CAPÍTULO 10

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Doy un grito, asustada, y toco la pared al sentir que caemos en picado.

—¡Mierda! —escucho maldecir a Liam.

Es el primero de muchos improperios. Él sigue quejándose cuando yo estoy al borde de un ataque de pánico. Este es uno de mis mayores miedos. Y se empeora cuando sé que me he quedado encerrada en el ascensor con alguien como Liam. Y a oscuras. Cojo aire y trato de recordar todo lo que aprendí en terapias cuando era más pequeña. Vale, tranquila, céntrate en otra cosa, todo va bien, todo va bien, todo, va, bien, todo...

—Me cago en la puta mad...

Liam sigue maldiciendo y yo me arrodillo en el suelo. No tengo ni idea de dónde está mi móvil y me doy cuenta de que probablemente lo he dejado en la habitación. Genial. Siento a Liam moverse y me pongo alerta. Ha dejado de quejarse y escucho el sonido de varios botones del telefonillo. Está tratando de llamar al servicio técnico y el que él haya tomado el control y esté tratando de solventar la situación me relaja un poco. Aún así sigo en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Controlo mi respiración de nuevo y Liam vuelve a maldecir.

—Dime que tienes tú teléfono encima.

Ya no queda nada de amabilidad en su voz. Ni tan siquiera ese diminuto atisbo que percibí antes de que el ascensor se parase.

—No... —mascullo entre dientes sin que me salga la voz.

Tan sólo escucho mi corazón y la respiración de Liam. Siento que él avanza hacia mí y noto que está muy furioso. De pronto siento que necesito salir de aquí. El ascensor es demasiado pequeño. Me estoy agobiando. Me agobio mucho. Tengo miedo. No puedo controlar esto. Uf. Uf. Uf.

—¡No debería de haberte seguido! ¡Que estemos encerrados aquí es tu culpa! —comienza a soltarme una frase tras otra y eso hace que me sienta aún peor—. ¿Me estás escuchando?

Apoyo la cabeza entre las piernas y cierro los ojos, que se me llenan de lágrimas. Odio esto. Odio esto. Odio esto. Sigo sintiendo que caemos en picado, y aunque algo me dice que solo es mi mente, lo siento como algo muy real. No tengo fuerzas para responderle. El ascensor estropeado y el pensar en el oxígeno hacen que mi cabeza de vueltas.

—¿Estás escuchándome? —Su voz suena más calmada, casi dudosa.

Lo siento acercarse y algo me dice que ha pasado su mano por encima de mi cabeza oteando si me encuentra.

—¿Nicole? —Suena algo asustado y a pesar del miedo, me enternezco por dentro.

Sus palabras retumban en medio del silencio y una parte de mi quiere mantenerse callada y asustarlo. La otra si es muda revienta.

—¿Ahora sí sabes mi nombre? —murmuro sin verlo.

Él parece entenderlo en ese momento y tras varios intentos en los que siento el aire moverse a mi alrededor me toca la cabeza. Me quedo muy quieta y creo que acaba de agacharse ante mí.

—¿Estás bien, nena?

Nena. Nunca nadie me había llamado así, ni tan siquiera mis abuelos. Contengo el aliento cuando su mano pasa de mi cabeza a mi rostro y me lo acaricia con una dulzura que jamás habría visto en un chico como él. Sé que está notando mis lágrimas. Niego con la cabeza y lo siento aún más cerca. Acaba de sentarse en el suelo delante de mí.

—A mí también me dan miedo los ascensores —susurra de una forma dulce que hace que el estar encerrada aquí con él no me de tanto miedo.

—¿En serio?

El sigue con sus manos sobre mi rostro y es como si me recorriesen pequeñas descargas eléctricas ahí donde su piel roza la mía. En medio de todo el miedo y la ansiedad que siento, el tacto de su piel logra electrizarme y hacerme sentir algo dentro. ¿Cómo alguien como él puede tener un gesto tan tierno?

ABEJA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora