Capítulo 41

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Vittorio

Salgo del club con mis piernas temblorosas y mis ojos ardiendo. El nudo en mi pecho se intensifica, por lo que cada respiración me cuesta más y más. Llevo mis manos a las rodillas y agacho la cabeza. 

Siento que apoyan una mano en mi espalda, giro mi cabeza y me cruzo con un rostro desconocido. 

- ¿Te encuentras bien? - pregunta el muchacho, que me observa con atención. 

Me incorporo. - Si, si. - respondo. 

- Tú cara no opina lo mismo. - me extiende una botella. - Toma, lo necesitas más que yo. 

Niego. - No. No bebo. 

- Eso lo explica todo. - me la vuelve a extender. - Anda, tómala. Debo volver a entrar y no me dejaran con la botella. Tendré que tirarla y sería un gran desperdicio. - la agarro, a lo que sonríe. - Que te sea leve la vida. - se despide con un leve movimiento de mano y se dirige a la puerta del club. 

Lanzo un suspiro. Miro la botella y chasqueo la lengua con fastidio. Me acerco hasta el cesto de basura que está a unos pasos de dónde estoy, hago ademán de arrojarla, pero me detengo en seco. 

Un pensamiento me traiciona, uno que desearía no haber tenido, ya que ahora no puedo pensar en otra cosa. 

La acerco a mi nariz y me llega el olor al vodka, que al inhalar me invade esa sensación que quema dentro de mis fosas nasales. Llevo el pico a mis labios y le doy una trago, que logra que llegue un calor por la garganta, que luego se extiende a todo mi cuerpo. 

Suspiro con satisfacción. Me había olvidado de efecto que me producía está clase de bebidas. El vodka puro era a la que siempre recurría en mis épocas oscuras. Con mis "amigos" solíamos retarnos a ver quien era el mejor, en base a cuanto aguantaba tomar shots de está fuerte bebida. De tanto hacerlo, llego un tiempo en el que de alguna forma ya éramos inmune a lo que nos producía, por lo que teníamos que irnos para otro lado. Las drogas. Sin embargo yo no podía darme el "lujo" de excederme en el consumo, porque con una madre doctora que solía estar constantemente atenta a todo lo que pudiera ser una mala influencia para su hijo pequeño, se habría dado cuenta enseguida que llegaba drogado a mi casa. Así que mi limite solo a la marihuana. Aunque no tengo dudas de que si hubiera continuado en ese entorno tarde o temprano había caído en otro, en especial luego de irme de casa una vez que me graduara. 

Me siento en el borde de la calle, aferrándome a la botella y dándole cada tanto un trago. Por suerte hasta aquí no pueden entrar los autos, porque ya me hubieran arrollado las piernas. Y no creo que mi historia fuera muy inspiracional como para hacer de ella una película, sino más bien un afiche, de esos en los que se lee "No sea idiota como este sujeto. Evite terminar así." 

Le doy un trago más largo. A ver si está maldita cosa sigue funcionando y acalla mis pensamientos estúpidos. 

¿Cómo le hacía antes para tenerlos fuera de mi cabeza?... Ah, cierto, ignorando que no existen. Uno puede ignorar las cosas, hasta que estas terminan por morderte y recordarte que siguen allí. 

- Creí que no bebías alcohol. - oigo su voz femenina, y enseguida la veo sentada a mi lado.

Anya. Con su larga cabellera rubia, su maquillaje apenas corrido, pero que sigue viéndose estupenda. Tiene un saco grande encima de sus hombros, que evidentemente no es suyo, y entre sus dedos un cigarrillo, al cual le da una calada cada tanto. 

- En teoría no lo hago. 

Me observa pensativa por unos segundos. - ¿Qué dices si te cambio un trago por un cigarrillo? Ya sabes, un vicio por otro. 

Hijo de la Mafia (Mafia Marshall IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora