Capítulo XVIII

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A medianoche del día siguiente, Gavriil conoció al doctor Valerian Alkaev, cardiólogo, asiduo a urgencias nocturnas, y vampiro.

En cuanto lo vio, el joven se puso tenso. Lo supo de inmediato; supo que no era humano, y que era mucho más fuerte que él.

—Tú debes ser Gavriil —saludó el hombre con calma—. Ekaterina me ha hablado de ti.

Valerian era alto y esbelto, con el pelo castaño y elegante y ojos verdes como esmeraldas. Aunque vestía con la bata del hospital y su identificación colgaba del pecho, parecía relajado, seguro y elegante, todo al mismo tiempo.

—¿Quieres pasear? —le propuso el hombre tras unos momentos de silencio.

Gavriil no dijo nada, pero lo siguió cuando comenzó a andar. Se alejaron del hospital.

—No sabía si aparecerías —comentó Valerian tranquilamente—. Ekaterina me dijo que no parecías seguro.

—No lo estaba —acepto él, e hizo una mueca—. No lo estoy. No... No entiendo nada. Ella es...

—Humana, sí. Puedes decirlo. La conozco desde que era una niña. Cuando quiso entrar a trabajar en el hospital como conductora de ambulancia, bueno... la verdad es que me hizo feliz. —La sonrisa de aquel hombre era serena y tranquilizadora, notó Gavriil—. Se las ingenia para echar a sus compañeros continuamente, porque quiere estar sola para casos como... el tuyo.

—¿Busca a gente que...? ¿Busca...?

—¿Vampiros? Sí. Pero eres el primero que encuentra.

Valerian lo miró. Había un poco de compasión en sus ojos, tal vez; una compasión calmada, relajante. Gavriil sintió que algo en su cuello vibraba, un quedo gruñido más inseguro que peligroso. Apartó la vista y se frotó el cuello, incómodo.

—Yo fui convertido hace más o menos trescientos años —explicó tranquilamente, sorprendiéndolo—. Mi sire me mantuvo a su lado y me educó durante unos cincuenta. Llevo más de doscientos por mi cuenta.

¿Trescientos años como vampiro? Gavriil no era capaz de imaginarlo. ¿Iba a pasar al menos trescientos años... así? Sintió que se revolvía por dentro ante la idea.

—Ahora te toca a ti —dijo Valerian.

—¿Qué?

—Tus años. ¿Cuánto hace que te convirtieron?

—Yo... Dos. Dos años.

El hombre parpadeó. Esa fue toda la muestra de su sorpresa.

—Hueles a nosferatu —razonó en voz baja—. ¿Hace dos años que te convirtieron... o que te ascendieron?

—Que me... convirtieron.

Esta vez, la sorpresa destelló en sus ojos junto a un rayo de furia. Gavriil se tensó y retrocedió un paso.

—¿Hace dos años que eres un vampiro, y ya estás ascendido? —inquirió Valerian en voz baja—. Eso es... es una crueldad.

—¿Ah, sí?

—Déjame entenderlo. El hombre al que Ekaterina trajo... lo atacaste.

El joven sintió como si lo apuñalaran. Su garganta vibró con fuerza y emitió un ronco gruñido.

—Sí, pero yo... —masculló—. Yo no... Joder.

No pudo con el peso de la culpa. Se sentó en el bordillo de la acera, y Valerian se detuvo a su lado.

—Está vivo, ¿verdad? —musitó—. No murió, al final.

—No —respondió el vampiro—. Despertó apenas un par de horas después de llegar. Estaba desconcertado y no recordaba bien lo que había pasado. Probablemente creía haber tenido una pesadilla.

Gavriil asintió y se cubrió el rostro con las manos.

«Está vivo», pensó, aliviado.

—No recuerdo cómo pasó —aseguró en voz baja—. Yo estaba en la plaza, y de pronto... De pronto estaba en otro lugar, y él se estaba desangrando a mis pies.

—Tapaste la herida y llamaste a una ambulancia.

—Sí. Solo quería que sobreviviera. No quería hacerle daño. No quiero hacerle daño a nadie, mierda.

—Gavriil. —Valerian se sentó a su lado y le puso la mano en el hombro—. Creo que no lo entiendes. Lo que has hecho es increíble. —El joven lo miró de medio lado—. Con solo dos años, has mantenido viva a tu víctima. Es muy raro que un vampiro domine sus impulsos primarios hasta este punto tan pronto.

—¿Pronto? —murmuró—. He estado dos años siendo el... puñetero títere de ese cabrón. Entonces me pega la patada y yo no sé cómo apañármelas. No quiero matar a nadie más, joder.

Al hombre no le pasó por alto que había dicho «nadie más», pero no retrocedió ni lo acusó en modo alguno.

—Creo que vamos a necesitar algo más de diez minutos en mi descanso, chico —comentó Valerian—. ¿Por qué no vienes conmigo a mi apartamento?

—No. Tengo... Tengo sitio. Y un perro.

El vampiro sonrió de medio lado.

—Puedes traer al perro —aseguró—. Vente el lunes. Tengo el martes libre. Vienes por la noche, te vas a la noche siguiente.

Un apartamento. Si era médico, entonces sería un piso de verdad, sin goteras ni grietas. Eso esperaba.

Sonaba bien. Para un día, pensó... Solo un día. No necesitaba la ayuda de otro vampiro. Pero un descanso en la seguridad de un hogar real resultaba demasiado tentador.

—El... lunes por la noche, entonces —aceptó.

—Bien. El lunes frente al hospital.

GavriilWhere stories live. Discover now