24. Escapar

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El día que Ángel tenía turno regular de mañana coincidió con el día en que quiso que Dave regresara a clases.

Tras la semana de descanso, dado que Dave no abría la boca para comentar lo que pensaba ni sentía, su padre supuso que había sido suficiente tiempo para recuperarse del estrés y del trauma, y, temprano por la mañana, le avisó que lo llevaría al instituto.

            El muchacho se limitó a mordisquear su tostada.

—Puedo caminar —murmuró en cuanto su padre se quejó de que llegaría tarde al trabajo, y Ángel se volvió.

Estaban en el mostrador de la cocina, desayunando de pie. Miró a su hijo, que bebió de su café con su cara más inocente, y frunció el ceño.

—¿De verdad?

—Sí.

Su padre no dijo nada durante unos segundos; revisó el reloj, regresó la vista a su hijo y suspiró.

—Bien.

Dave no perdió el tiempo. En cuanto su padre se marchó, él subió a su dormitorio y agarró su mochila del instituto; luego, se metió al cuarto de su padre y rebuscó en todos los cajones y armarios por dinero. Checó debajo del colchón y detrás de los cuatros.

Pero no encontró dinero en ningún lado, aunque lo habría robado. Al final, se marchó con la mochila cargada de la ropa que no había colgado en el armario y los paquetes de galletas que le cupieron.

Nunca volvería al instituto en su vida.

Al mediodía se fue de casa, sin un ápice de culpabilidad.

Su padre lo había abandonado hacía años del mismo modo y jamás podría reparar ese lazo roto.

De manera que, armándose de valor, salió de la urbanización en dirección opuesta a la comisaría y echó a andar sin rumbo; cruzó el parque de patinaje y se acordó de su hermana.

Pero ya no derramaba lágrimas.

Buscaría el desfiladero donde mataron a su hermana y se despeñaría.

Había pasado tanto tiempo solo que no sabía compartir sus sentimientos, ni tampoco le apetecía hacerlo. No quería abrirse ni confiar en nadie.

Desnudar el alma era un riesgo que no quería correr.

En su viaje hacia la muerte pensó en Jill. Cuando ella le decía que lo echaba de menos, él releía el mensaje hasta cuestionarse si las palabras de ella significaban realmente algo.

La policía no había detenido a los asesinos de su hermana, su madre seguía siendo analizada y Egea había pasado a disposición judicial; en el instituto lo esperaban burlas, amenazas y puñetazos. Tenía pesadillas todas las noches, lloraba cuando estaba a solas, se daba asco, se avergonzaba de sí mismo y detestaba ver su reflejo y el monstruo en el que se había convertido.

Y mientras la angustia llenaba su mente, una sirena lo ensordeció.

La policía.

Justo frente a él, doblando la esquina de la calle, en la cuesta hacia el cementerio, un coche patrulla frenó y Dave vio al agente, a través del cristal oscuro, indicarle que se detuviera.

—¿A dónde vas, chaval?

Dave dio un paso atrás porque el agente se había bajado del coche junto a su compañera, que le repitió que no se alejara. Pese a que no lo conocía, le resultaba familiar. Quizás era el uniforme nacional.

El agente le preguntó qué edad tenía y por qué no estaba en el instituto a esa hora. Dave no contestó. Cuando la policía le pidió la documentación, confesó que no la llevaba encima. De hecho, siempre había pensado que era inútil llevar la identificación.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now