CAPÍTULO 55

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Cuando llegamos al polideportivo donde tiene lugar la exhibición, me pongo nerviosa. Todo está repleto de gente y más de una docena de niñas con tutus de miles de colores pasean por la calle con moños tan altos como el que lleva Maddie.

—Te abro, princesa. –Se refiere a su hermana y a que va a abrirle la puerta, pero clava sus ojos verdes y burlones en los míos haciéndome estremecer—. Las brujas pueden salir solas.

Mi boca se abre por la sorpresa y llego a tiempo de darle un manotazo antes de que salga del coche. Lo escucho reír y Daniel y Maddie lo imitan, divertidos, no porque me llame bruja, sino por mi golpe.

Abro mi puerta con una sonrisa diminuta, mosqueada por no poder enfadarme otra vez con él después de lo que me ha dicho por la forma en la que lo ha hecho, y tanto Daniel como Maddie me dan la mano. Creo que ya ha quedado lejos eso de que me preocupe la regla de no encariñarme con los niños que cuido.

Liam nos observa, pero no dice nada. Llegamos a la entrada del polideportivo y Maddie saluda a sus amigas y a sus profesoras de ballet.

—¡Vamos, ya es hora de entrar! –dice en voz alta una de sus profesoras.

Por lo visto las niñas van a calentar antes de la exhibición. Noto como Daniel se remueve a mi lado. Nuestras manos aún están entrelazadas y le doy un apretón para luego sonreírle. Liam, junto a Daniel, no se da cuenta, pero yo veo como mira a su hermana y a las demás niñas.

—Espera, nuestro ritual –dice Maddie en voz alta, como si recordase algo, y para mi sorpresa va corriendo hacia su hermano, quien saca un diminuto tarro de cristal del bolsillo de su pantalón.

Y por diminuto me refiero a que es más pequeño que un dedo pulgar. Los observo intrigada mientras Liam rocía el contenido del frasco por el interior de la muñeca de la niña. Ella se huele la mano para salir disparada hasta la entrada. Nos dice adiós con la mano y sonríe.

—Liam le pone un poco de su colonia en la muñeca para que si tiene miedo la huela y se acuerde de que él está ahí con ella para apoyarla y que todo va a salir bien –me dice Daniel.

Vale. Quiero que este hombre deje de enternecerme. Tengo que acostumbrarme ya de una vez por todas a que es otro cuando está con sus hermanos. Nicole, asimílalo de una vez.

Mi móvil vibra en mi bolso, pero no me da tiempo a prestarle atención.

—Vamos a las gradas –dice Liam con voz seca y caminando a pasos agigantados hacia las escaleras que dan al segundo piso.

Daniel pega una carrera que me obliga a centrarme solo en él. Hay demasiada gente para mi gusto y no tardo en sentirme incómoda y comenzar a sudar. Me agobio más aún al darme cuenta de que me suda la cara. Mierda.

—¿Estás bien?

Fijaos el mal aspecto que he de tener cuando es Liam el que me pregunta. Asiento con la cabeza sin mirarlo y me seco como puedo el sudor. Odio las aglomeraciones y ver a tanta gente. La ansiedad no tarda en aparecer y tengo que centrarme en controlar la respiración. Aquí hay demasiada gente y este espacio no es muy grande, por eso agradezco tanto cuando Liam decide sentarse en la primera fila y en la parte que da al pasillo de salida donde apenas hay nadie. Dejándome aturdida, siento como me da la mano y lo miro con los ojos abiertos. Él está de perfil y hace como si no se diese cuenta. De pronto, es como si sintiese una corriente eléctrica en mi piel. Es su roce el que provoca ese torbellino de emociones. Mi corazón parece ir aún más rápido.

—¿Por qué me das la mano?

Él sigue sin mirarme y tarda tanto en responder que creo que no va a hacerlo.

ABEJA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora