Capítulo 52

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Llevo a los niños a sus habitaciones y les leo un cuento. No se duermen, pero los dejo acostados en sus respectivas camas. El frío se ha instalado en cada recoveco de mi interior cuando por fin abandono sus dormitorios. Necesito estar sola. Necesito llorar. Necesito entenderme. Noto como mi respiración se acelera poco a poco. Mierda, ¡he empezado a sudar! Y a ver borroso. Ansiedad. Ataque de ansiedad. Maldición. ¿Por qué me entra ahora? ¿Por qué precisamente en este momento? De pronto, ir a mi buhardilla y respirar allí no es suficiente. Necesito salir al jardín. Necesito aire. Necesito hacerlo ya.

-Los federales nos pisan los talones, y vamos a necesitar más de unos cuantos millones para convencerlos.

Una voz que no conozco de nada es respondida por la del señor Turner mientras paso por su despacho. Mis pies se quedan clavados en el suelo al escucharlo.

-Eso o hay que cambiar la forma en la que lo hacemos. Buscar más allá de Estados Unidos.

-Los federales no se han enterado porque sí. Alguien se lo ha contado, y hay que encontrar a ese alguien y hacerle pagar.

¿De qué hablan? ¿Quiénes son? ¿Eso era una promesa de venganza? No soy capaz de hacer nada más. Ya no necesito aire. Necesito un baño. Dos minutos más tarde estoy arrodillada frente a la taza del váter, temblando y llorando, con el corazón alterado, hormigueo en todo el cuerpo, ganas de vomitar, y una sensación de desesperanza y miedo invadiéndome de pies a cabeza. Me odio. ¡Me odio! ¡Odio tener esta mierda de enfermedad mental! ¡Odio no controlarla como me gustaría! ¡Lo odio! ¡Lo odio! Necesito mi cuaderno y no lo tengo encima. ¡Maldición! ¡¿Por qué no cogí un maldito bolso y lo metí dentro?!

Media hora más tarde me levanto con un calambre en el pie izquierdo. Cojo aire y me miro en el espejo. Estoy horrible. Trago saliva, me crujo los dedos, cierro los ojos y salgo del baño, tratando de aparentar que no he sufrido una de las peores crisis de ansiedad en meses.

—¿Estás bien?

Un hombre que no conozco de nada, de ojos verdes y pelo oscuro, vestido con un chal en negro se me acerca preocupado. Algo en su aspecto, a pesar de ser impoluto, me produce escalofríos. No tengo tiempo de responderle. Tan sólo asiento con la cabeza y me obligo a sonreír, o más bien a hacer una mueca pretendiendo hacerlo.

—Sí, sí, gracias, discúlpeme —me excuso y sigo avanzando veloz. Ahora solo quiero llegar a mi cuarto, no a la calle. Estoy tan agotada, tan exhausta... que apenas logro distinguir la voz de la señora Rita acercándose al hombre que acaba de preguntarme cómo me encuentro.

-Buenas noches, señor Barnett.

De alguna forma, ese nombre se me queda grabado durante unos segundos en la cabeza. Vuelvo a pasar por la habitación de los niños, solo para asegurarme de que están bien y veo conmovida cómo Liam está en la cama con sus dos hermanos mientras les lee otro cuento. Los niños pidieron dormir juntos después de que la habitación de Daniel oliese a perfume, y su padre les permitió tener una habitación para ellos si se portaban bien. Liam ha unido la cama de Maddie con la de Daniel y él se ha colocado en medio con un libro en la mano mientras los niños están acostados escuchándolo. Dante, su pastor alemán, mueve la cola al lado de Daniel, con la cabeza dejada de caer en el colchón.

Como si viese algo único, me quedo mirándolos sin que me vean. El tiempo pasa y yo no me canso de verlos. La imagen en sí es tan tierna, tan bonita, tan mágica. ¿Cómo ubico a Liam? ¿Cómo alguien tan antipático en ocasiones puede ser siempre tan bueno con sus hermanos? Sin lugar a dudas, algo en mi interior me dice que Liam los adora. Se le cambia la cara cuando está con ellos. Sonríe, relajado, y le da un tierno beso en la mejilla a Maddie cuando una escena le da algo de miedo y la hace sonreír. Se me cae la baba. Él aún lleva puesta la misma ropa de antes, ese traje de chaqueta en color blanco, y Jesús, ¡qué bien le queda! ¡Y cómo contrasta su imagen varonil y masculina con la habitación de princesa de la parte de Maddie! La parte de Daniel, está decorada de superhéroes.

Los tres ríen y yo noto algo vibrar en mi pecho. No entiendo cómo puede llenarme tanto verlos así. Es como si fuese feliz. Por favor, llamen al manicomio. Se me ha ido la cabeza. Pobre Brandon, debería de sentir esto con él. No con el antipático. Daniel se ha dormido en algún momento de la mitad del cuento.

—¿La princesa tiene un vestido como el mío?

—Sí, Maddie. La princesa tiene un vestido igualito al que llevaste hoy.

Soy capaz de ver como la sonrisa de Maddie se hace enorme.

—¿Y como el de Nicole también?

Trago saliva y abro los ojos.

—Sí, también como el de Nicole.

—¿Por qué ella también es una princesa?

Liam ríe.

—¿Nicole?

Mi corazón se acelera.

—Que va, ella es una bruja –añade.

¡¿Cómo?! ¡¡¡Será capullo!!! El nivel de enfado de mi cuerpo pasa de cero a ser descomunal en milésimas de segundos. ¡Esto solo lo consigue él! Estoy a punto de protestar cuando recuerdo que Daniel está dormido y que los estoy espiando. Es por eso que en lugar de decirle nada camino hacia el otro extremo del pasillo.

Me crujo los dedos, me muerdo una uña, incluso me tiro del cabello. ¿Por qué me enfada tanto? Quizá porque creo que está jugando conmigo. Y lo peor de todo, por cómo me hace sentir. Despierta emociones en mí que nunca antes he vivido con nadie. No puedo controlar al demonio que se está despertando en mi interior y vuelvo hacia la habitación, con intención de encararlo.

O eso creo hasta que me coloco en la puerta y lo veo darle las buenas noches a Maddie y arropar a Daniel.

—Buenas noches, Nicole –me dice Maddie con voz cansada y una dulce sonrisa.

—Buenas noches, Maddie –le respondo contagiándome de su expresión.

Liam me mira entonces y niega con la cabeza. Deja encendida una luz de noche y cierra la puerta de la habitación de Maddie. Siento su mirada clavarse en mi interior, como si fuese un montón de pequeñas agujas que me pinchan el vientre.

—Aparta –me dice cuando nos quedamos mirándonos.

No lo hago, me quedo quieta frente a él y elevo un poco la barbilla. ¿Por qué tiene que ser tan alto?

—¿No tienes nada mejor que hacer que llamarme bruja delante de tu hermana?

Estoy tan enfadada que podría lanzarme a su yugular en cualquier momento. A Liam parece divertirle mi pregunta cuando me rodea y esboza una sonrisa creída y fanfarrona.

—No. –Y para colmo de mi enfado se va sin hacerme el menor caso.

Quiero seguirlo. Quiero gritarle. Quiero... quiero demasiadas cosas cuando se trata de él. Y tal vez eso sea lo que me da miedo. Que puede que si lo sigo él le de la vuelta a la situación y sea yo la que acabe besándolo. Y no quiero besar a un idiota. Y a la vez sí que quiero. Estoy tan cansada que me dirijo hacia mi buhardilla tratando de no pensar en nada más. No puedo más. No puedo. No. Me hago pequeña y vuelvo a abrazarme a mí misma. La sensación de frío en mi interior no se va, tan sólo se hace más grande cuando me tiro en la cama y me obligo a cerrar los ojos. No sé en qué momento ocurre, pero comienzo a llorar como un alma en pena y me llevo así gran parte de la noche.

Holaaa de nuevo, este es el fin del maratón. ¿Qué os ha parecido? Os voy a dejar programado otro capítulo para este miércoles, así nos alegramos un poco la mitad de la semana. Un abrazo enoooorme y gracias por leerme. Sois maravillosas y no me cansaré de decirlo nunca. 

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