Capítulo XXX

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—Baasch.

—Tresler.

Gavriil y el recepcionista de la noche se saludaron escuetamente, como de costumbre. El joven que había tras el mostrador, al otro lado del cristal de protección, era apático y se le notaba siempre aburrido. No entablaba conversación ni amistad con nadie del equipo, ni mucho menos con los pacientes que acudían a urgencias.

Aun así, siempre tenía una caja de galletas bajo la mesa, y solo le ofrecía a Ekaterina. Nadie más podía tocarla.

Gavriil entró en la zona privada de urgencias, con Kir siguiéndole los pasos. Le quitó la correa en el vestidor mientras él se cambiaba.

—¿A quién visitas hoy, chico? —le preguntó, palmeándole la cabeza, y le ató una bolsa de golosinas al collar.

El trabajo de Kir era muy especial. Como perro de terapia con un dueño que trabajaba exclusivamente de noche, casi siempre estaba en urgencias. Había aprendido a detectar a quién podía acercarse, y alegraba las esperas, incluso aliviaba el dolor, con sus cabriolas y su cariño. La gente veía el arnés de terapia, la bolsa de golosinas, e instintivamente sabían qué hacer.

Una vez había visto a una niña de tres años con un brazo roto estirar el sano para coger una chuchería y dársela a Kir. El perro se había quedado con ella el resto de la noche, y pareció triste cuando fue hora de dejarla allí, con los asistentes sociales decidiendo a qué centro de acogida llevarla.

Quién lo hubiera dicho cuando lo encontró, pensaba Gavriil. Aquel perro receloso que se alejaba de la gente y miraba esperando el próximo golpe se había convertido en un animal bondadoso siempre en busca de la próxima caricia.

—Que te diviertas —le dijo—. A trabajar.

Kir se desperezó y luego se marchó trotando del vestidor. El joven salió poco después, ya con su uniforme de trabajo, y fue a buscar a Valerian para saludar. De algún modo siempre se las ingeniaba para llegar antes.

Estaba ahí, en la sala de descanso, apoyado en la mesa y con una taza de plástico en las manos. Gavriil dio un respingo.

—¿Val?

—Buenas noches, Gavriil —saludó él, moviendo ligeramente la bebida.

—¿Eso es...?

—Café.

—Pero el café no te sienta bien.

El vampiro sonrió de medio lado.

—No es para mí —respondió—. ¿Kir ya está por ahí?

—Sí, ya se ha ido a ver a quién molesta.

—Hay gente... casos no excesivamente graves, claro... que vienen a estas urgencias, no a las que les cae más cerca, por el perro que ronda por los boxes.

Gavriil no pudo evitar sonreír. Sabía que Kir era muy apreciado por pacientes y trabajadores. Caía bien a todo el mundo, incluso a los más recelosos. ¿Cómo tenerle miedo a un perro que se pone de espaldas, saca la lengua y estira la pata para suplicarte una caricia?

En aquel momento entró otro médico, el doctor Mendelhson. Era de baja estatura y pelo negro, siempre corría por todas partes y tenía grandes ojeras.

—Buenos días —saludó apresuradamente mientras entraba—. Oh, noches. Buenas noches. Qué caos, no sé en qué hora vivo.

Reía y hablaba a toda prisa mientras iba a la máquina de café. Se detuvo solo un momento, con desconcierto, antes de empezar a rebuscar en sus bolsillos en busca de la cartera.

En ese momento Valerian le tendió su taza de plástico, sorprendiéndolo.

—¿Qué? —preguntó el doctor Mendelhson.

—Se te ve con necesidad de cafeína —comentó Val con amabilidad.

—Pero es tu café.

—Me compraré otro. Yo invito esta noche.

—Me salvas la vida. No sé dónde he dejado la cartera.

—Probablemente en la taquilla con las llaves.

—Mierda.

El doctor salió, volvió a entrar, cogió el café, dio las gracias y se fue de nuevo. Gavriil miró fijamente a Val, con las cejas alzadas, mientras lo veía mirar hacia la puerta con un quedo ronroneo brotándole de la garganta.

—Valerian Alkaev —dijo, atónito—. Esto no me lo esperaba.

—¿Qué puedo decir? —suspiró el vampiro, encogiéndose de hombros—. Me gustan los hombres bajitos.

—Hace tres meses que entró a trabajar en este hospital. ¿Cómo no me he enterado hasta ahora?

—Quizá porque soy discreto y no quiero que Ekaterina me prepare la boda de sangre por todo lo alto.

Gavriil cerró la boca. Entendía las implicaciones de una boda de sangre, porque Valerian se las había contado. Un vampiro contrae matrimonio con un humano, y lo convierte durante la ceremonia, frente a los testigos... y el que esté dispuesto a ser la primera comida.

Val no se había casado nunca, pero había asistido a una boda, y sabía de otro par. No era común, pero sucedía. Y Ekaterina estaría deseando casar al que quería como a un padre.

—Solo lo conoces de hace tres meses —razonó Gavriil—. ¿Él te...?

—¿Me estás preguntando si me gusta?

—Si te Llama.

Valerian sonrió.

—No —respondió—. No necesito convertirlo. Ni siquiera quiero hacerlo. Puede que no lo haga nunca.

La perspectiva de esa clase de soledad atenazó el estómago de Gavriil. Nunca había pensado en lo que implicaba vivir durante siglos como vampiro, pero se le ocurría que hacerlo completamente solo debía ser doloroso.

—¿Por qué no? —preguntó tímidamente.

—Si no lo necesita, ¿por qué voy a convertirlo?

—Para... estar contigo.

Valerian rio y tendió la mano para revolverle el pelo.

—Cuánto has crecido, chico —dijo con dulzura.

No obstante, en lugar de seguir con aquella conversación se marchó para empezar su turno. Gavriil sacudió la cabeza, intentó repeinarse con los dedos y también salió.

Había sido un día tranquilo en urgencias; solo olía cinco o seis pacientes, y apenas un par de personas en la sala de espera.

Todavía le incomodaba un poco la aglomeración de gente, pero lidiaba bastante bien con ello. Como enfermero de urgencias, más le valía poder resistirse a la sangre... porque los accidentes ocurrían, y había descubierto que había más de los que nunca hubiera creído.

GavriilTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang