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Bajamos las escaleras hasta llegar al bosque. Jungkook parecía seguro y cómodo siguiéndome, confiaba en mí y yo en algún momento comencé a confiar a ciegas en él también.

—Sigo sin entender cómo no os perdéis—dijo al saltar un par de raíces enormes.

Yo pensaba lo mismo del castillo, ¿Cómo no perderse en esos pasillos tan grandes?

—¿Ves eso?

Señalé un árbol que estaba ligeramente quemado.

—Hace cinco años, mi hermano salió a buscarme con una antorcha y le di un susto; casi quema todo—señalé una enorme roca—De ahí me caí cuando tenía diez años.

—Sigues tus recuerdos, suena interesante—susurró agarrándose de un árbol para bajar una pequeña cuesta abajo.

La luz se colaba entre las hojas, los sonidos del bosque me envolvían y sentir de nuevo que estaba en casa...fue la mejor sensación que había experimentado hasta ese momento.

No tardamos en llegar a la cabaña. Miré de cerca la cosecha, estaba inservible. Bufé, mi padre tenía cariño al huerto. Siempre estaba asegurándose de que de él saliera la cosecha perfecta.

—Entra—dije al ver que se quedaba mirando el huerto.

Cuando entró se quedó quieto en la entrada. Yo me quité el arco y las flechas y las colgué en un ganchito de la pared; siempre iba con ambas cosas. Me solté el pelo y estiré mis brazos antes de tumbarme en el sofá. Extrañaba ese olor a madera en el ambiente.

—Hace algo de frío aquí—susurró adentrándose a paso lento.

En la cabaña hacía mucho frío en otoño e invierno, demasiado para el gusto de cualquiera.

—En la noche podemos poner la chimenea, por ahora tengo que cazar la cena—dije rodando del sofá al suelo.

Me puse de pie y crují mi cuello. Hacía tiempo que no sentía la euforia de querer cazar.

—¿Vienes?

Jungkook asintió algo dubitativo, sus ojos seguían fijos en el lugar donde mi arco había sido colgado anteriormente. Agarré su mano y le acerqué a las escaleras de dentro de casa, le dije que subiera. Ya sentados en mi habitación en la cual no podíamos levantarnos porque la distancia hasta el techo era un metro cuarenta aproximadamente,  alcancé la ropa que mi hermano había dejado allí y se la tendí. La ropa de la realeza no era apropiada para la caza ni para moverse cómodamente.

—Cámbiate, te espero fuera.

Bajé las escaleras y salí con el arco y las flechas. Me senté en el pequeño banquito de madera observando los árboles entre los que me había criado. Escuchaba los insectos hacer ruidos y los pájaros revolotear. Una tranquilidad placentera que llevaba sin sentir semanas.

—Me siento...

Miré a mi derecha y sonreí.

—¿Libre?—pregunté mirando como la ropa ancha caía sobre su cuerpo.

Sin duda le estaba realmente bien; la camiseta beige de manga corta y los pantalones verdes anchos, se había puesto unas botas que reconocí al instante como aquellas que dejé de lado tras las nuevas que trajo mi hermano, todo parecía estar hecho a su medida.

—Algo así —me respondió acomodándose los pantalones.

Sus ojos fueron a parar a algún lugar del frondoso bosque de enfrente. La luz se colaba entre algunas hojas y dejaba una bella vista de troncos de todos los grosores, rayos de luz que atravesaban y dejaban un color verde por las hojas alrededor del bosque. A pesar de ser otoño, no caían las hojas porque eran árboles de hoja perenne, aunque había partes en las que algunos árboles de hoja caduca crecían y ver aquella zona naranja era un privilegio.

El Secreto mal Guardado De La Corona- JK  Where stories live. Discover now