Capítulo XXI

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Tras dos semanas con Valerian, Gavriil aprendió más sobre los vampiros de lo que había aprendido en dos años con Yaromir.

El cachorro y el neófito eran lo mismo: un humano recién convertido. Su impulso primario era el de alimentación y carecía de dominio sobre él.

El sire y el nosferatu no eran lo mismo, pero solo un nosferatu podía ser un sire. El nosferatu era el vampiro que había tomado sangre de su sire y se volvía independiente de él. El sire era el que había convertido a un neófito. Se creaba un vínculo entre los dos. Su deber era proteger, educar y guiar a su cachorro hasta que fuera capaz de valerse por sí mismo.

Yaromir lo había hecho todo intrínsecamente mal.

—No diré que sea una norma establecida lo de convertir a una persona usando la cabeza —aceptó Valerian—, pero el impulso que lo llevó a convertirte a ti, por lo que me cuentas, fue infantil, inconsciente y mezquino. Me asombra y enfurece que alguien así forme parte de nuestra gente.

Gavriil notó con renuente simpatía que Yaromir no le caía nada bien al vampiro. Cuando su nombre salía a relucir, sus ojos se volvían acerados.

Al joven le resultaba difícil acomodar los distintos sentimientos que Valerian le provocaba. Por un lado, durante dos años había odiado todo lo que tuviera que ver con los vampiros... a su sire, a sí mismo, incluso los mitos desvirtuados que rondaban por la sociedad.

Pero era difícil odiarlo a él: era seguro, tranquilo, estaba en paz con su naturaleza e incluso se enorgullecía de ella. Valerian no era un monstruo. No cazaba ni acechaba a sus desprevenidas víctimas en las sombras. Si había una bestia en él, la mantenía completamente bajo control.

—No hay nada salvo el impulso primario —le había explicado con afecto—. Hace muy poco todavía eras humano, y lo sientes como algo ajeno a ti. Con el tiempo, te acostumbrarás y ese impulso será menos intenso. Estarás en armonía con él.

—No creo que eso suceda nunca —había mascullado Gavriil.

Pero se sorprendía absorbiendo la paz de Valerian. Comenzó a sentirse más cómodo en su propia piel.

El joven se quedó con él durante un tiempo, aunque se había jurado que solo sería una noche. El vampiro le daba una jarra de sangre cada día, hablaban durante las horas de sol. Nunca se había sentido tan conectado a Yaromir como se sentía a Valerian. Era más un maestro, un amigo, de lo que jamás lo había sido su propio sire.

Comenzó a comprender a un nivel más básico el funcionamiento de las relaciones entre vampiros. El sire era un padre, el cachorro su hijo. Para muchos, existía una especie de hermandad. Para algunos, los clanes, aquelarres o familias no se mezclaban jamás.

La riqueza social de los nosferatu era inmensa... y lo más sorprendente es que había cientos por todo el país.

—No somos cuatro bien escondidos —aseguró Valerian con una risilla amable—. Los que somos un poco listos, nos mezclamos bien.

—Eres médico —asintió Gavriil, que todavía estaba sorprendido.

—Es muy fácil para un vampiro experimentado entrar en medicina. Vemos más, oímos más y olemos más. Cuando superas el impulso primario de alimentación, tu ayuda puede ser muy útil como médico, enfermero o investigador.

—¿Y la sangre no...? ¿No te molesta? Ekaterina me dijo que estabas en urgencias a menudo.

—Estoy en urgencias nocturnas —aceptó el hombre—. Hay accidentes, y poca gente en el turno. La sangre no es un problema para mí. A veces, alguien se ha salvado porque yo estaba ahí.

El joven se lo pensó unos momentos, girando la jarra de sangre de ese día. Por dios... Ya ni siquiera sentía el hambre voraz. Sabía que no se iba a mover de sus manos.

—Cuando conocí a Ekaterina... —musitó, y se sorprendió al sentir que hacía mucho tiempo de eso—. Mientras preparaba las cosas, ella me dijo que lamiera la herida de aquel hombre, Aleksei. Me sentí como un imbécil, pero lo hice. Y no estoy seguro de lo que pasó entonces.

Valerian le sonrió amistosamente. Se sentó a su lado y estiró la mano para acariciar a Kir, que aceptaba su compañía de buen grado.

—Como te dije una vez —explicó—, el vampiro no está hecho para matar a sus presas. Tenemos colmillos para hendir la carne, sí; pero se nos forman unas glándulas en la boca que producen una enzima especial. Esta enzima impulsa la regeneración del tejido herido. Muerdes, bebes, lames, y la herida se cierra.

Eso era lo que había visto, recordó. La carne comenzó a unirse de nuevo y la hemorragia empezó a parar.

—Pero la gente muere —musitó Gavriil.

—Sí, claro. Si bebes demasiado, si hieres demasiado. Si tu sire es un desalmado sin cerebro incapaz de controlar y educar a su cachorro.

El joven sonrió. Valerian le devolvió la sonrisa.

—Estarás bien, chico —le aseguró con suavidad, palmeándole el hombro—. Está claro que quieres aprender.

—Quiero dejar de hacer daño a la gente.

—Eso lo has conseguido solo bastante bien. Yo únicamente estoy acabando de pulirte.

GavriilWhere stories live. Discover now