22. Miedo

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Bajó la escalera porque le faltó coraje para negarse.

Desde la entrada de la cocina, con el estómago compungido, murmuró que no tenía hambre. Su padre, que había abierto el frigorífico, se giró a mirarlo de arriba abajo detenidamente. Dave permanecía de pie como estatua de mármol.

—¿Estás seguro?

Dave asintió despacio. Eran más de las cuatro y moría de hambre, pero prefería no comer a enfrentarse a su padre. Su padre cerró la nevera y le pidió al chico que se sentara.

Dave obedeció en silencio.

Era una cocina más grande que la anterior, limpia y ordenada, abierta a la terraza trasera. Su padre le sirvió un vaso de zumo y Dave, sin saber qué hacer, le sostuvo la mirada hasta que el hombre se sentó.

Una densa nube de confusión encapotaba la mente de Dave, que respiraba con dificultad a causa del miedo y la rabia que le daba estar tan cerca de su padre.

—Espero que te guste tu cuarto —fue lo primero que le dijo.

Dave tenía la garganta seca, igual que los labios. Se preguntó si su padre estaba burlándose de él, aunque siempre hubiese sido serio, porque su paciencia estaba durando demasiado.

—Si necesitas algo...

—No lo entiendo —interrumpió Dave, y al chocar los ojos con los de su padre, se le retorcieron los intestinos de angustia. Los dos habían cambiado.

Ángel intentó enfocarse en sus ojos en vez de en su labio partido.

—¿El qué, Dave?

—Nada. ¿Por qué hay un cuarto para mí? ¿Te dijo el Espíritu Santo que yo venía?

Su padre, desprevenido por el tono, se pausó antes de hablar:

—No, me lo dijo tu hermana. Ese cuarto era para ella. Ya había concertado un juicio con tu madre.

—¿Y yo?

La sangre empezaba a hervirle en las venas. Pero, a pesar de que los ojos de su padre se habían convertido en cuchillas, Dave no bajaba la vista.

—A ti iba a sacarte de esa casa quisieras o no —dijo al fin su padre—. Con o sin Cristina. Por tu bien, Dave. Me importas más de lo que te imaginas.

El lazo en el estómago de Dave le provocó náuseas: quería vomitar.

Su padre lo había abandonado, a él y a su madre, y no le importó perderse cinco años de su vida.

—No quiero estar aquí —dijo Dave entre dientes.

—¿A dónde quieres ir? Esta es tu casa ahora.

Eso ya lo sabía Dave y le molestó oírlo. Tenía tíos en el sur de España, pero seguramente estaban demasiado ocupados como para acogerlo. Deseó irse de esa ciudad y no regresar jamás. Necesitaba que la vida se detuviera para recuperar el aliento.

—¿Cómo va el instituto?

Dave escondió la cara en la palma izquierda. Le dolía la cabeza.

—Bien —mintió, y al instante suspiró—: Mal. Tirando.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—La gente es un asco.

—¿Tienes novia?

—No. No me interesa.

Lo dijo clavando la vista en el vaso de zumo ante él; en realidad, sentía que cargaba una maldición consigo, por lo que les hacía un favor a las muchachas al no acercarse a ellas.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now