16. Venganza

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Dave asistió inocentemente el viernes a clase, después de tres días de expulsión. No vio a Sergio ni a Álvaro, ni los buscó. Suponía que estarían en su aula, por lo que esperó en la amplia escalera del pasillo, apoyado contra la pared de azulejos, a que sonara la campana del recreo. No fue hasta que la muchedumbre empezó a abandonar los salones a toda velocidad hacia el patio que él entró a la clase a dejar la mochila.

Le asqueaba estudiar, vivir.

Se dirigió a su mesa, al fondo del aula, sin mirar a nadie, aunque la delegada de la clase, Nerea Romano, encargada de cerrar la puerta con llave, lo instó a salir cuanto antes.

Tan pendiente estaba Dave de sacar uno de sus cuadernos de la mochila, pues usaría la excusa de estudiar para quedarse en el aula durante el recreo, que no se dio cuenta de que Sergio Llorente estaba discutiendo con Nerea, la delegada.

Álvaro Valencias, con las manos en los bolsillos, había entrado en el aula como dando un paseo, mientras que Sergio le decía a Nerea que necesitaban quedarse a estudiar. Y cuando consiguió que Nerea le diera la llave de la clase y se fuera, cerró de golpe la puerta.

Entonces Álvaro, que había estado rebuscando en su mochila para disimular, miró a Sergio para asegurarse de que estaban a salvo y se acercó a Dave.

—Tenemos algo que arreglar, rey.

Dave alzó los ojos castaños, que chocaron con los verdes de Álvaro. Rápidamente vio de reojo que Sergio estaba apoyado en la puerta, vigilando.

—No estoy para gilipolleces, Álvaro —replicó Dave, sin ánimo de discutir.

Álvaro se atrevió a sonreír, incluso con el corte en el labio. Hasta entonces había tenido las manos en la espalda, pero cuando las llevó al frente, Dave perdió el color.

—Yo tampoco.

El corazón de Dave por poco se detuvo. Jamás hubiera imaginado que Álvaro tenía una pistola, pero la estaba viendo con sus propios ojos. Aunque no entendía de marcas, era consciente de que su vida había pasado a pender de un hilo.

—¿Qué haces? —murmuró, forzando el nudo en su garganta.

Miró a Álvaro, a menos de medio metro de él, y no lo reconoció. Aquel no era su amigo. Su amigo era un muchacho de dieciséis años como otro cualquiera, al que conocía desde primer año, al que le gustaba el fútbol y masturbarse, que nunca le había negado su ayuda.

—No confío en nadie, tío. Tengo que librarme de ti o se lo contarás a la poli —dijo.

Dave comenzó a hiperventilar. Tragó fuerte, pues se le había secado la garganta, y le dio la impresión de que el corazón le rompería la caja torácica si seguía latiendo con semejante violencia.

—Somos amigos, idiota.

Carecía de fuerzas para decirlo más alto. Los huesos comenzaron a pesarle, un pinchazo le hundió el pecho.

Álvaro acarició el arma con sumo cuidado, sin mirarla, como en trance.

—A los amigos se los usa y se los tira —soltó de repente.

La espalda de Dave casi rozaba el muro del aula; a su izquierda se abrían los ventanales, y delante, había un chico con un arma que podía oír su corazón destrozarle el escuálido pecho.

Necesitaba quitarle esa pistola. Si iba a morir, prefería dispararse él.

—Me vas a pagar todo lo que me debes, Dave. A tu hermana la estrangulé y a ti puedo rajarte el cuello.

Las pupilas de Dave centellearon en el agua. Álvaro no podía haberle quitado la vida a Cristina.

—No —negó, bloqueado—. Para, Álvaro, ya está bien la broma.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now