concentrarse.

Delante de los demás podía mostrarse insensible, pero a solas necesitaba desatar la rabia sobre su piel. Esa noche agarró el cúter de su mesita de noche y deslizó la hoja en trazos cortos por sus hombros y pecho.

Uno por cada grosería hacia su madre, cada burla contra su hermana, cada año sin su padre.

La sensación afilada lo sedaba; el sudor le humedecía las manos.

Delante de su padre se callaba, bajaba la cabeza y, apático y desinteresado como siempre, aparentaba no sufrir. Luego se deshacía los pulmones de noche porque no sabía acercarse a su padre y decirle que lo necesitaba.

Despertó a las siete y diez de la mañana; lo primero que hizo fue asomarse al dormitorio de su padre y, no encontrándolo, entró sin camiseta al baño a lavarse la sangre seca de las cortadas y limpiar el cúter.

Tras frotarlo con sumo cuidado bajo el agua, Dave contempló la hoja resplandeciente y su ritmo cardiaco se aceleró.

Lo llevaba pensando varios días, pero su padre siempre estaba en casa.

Sin pensarlo se hundió la afilada cuchilla en el antebrazo sano y reprimió un quejido. Ardía como el mismo infierno. Vio el oscuro líquido rojo fluir y el pánico se apoderó de él. Su respiración se aceleró, comenzó a jadear.

No podía.

Jill.

Metió el brazo debajo del grifo abierto y, sin previo aviso, la puerta entreabierta se abrió del todo.

—Papá.

Dave resolló. Casi se le detuvo el corazón.

Había creído que su padre estaba de patrulla, pero en realidad llevaba en la cocina media hora; ahí, sin el cinturón del uniforme y despeinado, de pronto se vio como un castillo ante el escuálido muchacho.

—Dave, suelta eso.

Temblando, el chico dejó caer el cúter en el lavabo y su padre, raudo y veloz, lo tomó y agarró de inmediato la pequeña toalla colgada junto a la encimera y se la presionó contra el brazo.

—¿Se puede saber qué haces? ¿En qué estás pensando?

Llegaba de una patrulla que le había destrozado los pies, de discutir en la calle con gente intoxicada de alcohol, de controlarse para no resolver las cosas a disparos. Estaba más enojado de lo que Dave lo había visto nunca, y al chico se le llenaron los ojos de lágrimas.

Que le alzase la voz le paralizó todos los músculos del cuerpo.

—No me pegues, por favor. No...

—¡Contéstame! ¿Te estás cortando a propósito?

Su padre veía perfectamente las cicatrices blancas en su pecho y hombro, pero quería oírlo de sus propios labios; por desgracia, el miedo congeló las cuerdas vocales de Dave.

—No saldremos de aquí hasta que me contestes.

Dave regresó la mirada a la toalla empapada de sangre y agua, y, atrapado, asintió.

—¿Y te parece normal?

—¡Lo necesito! —dijo el muchacho al final.

—¿Cómo vas a necesitarlo? —replicó su padre, exasperado—. ¡Esto es destructivo, no necesario! ¿Cómo aprendiste a hacerlo? ¿Y cuándo?

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now