Capítulo XXXV

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—¿Lo tienes todo? —preguntó Valerian aquella noche de sábado, al terminar el turno.

—Eso espero —respondió Gavriil, que casi podía sentir como si tuviera el corazón desbocado... aunque no lo hiciera.

—Te he puesto un par de bolsas extras. Tómatelo todo antes de esta noche. Estar bien alimentado te ayudará.

—Lo sé.

—Aun así, en el momento en que te sientas inseguro, aléjate.

—Lo sé.

—Y lleva a Kir. Siempre estás mejor con él cerca.

—Lo sé...

Val sonrió y le acarició la cabeza.

—Sé que lo sabes —aseguró—. No puedo evitarlo. Estoy contento por ti.

—No veo por qué —replicó Gavriil con una mueca—. Una niña de dieciséis años me ha chantajeado para quedar con ella en plena noche de domingo.

—Tu Llamada, que sabe que no eres humano, quiere volver a verte. No creo que muchos puedan vanagloriarse de eso.

—No me vanaglorio. Solo quiero acabarlo.

—Y por eso le has pedido a Ekaterina que pasara por el parque con la ambulancia para ver si la veía.

—¿Qué? Solo quiero comprobar que esté.

—¿Por qué?

Gavriil no conocía la respuesta. Tal vez para asegurarse de que siempre estaba así, sola en la noche. Sacudió la cabeza.

—Esto me está volviendo loco, te lo digo yo —aseguró.

Después se despidió con un gesto y fue a recoger a Kir. Llevaba consigo la bolsa deportiva en la que llevaba siempre su uniforme, pero esta vez también había suministros para estar más que saciado el domingo por la noche.

No podía contar con Valerian para ayudarlo en aquel momento. Había pensado en pedírselo, pero eso había sido antes de que este le dijera que los compañeros del turno habían quedado para salir, y él era el conductor sobrio.

Rara vez iba a esas cosas, pero en esta ocasión acudía el doctor Mendelhson. ¿Y cómo iba a resistirse el antiguo nosferatu, cuando estaba claro que bebía los vientos por aquel sencillo humano?

Así que Gavriil había rechazado la invitación a ir también —dos personas que no comían ni bebían llamaría demasiado la atención—, y se había negado a pedirle ayuda a Val. Habría dicho que sí.

No necesitaba que lo vigilaran, se recordó. Era completamente capaz de controlar sus impulsos y tener una conversación civilizada con esa niña.

Su convicción había flaqueado un par de veces a lo largo del día, pero aun así a medianoche estuvo en el parque, con Kir, y vio que Alyona estaba ya sentada en el banco, mirando al infinito con aspecto cansado.

La observó con nuevos ojos. Observó la línea recta que formaban sus labios, el ángulo de sus cejas y el largo de jersey de cuello alto. Debía ser una noche fresca, suponía; él ya no sentía el frío ni el calor como antes. Esa sería una buena razón para llevar ropa abrigada. Pero no se quitaba de la cabeza las palabras de Arseni.

De pronto ella volvió la cabeza y lo miró. Hubo un destello de sorpresa y de regocijo en aquellos serios ojos.

—Has venido —dijo.

—Todavía tienes que contarme algo —respondió Gavriil con sequedad.

—Es cierto. Hola a ti también, perrito.

Este manoteó, y su dueño, suspirando, le soltó la correa.

—Se llama Kir —informó mientras el animal corría hacia la chica y le lamía las manos.

—Es un encanto —comentó Alyona, acariciándolo a placer.

—Eso dicen. Era un mal bicho cuando nos conocimos. —Ella lo miró, y él se encogió de hombros—. Estaba en la calle, solo y desnutrido, y no se fiaba de nadie. Ahora es perro de terapia.

—La gente cambia.

—A veces.

La muchacha asintió.

—¿Vas a sentarte hoy conmigo?

—Mejor no.

—¿Es que me tienes miedo?

La puya lo picó, que era toda la intención.

—Tú deberías tenerlo —replicó.

—¿De verdad? ¿Por qué?

—Seguro que se te ocurre una buena razón.

Ninguno de los dos pronunció la palabra vampiro. Gavriil no estaba seguro de si ella lo sabía, lo sospechaba, o no entendía en absoluto lo que había visto aquella noche. Quizá por eso necesitaba saber.

—Mientras la pienso, ¿vas a sentarte? —preguntó Alyona.

—No. Solo quiero que me cuentes lo que pasó.

—No hasta que te sientes. Es de mala educación quedarse de pie.

Él dudaba que ese fuera el caso. Pero venía preparado, así que se metió la mano en la bolsa y sacó la bebida de plástico opaco, puso la pajita y succionó el primer sorbo mientras se acercaba a ella, tenso, y se sentaba en la otra punta del banco.

Alyona lo siguió con la mirada.

—¿Qué es? —quiso saber.

—Zumo.

—¿Puedo probar?

—No.

—No eres muy simpático, ¿verdad?

—Vale.

La muchacha cruzó las manos sobre su regazo y volvió a mirar al infinito. Solo se movió para acariciar a Kir cuando este reclamó un poco de atención. El silencio se estiró por dos minutos.

—No es zumo —confesó Gavriil a regañadientes.

De nuevo ella ladeó la cabeza para verlo. Sus ojos eran profundos; sabía más de lo que decía.

—Lo sé —respondió.

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