Capítulo V

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Durante unos momentos el joven permaneció inmóvil, con la mente en blanco.

El vampiro estaba al otro lado de la carretera y saludaba a la desconocida. Había poca gente, y casi todo el mundo cruzaba por la acera contraria, repleta de bares y pubs.

Pasó un coche anguloso y marrón, y el sonido de su viejo motor despertó a Gavriil.

Estaba solo.

Su primer impulso fue retroceder y echar a correr. No obstante, fue imposible. No pudo levantar los pies.

«No des un solo paso», pensó con amargura. «Hijo de puta. Hijo de puta».

La ira estaba bien, reconoció cuando golpeó el muro a su lado. Así que se bañó en esa rabia, se agachó y se tiró de la pierna con fuerza, intentando desengancharla.

Solo logró caer de espaldas. Se golpeó la parte de atrás de la cabeza, y el dolor del impacto lo hizo gruñir y despertó su temor. Se enderezó precipitadamente. Yaromir lo miraba de reojo, con burla, y volvía su atención hacia la chica. Pero lo señaló. Y la muchacha sonrió, complacida, con las mejillas sonrojadas.

Estaba usándolo para atraerla. Para que fuera una presa.

«No pienso hacerlo», se dijo con desesperación, poniendo las manos en el suelo. «No pienso atacarla. No lo haré».

Lo hizo antes de darse cuenta. No empujó para ponerse en pie y volver a intentarlo, sino que se impulsó hacia atrás. Estiró las piernas y se arrastró unos centímetros.

Gavriil se quedó mirando las zapatillas deportivas, despegadas del suelo. Tentativamente dobló una rodilla. No sintió aquella resistencia antinatural impidiéndole moverse.

«No des un paso», pensó, atónito. «No lo he dado».

Para asegurarse, lo intentó de nuevo. Empujó y se arrastró hacia atrás varios centímetros más. No estaba seguro de si funcionaría si se ponía en pie.

Casi se echó a reír. Aquello era absurdo. Era una estupidez. Se estaba arrastrando porque un loco con colmillos le había ordenado que no diera un paso. Pero mientras aguantaba aquella risilla sospechosamente histérica, siguió retrocediendo por el callejón, rodeó el contenedor de basura y luego, tentativamente, giró para arrodillarse y alzarse.

¿Cuánto había avanzado? Apenas unos metros. Todavía estaba la esquina a su espalda, demasiado cerca, y Yaromir volvería de un momento a otro. Le daría otra orden. Gavriil obedecería.

«Tengo que volver a casa».

El joven se levantó.

—Eh, chico, ¿estás bien?

Alzó la cabeza bruscamente. No vio al hombre fornido que se acercaba, su barba incipiente, sus ojos preocupados ni las heridas en sus nudillos, resultado de viejas peleas. Vio solo el pulso vivo y caliente de su cuello.

Después, ya no vio nada más.

En los años venideros, Gavriil empezaría a recordar vagamente pequeños fragmentos de lo sucedido en las siguientes horas. Recordaría, sobre todo, la necesidad apremiante de llegar a su destino, donde estaría a salvo y toda la pesadilla quedaría atrás. Esa necesidad era solo igualada por otra que acudía fugaz y brutalmente, y después volvía a desaparecer: la necesidad de alimentarse.

Recordaría el contacto húmedo de la sangre en los labios y en las manos, su respiración resonando en sus oídos mientras corría desesperadamente, el último estertor de los muertos que dejó a su paso.

Pero no recuperó el control de sus sentidos y de su propia consciencia, hasta que escuchó la lánguida y peligrosa voz de Yaromir al decir:

—Los cachorros sois muy predecibles.

Entonces Gavriil vio a la mujer acostada bajo su cuerpo. No la muchacha del bar. No una desconocida al azar.

Era Oksana, su hermana.

Había sangre por todas partes.

—Tenéis esta... estúpida costumbre.

Yaromir seguía hablando en voz baja, no muy lejos. Gavriil se enderezó, temblando como una hoja. La luz del salón estaba encendida. Era el salón en el que había crecido. Estaba en casa.

Oksana yacía inmóvil en el suelo, con la garganta desgarrada, lágrimas y sangre en las mejillas, los ojos entreabiertos. Su hermana lo estaba mirando.

—Volver a casa —resopló el vampiro, en algún lugar a su espalda—. Eso es lo único en lo que pensáis cuando sois tan nuevos y estáis tan mal educados. Supongo que la culpa es mía... pero esto, querido, lo has hecho tú.

Una mano lo agarró del pelo, lo sacudió y lo obligó a mirar. Oksana. Gavriil tendió temerosamente las manos para cubrir la herida, intentar que dejara de sangrar. Las tenía manchadas. Notaba el calor pegajoso de la sangre fresca en la boca y el mentón.

Su hermana. La que le daba torpemente el biberón. La que le prestaba sus juguetes aunque no se los devolviera luego. La que le preparaba el bocadillo antes de ir al colegio.

—Oksana...

Su voz era un hilo tembloroso que convirtió aquel mal sueño en una realidad.

La había atacado. Y estaba casi muerta.

—¡Oksana...!

Estiró las manos otra vez para cubrir la herida desesperadamente... y el brutal tirón lo lanzó hacia atrás, de espaldas contra el suelo.

Gavriil vio los ojos acerados y peligrosos de Yaromir mientras lo observaba con desdén. Por encima del zumbido que comenzó a resonar dentro de su cabeza, oyó el gruñido animal de una bestia. El vampiro no le soltó el pelo. Comenzó a arrastrarlo lejos de Oksana.

—¡Y una mierda! —gritó el joven, revolviéndose.

El vampiro no le dio una orden. Luchó contra él, lo redujo y lo empujó contra la puerta, que colgaba de uno solo de los goznes.

—¡Oksana! —exclamó Gavriil, desesperadamente, intentando regresar con su hermana—. ¡Oksanaaaaa!

Pero Yaromir se lo llevó. Lo sacó de la casa de su infancia, y solo entonces, cuando lo tiró sobre el asfalto y le clavó la rodilla bajo el esternón, le dijo con veneno en la voz:

—Cállate, y sígueme sin rechistar. Ni una palabra, ni un movimiento fuera de lugar. Vas a seguirme como el perro sarnoso y desleal que eres, y vas a comenzar a comportarte como es debido.

Gavriil intentó negarse, quejarse. Incluso suplicar. Tenía que volver allí. Tenía que salvar a su hermana. Tenía que rogar que lo perdonara, porque no recordaba haberla atacado, pero lo había hecho. Como al vagabundo, pensaba entonces. Como a la media docena de personas que había dejado tras él, reconocería con el tiempo.

Pero aunque movió los labios, ni un sonido salió de su boca. Empezó a verlo todo rojo. Rojo sangre, rojo desesperación. Yaromir lo liberó, pero Gavriil no fue capaz de levantarse y correr hacia la casa para salvar la vida de Oksana.

—Sígueme —ordenó el vampiro con sequedad, y cuando echó a andar, el joven, con lágrimas escarlatas bajando por sus mejillas, no tuvo otra opción que obedecer y dejar morir a su hermana.

GavriilWhere stories live. Discover now