Capítulo 35.2

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Lo peor de la ansiedad es que viene cuando menos la esperas. De pronto estás bien, y al minuto siguiente te sudan las manos, tienes náuseas y estás hiperventilando porque te falta el aire. Trato de controlar mi respiración y poco a poco voy calmándome. Inspiro por la nariz, expiro por la boca. Muevo el estómago a medida que coge aire, y lo vacío a medida que lo suelto. Odio no ser capaz de ver venir que voy a sufrir una crisis sin ningún tipo de aviso. Normalmente, siento algún que otro síntoma que me hace tratar de hablar conmigo misma y controlarme, pero esas veces en las que viene de pronto, son las peores. Y al menos a mí, son las que más agotadas me dejan. Sobre todo, cuando la gente a tu alrededor entiende que te pasa algo y no puedes explicarles que estás teniendo una crisis de ansiedad sin que te miren de manera extraña.

Solo quien ha vivido esta enfermedad sabe lo difícil que es. Ojalá en algún momento lograse controlarla por completo y no solo pasar de los síntomas, sino no tenerlos en absoluto. ¿Cómo sería mi vida si no me alejase de situaciones que sé que van a generarme ansiedad? El miedo siempre está ahí, al acecho, esperando para agarrarme las entrañas y traerme dolores de cabeza. Sigue siendo mi compañero día sí y día también.

Hace ya al menos veinte minutos que salí corriendo y me refugié detrás de un contenedor. Ahora estoy caminando por las calles de Lincoln, que de pronto no me parecen tan bonitas como cuando paseaba con Brandon de la mano. ¿Habrá cogido la pulsera? He actuado mal al no cogerla, y mucho más teniendo en cuenta todo el valor sentimental que tiene, pero necesitaba salir de allí. Me toco el pelo, sudado por la abismal crisis que acabo de tener y que aún hace que me tiemblen las piernas, y sigo avanzando por las calles en busca de algún taxi que me pueda llevar a casa.

Brandon me ha llamado al menos diez veces, pero no quiero hablar con él. No después de irme así. No después de que haya hecho falta tan poco tiempo como para volver a encasillarme como la chica rara. Cojo aire y trato de no ser muy dura conmigo misma. Si el mundo ya me lo está poniendo difícil, lo último que debería de hacer es seguir complicándomelo yo misma con pensamientos negativos. Necesito una tregua con mi mente.

El móvil vuelve a sonar en mi bolsillo y me preparo para volver a colgar a Brandon, pero es un número desconocido el que me muestra la pantalla. Puede que sea Brandon que le haya pedido el teléfono a alguien, o puede que a alguno de mis abuelos les haya pasado algo y me estén llamando desde otro teléfono. Trago saliva al imaginar lo segundo y me pongo el móvil en la oreja.

—¿Diga?

El miedo toma forma en mi voz.

—¿Por qué coges el teléfono asustada?

El estómago me da un vuelco.

—¿Liam?

—¿Está todo bien?

Quiero responderle que eso a él no le incumbe. Y mucho menos después de lo que le ha dicho a Brandon sobre mí.

—Sí –digo en lugar de todo lo malo que se me pasa por la mente.

Lo último que necesito son más peleas por lo que va de día. Se mantiene callado y yo hago lo mismo mientras sigo avanzando en busca de alguna parada de taxis.

—Oye, tan solo quería explicarte lo de esta tarde. No es lo que piensas. Yo no...

—No me importa –le interrumpo, seca.

Estoy tan agotada que no tengo fuerzas para nada más que para desear llegar a mi habitación. También ayuda lo tarde que me acosté anoche y lo pronto que me he levantado esta mañana. Ha sido un no parar. No me saco de la cabeza al chico que entró ni mucho menos la duda de si volverá a hacerlo esta noche para tomar represalias por la paliza que le ha dado Brandon. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué mi cuarto? No tuve oportunidad de preguntarle. Ojalá tuviese otro lugar donde dormir hoy.

ABEJA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora