Capítulo 24.2

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Las habitaciones de Daniel y Maddie son contiguas, pero son tan diferentes la una a la otra que me cuesta creerlo. Mientras que la de la niña parece una habitación de princesa, toda de color rosa, con miles de muñecas y peluches, la de Daniel es la de un hombre mayor. Está pintada en color gris, y por haber, no hay nada en ella salvo una estantería con un frasco de perfume de hombre también más adulto y una foto de él con Liam. No puedo evitar quedarme mirándola. Ambos salen sonrientes, y por el aspecto de Daniel, creo que la foto ha de tener ya al menos un año.

—¿Os lleváis bien con vuestro hermano?

Daniel alza una ceja en mi dirección.

—¿Cómo sabes que es nuestro hermano? –inquiere Maddie, astuta.

—¿Lo conoces? –insta Daniel.

Ambos niños se me acercan, en la puerta del dormitorio de Daniel.

—Sí... —respondo sin saber muy bien porqué he tenido que preguntar por el antipático de Liam.

Los hermanos se miran entre ellos con la boca abierta.

—¡Guau!

—¡Qué bien!

—¡Entonces tú también eres una princesa! –comenta con una sonrisa Maddie, tuteándome por primera vez, quizá sin darse cuenta.

La forma en la que sonríe me hace quedarme mirándola. Es una sonrisa radiante, la sonrisa de una niña emocionada porque conozca a alguien importante para ella.

—¿Una princesa? –repito.

Maddie asiente, pero es Daniel quien me responde mientras ella se aleja a su habitación.

—Liam dice que todas las mujeres que conoce son princesas. –Daniel se acerca un poco más a mí y me indica que me agache para decirme algo al oído—. Se lo dice a Maddie para que no deje que nadie la trate mal.

Ese tipo de cosas, viniendo de alguien como Liam, me provoca sentimientos contradictorios. ¿Cómo te ubico, Liam? Me pongo de cuclillas y sigo hablando con el mismo tono que él.

—¿Alguien trata mal a Maddie?

Quizá debería de enseñarle algunos golpes de karate. Daniel pone cara de enfadado.

—Un niño de nuestro cole se metía con ella, pero papá habló con el director y el centro lo echó.

Trago saliva. Soy capaz de ver hasta dónde llega el poder del señor Turner. Maddie vuelve con una corona de princesa en el pelo y una sonrisa.

—¡Pero qué guapa! –la admiro sonriente.

Ella ríe con una risa dulce y luego mira a su hermano. Pasamos un buen rato conociéndonos y literalmente, saltándonos el horario que la señora Rotte ha establecido para ellos, pero ese será nuestro pequeño secreto. Al principio se horrorizan un poco de que no les haga lavarse los dientes a las ocho en punto de la noche. Ni de ponerse el pijama cinco minutos antes como viene estipulado en el horario. Luego acaban riéndose cuando les digo que a partir de las ocho no sé leer y no tengo ni idea de a qué hora tienen que hacer cada cosa, con voz de broma, claro.

Bueno, y haciéndoles un poco de cosquillas logrando que se rían más. Parece que el que conozca a su hermano hace que bajen un poco la guardia con respecto a mí y sean más ellos mismos. No les caería tan bien si supiesen lo mal que nos llevamos. Al cabo de una hora y media estoy tumbada en mi nueva cama, pegada a la buhardilla y mirando por ella la luna y las estrellas. Pagaría por tener un lugar como este para mí de por vida.

No necesitaría más aparte de las personas que quiero. Mis dos abuelos. Un sitio donde tirarme y ver las estrellas. Soy capaz de imaginarme aquí en días de lluvia. Con los niños durmiendo, las gotas repiqueteando sobre el cristal, con una manta y un buen libro. En esas cosas reside la magia. En saber disfrutar los pequeños momentos. En olvidarme de mis problemas y entender que sobre mi mente mando yo y que de toda mala situación se puede salir, bien sea con el paso del tiempo, o con un buen libro y la lluvia de fondo.

Cuando estoy a punto de dormirme, no puedo evitar recordar lo que pasó la noche anterior. Alguien invadió mi intimidad y me robó mientras dormía. Odio admitirlo, pero paso más horas de las que me gustaría despierta y alerta. Al fin y al cabo, estoy en un sitio nuevo y en esta ocasión la puerta no tiene cerrojo.

A la mañana siguiente me levanto con un poco de dolor de cabeza que relaciono con dormir poco. Tengo sueño. Las actividades de los niños comienzan a las seis, y aunque no sigo el horario a rajatabla, me aseguro de que ambos estén presentables y listos para ir a sus actividades. Para mi total desagrado, la señora Rotte nos acompaña con la excusa de hacer alguna compra en tiendas cercanas. Algo me dice que esas tiendas van a ser privadas, ropa y joyas para ella. No obstante, se asegura de que haya cumplido el horario establecido durante la noche. Los dos niños, como se saben de memoria el horario, no tienen problemas en seguirme la corriente. El problema reside en que cuando nos bajamos de la limusina y los niños se meten en sus respectivas clases, la señora Rotte me detiene con cara de enfadada.

—No vuelvas a atreverte a mentirme. Ayer el servicio me dijo que los niños se acostaron más tarde que de costumbre.

Trago saliva. Me ha pillado.

—No puede ser. Los dejé acostados a la hora que estipulaba el programa. Simplemente me entretuve un rato con ellos –me defiendo como puedo, principalmente porque ahora no quiero que me despida y porque me hace falta el dinero para volver a buscar un lugar donde quedarme entresemana.

Me lanza una mirada fría y niega con la cabeza, altiva, casi soez.

—No quiero que vuelvas a salirte del programa o estás despedida.

Y dicho eso, tras mirarme de arriba abajo con despotismo se gira sobre sus talones y entra en una boutique. El corazón aún me va rápido minutos después de sentarme a ver a Maddie en clase de Ballet.

Os sigo subiendo!

IG: sarahmeywriter 

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