20. Entonces lo entendió

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Jill se presentó en casa de Dave el jueves a las cuatro, cuando ella ya había comido. Él no.

Él había pasado el día anterior sin pisar la primera planta de su casa y esa mañana sus tripas gruñían feroces. Tampoco durmió, sino que se levantó a las seis con un intenso dolor de cabeza y bajó la escalera.

Todavía estaba oscuro fuera.

Dave se dirigía a la cocina en busca de cereales, pero se detuvo en seco al ver a su madre allí, sentada junto a la ventana, con una vieja chaqueta de su padre real puesta. A Dave le extrañó; creía que su madre ya había tirado toda su ropa.

La mujer se giró a él lentamente y, arrugando la frente, le preguntó sin ánimos si iba a desayunar. Dave entonces se arrepintió.

—No tengo hambre —mintió.

—¿Cuántos días llevas sin comer?

—¿En serio te importa?

Salió molesto de la cocina y, pese a las mil agujetas y el cuello tenso, subió a su habitación y echó el pestillo. El vacío en el estómago le dolía como si se lo hubiesen partido por la mitad.

Hasta que el timbre no sonó, él no apareció: hizo lo posible para no lastimarse el pie al volar hacia la puerta y, aun fatigado, le abrió a Jill.

—Tu casa es muy grande —fue lo primero que dijo ella, sonriendo.

A esa hora, su madre y Egea ya habían terminado de comer, pero seguían discutiendo en la cocina. Cuando se dieron cuenta de que Dave había abierto la puerta, los dos se voltearon a ver quién era.

Lo último que esperaban era una chica.

—¿Quién es? —reaccionó su madre, y él se humedeció los labios resecos.

—Mi amiga Jill, a la que llamaste.

Jill llevaba una camiseta gris oscura de volantes y vaqueros, su mochila blanca y una enorme sonrisa en la cara. Se adentró en la casa con respeto, ignorando el polvo sobre los muebles y las cortinas descolgadas del comedor, pero Dave leyó la tensión en su piel porque vio sus poros erizarse.

Pese a que su madre les ofreció el comedor para estudiar, Dave subió a Jill a su cuarto. Que él cerrara con pestillo la asustó, pero Jill no dijo nada; se descolgó la mochila del hombro y rebuscó en ella.

—Te he traído snacks.

—¿A mí? —Dave la miró extrañado mientras se sentaba en la cama—. ¿Por qué?

Jill le tendió una caja de Oreos, un zumo de frutas y un sándwich de crema de cacahuete que ella misma había hecho.

—Por si querías comer.

—Me encantaría comer.

Dave alargó la mano y lo tomó sin dudarlo. No recordaba la última vez que había recibido un regalo. La observó sentarse a su lado sin imaginarse el hambre que él estaba pasando.

Se lo comió todo mientras hablaba con ella. Por primera vez en su vida, entabló una conversación normal con una chica que no fuese su hermana en su cuarto y le relajó que ella no cuestionase el moretón en su mejilla ni las capas de ropa.

Hablaron del futuro: ella le dijo que quería estudiar psicología y vivir en Madrid; incluso sabía en qué barrio alquilaría su apartamento.

Cuando  se interesó por él, Dave encogió los hombros. Él ni siquiera pensaba en la siguiente semana, así que respondió que quizá jugaría fútbol.

—No sabía que te gustara.

Dave nunca jugaba en el instituto, pero se le daba bien y le gustó explicarle cómo se distribuía el equipo, qué posición tenía en el campo y cuántas copas había ganado el Real Madrid. Ella asentía para que él continuara. No era fácil hacerlo sonreír.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now