18. Y si fuera ella

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El viernes amaneció.

El sol despuntó, Dave abrió los ojos y descubrió que seguía vivo. Aún respiraba, su corazón latía. Se incorporó desconcertado, con la barbilla llena de saliva, y se frotó los ojos con dificultad. Quizá lo había soñado todo.

La pesadilla, la parálisis nocturna. Todo había sido un sueño.

No esperaba ninguna visita aquella tarde, pues su madre tenía una entrevista de trabajo y no podría visitarlo, pero a las cinco y cuarto, con sus vaqueros oscuros y una camiseta de rayas, Jill se paró bajo el marco de la puerta 216.

—¿Podemos hablar?

Dave subió la mirada desde su pecho hasta sus ojos grises, que no se alegraban de verlo. El cabello canela le caía planchado hasta la mitad de la camiseta de rayas azules y blancas; él parpadeó anonadado.

Si no fuera tan bonita, no le quemaría tanto rechazarla.

—¿Qué quieres? —murmuró, debilitado.

Jill pasó con la mochila de la escuela en un hombro. Se adentró en la habitación hasta quedar frente a la camilla.

—Tu madre me llamó ayer —le dijo, y Dave frunció el ceño—. Dice que encontró mi número en una libreta tuya y me ha pedido que te ayude a aprobar matemáticas.

Dave destensó los hombros. Se refería a la hoja de papel en la que la jefa de estudios anotó el número de teléfono de Jill justo debajo de la palabra "matemáticas". Como el muchacho no se inmutó, ella continuó:

—Si quieres que me vaya, dímelo —aseguró, tan seria que él supo que lo cumpliría—, pero si hay algo que pueda hacer por ti, estoy dispuesta a hacerlo.

Dave no contestó. Tan solo la miraba, sintiendo cómo comenzaban a picarle los ojos a causa del agua. Ni siquiera sabía por qué quería llorar.

Ella le sostuvo la mirada, impaciente, un poco incómoda a causa del silencio, y se apoyó en la otra pierna para no cansarse. Había supuesto que la madre de Dave se encontraría allí, pues quería conocerla.

—No me meteré en tu vida a la fuerza —añadió en voz baja.

Entonces una lágrima se resbaló. Dave no la sintió, pero sabía que estaba llorando y odiaba hacerlo. Le dolía el alma como si se lo hubieran desgarrado en dos. No tenía ganas de estudiar, ni de luchar, ni de vivir. Quería rendirse, bajar la cabeza.

Y la muchacha, al ver los labios enrojecidos de Dave abrirse y las lágrimas resbalar sin esfuerzo alguno por su cara hasta gotear, sintió su corazón resquebrajarse.

—¿Qué pasa, Dave?

Dejó la mochila al pie de la camilla y se acercó a él a grandes zancadas, y lo abrazó.

Se inclinó para rodearle la espalda y la cabeza, y el chico se aferró a los brazos de Jill porque le hacía falta.

Dave sollozó con fuerza. No se la merecía. Merecía golpes, cicatrices, dolor. Pero ella le estaba acariciando la cabeza herida con tanto cuidado que él se extrañó porque había pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo trataron bien.

No hizo falta que ella dijera nada. Lo escuchaba sorberse la nariz, incapaz de detener las lágrimas. Al muchacho le ardían los pulmones de contener el oxígeno en ellos. Tenía miedo, angustia, pero no sabía cómo decírselo.

Lentamente Jill se apartó, sentándose en el bordillo de la cama, a menos de medio metro de él, y le limpió el agua de una mejilla.

—Voy a arruinarte la vida —murmuró él, forzando el nudo amarrado en su garganta.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now