Extra 3

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Llovía cuando Dave atravesó las puertas de cristal de la única comisaría de Policía Nacional de la ciudad.

Se suponía que su padre saldría del turno de tarde a las siete, pero daban casi las ocho y Dave no había sabido nada de él. Aunque antes no se habría preocupado, tenía un nudo en el pecho que le ahogaba los pulmones.

Gotas de agua relucían en su cabello rubio. Se detuvo, aferrado al asa de su mochila en la espalda, en el vestíbulo, interrumpiendo la conversación entre Urías y Eleazar, que lo miraron atentamente. Dejaría huellas en el suelo porque sus deportivas se habían mojado.

Dave se lamió los labios sonrojados.

—¿Está mi padre?

Ambos sabían quién era Dave.

Urías le indicó que estaba en el estacionamiento, señalándole el pasillo por el que bajar, y aunque Dave había estado en comisaría otras veces, sería la primera vez que se moviera por los pasillos como si el lugar le perteneciera. Antes de que Eleazar le dijera algo, porque el chico vio en sus ojos que lo había juzgado, se dirigió al pasillo detrás del mostrador y lo recorrió hasta la puerta del fondo.

Presionó la barra metálica para abrirla. Pesaba.

Vio entonces el estacionamiento abrirse ante él. Su padre lo había llevado ahí varias veces, pero nunca había entrado solo.

Bajo el cielo terroso, el mundo parecía haber adoptado un tono cálido, como si un filtro saturara los colores.

Entonces vio a su padre en uno de los furgones. Estaba solo, en el asiento de copiloto, con la puerta abierta, y hasta que Dave no se acercó, bajo la frágil lluvia que atizaba su rostro, no bloqueó la pantalla de su celular.

—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que le preguntó.

Dave clavó los ojos cafés en los de su padre. Quiso hablar y no pudo. Había alcanzado a ver la foto de su hermana en el celular de su padre.

Volvió a humedecerse los labios.

—Súbete, Dave. Te estás mojando.

Ángel lo ayudó a quitarse la mochila del hombro y la pasó hacia los asientos traseros, pero Dave no se movió. Permitía que la lluvia se resbalara por su frente y sus mejillas para disimular que se moría de ganas por romper a llorar.

—¿Qué pasa, mi vida?

Se miraron a los ojos otra vez.

Dave se había detenido junto a la puerta del auto, tan cerca de su padre que si estiraba el brazo, lo tocaría.

—¿Me das un abrazo?

Entonces Ángel vio el agua acumulada en sus lacrimales, reluciente. Dave estaba sufriendo. Y él alzó el brazo y le apretó un hombro con cuidado.

—Eso no tienes que pedirlo, Dave.

Con cuidado atrajo al muchacho hacia sí, que ocultó la boca en el hombro de su padre. Sintió sus cálidos brazos rodearlo, sin importarle que su gruesa chaqueta de deporte estuviera húmeda, para presionarlo contra su pecho.

El delgado cuerpo de Dave temblaba contra el suyo, controlando los sofocantes jadeos.

—Está bien —le dijo entonces; había subido una mano a la cabeza de Dave, para acariciarle el cabello—. Puedes llorar. Las personas fuertes lloran.

Dave se aferró al jersey azul de su padre.

Apretaba los ojos cerrados con todas sus fuerzas para no llorar, aunque se muriera por hacerlo. Necesitaba un abrazo, pegarse a su cuerpo, sentir el calor de alguien más. Tenía frío y, de repente, el mundo a su alrededor lo había dejado completamente solo.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now