XII

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He visto tantas veces la muerte
que ya no me asusto al verla.
He dejado de sonreír desde hace años
que ahora que te veo el hacerlo a ti
me produce muchísimo asco.

Ya no sé si llorar por mis desgracias,
ya que al simple hecho de verme al espejo
digo: «Suicídate, no mereces vivir» y doy arcadas,
me destrozaron el corazón tantas veces
que ahora está muy difícil reunir las piezas.

No duermo desde hace varias semanas,
Dios amado y querido, el mismo que me abandonó,
me dio la espalda y negándome el pan,
¿ahora dime quién fue el que primero traicionó?

Me abandonaste una tarde de diciembre
diciéndome con tu cara de perfeccionista
—No te preocupes, en dos semanas
vendré a visitarte para ver cómo estás.
Esperé bajo la lluvia, pero vaya suerte la mía,
nunca apareciste, vida mía.

Estuve destrozada, no soporté más,
agobiado y sin camino busqué del Señor
una respuesta para saciar mi corazón,
escribí varias cartas para el cielo,
para asegurarme que Dios las leería.

Una noche de septiembre, una porquería,
mis lácrimas pesaron tanto
que pensé que moriría, desconozco quién soy
por tanto que he quedado deshecho,
cada vez que recuerdo cómo soy, me doy bofetadas
para no caer en más llantos de drama.

Poemario II, Saudade anheladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora