5

439 62 4
                                    

La atmósfera de la habitación a la que nos habían llevado era terrible, ninguno movía un sólo músculo y el silencio era sepulcral. Al menos debía admitir que los sillones eran cómodos. Siendo sinceros, el ambiente con Xavier en la celda era más agradable que el de allí. El único que parecía moverse era el príncipe con mi arco, lo observaba fijamente dándolo vueltas y levantando de vez en cuando la vista para encontrarse con mi mirada amenazante; no me hacía gracia que siguiera con mi tesoro en sus manos. El segundo príncipe miraba al portador de mi arma sagrada con una mueca de asco, ni siquiera mi hermano ponía esa cara al ver la zanahoria en el plato; mi hermano estaba disfrutando del sofá y el menor de los príncipes se miraba las pequeñas y bonitas manitas que tenía mientras lo sujetaban entre sus brazos. No había soldados en la habitación, estos estaban fuera preparados para entrar si uno de los príncipes llegara a gritar o un sonido sospechoso a sonar en aquella habitación; pero qué sonido iba a alarmarlos si nadie hablaba. Los soldados nos tenían a mi hermano y a mí como asesinos, algo relativamente cierto ya que éramos cazadores.

-¿Va a hablar o seguirá mirando mi puñetero arco?

Se me acabó la paciencia.

Normalmente era una persona agradable y que bromeaba para destensar el ambiente, pero ya había hablado de mi fuerte carácter heredado de mi madre. La paciencia no era mi virtud y tendía a ser muy directa y expresar cuándo algo no me agradaba para nada.

-Tiene carácter-dijo con una sonrisa burlona.

¿Eso era todo?

Dejó el arco en una cómoda tras de mí y se paseó por la habitación. Era cuadrada de muebles claros, suelo oscuro, cuatro sillones alrededor de una mesa situada en el medio de la habitación sobre una muy fea alfombra verde y magenta, paredes con numerosas estanterías, cuadros y cómodas que evitaban que apreciaras las paredes pulcras y blancas.

Al desesperarme por su continuo movimiento me levanté del sofá, ahora estábamos levantados él y yo.

-¿Por dónde empiezo?-preguntó parando tras el sofá donde el resto de príncipes estaban.

Parecía un enfrentamiento entre la descendencia Jeon oficial y la no oficial, osea, nosotros. Mi hermano susurró un grave: "lunático", en un tono audible para todos, no pude evitar reír a pesar de taparme la boca. La verdad es que sí parecía un poco ido de la cabeza.

-Presentaciones-dijo mi hermano tratando de que obviaramos su anterior comentario..

Sin quitar los ojos de mí, echó su cabellera hacia atrás sonriéndome como llevaba haciendo desde nuestro primer encuentro y soltó un "Príncipe Jungkook" que de alguna manera me enfadó, me enojó el tono despreocupado con el que decía eso, más que despreocupado, burlón. Me dio la impresión de que le parecía gracioso que no supiéramos quién era el supuesto heredero del Reino.

-Me llamo Sangeol, tengo dieciocho, díganme San-dijo sonriéndome el otro príncipe.

Este fue mucho más agradable. Si este tenía dieciocho...ambos eran mayores que yo, el único menor que mi hermano y yo era el pequeño Minsoo.
Jungkook, San y Minsoo. Los tres príncipes de Alzia. Cada uno tenía un aura diferente, una oscura para el mayor, una agradable para el mediano y una bastante alegre en el pequeño.

-El pequeño es Minsoo, tiene cinco-dijo Jungkook restándole cierta importancia.

El niño parecía ocupado jugando con un botón de la chaqueta real de San. Recordaba cuando Haise tenía cinco y se tropezó con una piedra cerca del lago, fue un día soleado de verano en el que yo me hice una pequeña cicatriz en el brazo.

-Haise, quince años-dijo con una pequeña sonrisa traviesa.

Me pareció adorable como mi hermano dijo su nombre. Pude ver como sus ojos se hacían chiquitos al sonreír y como sus mejillas se sonrojaron tapando un poco sus pecas.

El Secreto mal Guardado De La Corona- JK  Where stories live. Discover now