2. Por su culpa

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Ciro Santos Monreal se creía peligroso, misterioso e inexplicablemente atrayente. Surtía efecto, porque todas las niñas se le acercaban, creyéndose capaces de reparar a un chico malo.

Tenía dos años más que Dave y medía diez centímetros más, pero Dave no le tenía miedo. Por desgracia, nunca había tenido la oportunidad de llegar a las manos con Ciro Santos porque siempre estaba rodeado. Además, de haber querido pelearse, habría necesitado no solo a Sergio, sino también a Álvaro.

Álvaro Valencias era el otro amigo en el que más confiaba, el que lo defendió en su primer año de secundaria de los matones de la escuela, que lo ayudaba a copiar e incluso había repetido a propósito cuarto de la ESO para que Dave no estuviera solo.

Si había alguien a quien le debía su reputación, era a Álvaro.

Dave agarró sus auriculares. Quería olvidarse de su hermana y de la escuela.

Se dejó caer sobre el colchón y, con sus propios pies, se quitó las deportivas, las únicas que tenía. Se las había regalado Álvaro, que no tenía dinero para comprarle unas nuevas, de modo que le dio unas suyas hacía dos años.

Y aunque Dave hubiera crecido, no se quejaba de que le quedaban pequeñas porque su madre necesitaba pagar el alquiler de la casa. Nunca sobraba para zapatillas o ropa nuevas.

La manutención no bastaba. O quizá su madre no sabía organizar el dinero.

Dave no quería cuestionarlo.

Hasta las siete no se dio cuenta que su madre había vuelto. El muchacho, que se había quedado dormido mientras la estruendosa base de Simple Plan se filtraba en su cabeza a través de los auriculares, despertó gracias al olor de comida.

Su madre estaba sofriendo verduras, y aunque él las detestaba, se movió hasta la cocina para verlo con sus propios ojos.

—¿Estás cocinando? —preguntó, sorprendido.

Su madre se apartó el delgado flequillo de la cara con el dorso de la mano y lo miró.

—Sí, ¿por qué? —respondió desganada—. Tengo tiempo. Mañana iré a buscar trabajo otra vez.

Dave no supo qué decir. Su madre no solo había terminado con su última pareja, sino que también había finalizado el contrato en la cafetería.

Hacía meses que Dave no escuchaba el aceite freír, ni el crujido del tocino al saltar en la sartén, ni olía pan tostado. Lo único que comía eran patatas fritas de bolsa, pizza y fideos instantáneos.

—Agarra un plato —le dijo ella sin mirarlo—. No eres manco para que siempre te sirva yo.

Dave, sin despegar los labios, abrió la alacena y tomó un plato.

—¿Dónde está Cristina? —preguntó su madre.

—Con Merche —mintió él.

No tenía por qué cubrirla, pero Dave no quería añadir otra preocupación más al estrés de su madre.

—Ojalá salieras tú también —dijo de pronto su madre, y Dave frunció el ceño—. Estoy harta de que te encierres y te quejes de todo como tu padre. Eres demasiado joven para ser tan maniático.

—No quiero salir —protestó él, que se había perdido en la primera frase.

—No quieres nada —combatió ella, mirándolo a los ojos—: ni estudiar, ni trabajar, ni nada. ¿Pretendes vivir en casa toda la vida, como un mantenido? No pienso pagarte Bachillerato para que lo desperdicies. Si vuelves a repetir curso, te sacaré del instituto y te pondré a trabajar. ¿O quieres que te mande con el inútil de tu padre?

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora