Capítulo XXXIX

3 3 1
                                    

Alyona se quedó callada. El bocadillo giraba lentamente entre sus dedos mientras ella, pensativa, seguía con la vista clavada en el techo. Tenía los párpados caídos y los labios entreabiertos. Gavriil pensó que si le latiera el corazón todavía, se le saldría por la boca.

Ya estaba todo dicho. Le había contado lo que significaba ser un vampiro... más o menos. Y lo que era una Llamada. Y lo que sentía al estar cerca de ella. No había intentado excusarse como si fuera algo malo; eso lo había aprendido de Valerian. Lo expuso, y esperó.

Y la espera lo estaba matando.

—¿Es malo ser un vampiro? —preguntó Alyona tras un par de minutos.

—¿Tú qué conclusión sacas de lo que te he dicho? —replicó Gavriil.

—Saco que a ti no te gusta, pero no me has dicho nada realmente malo. El doctor también lo es.

—Sí.

—Pero es médico.

—Yo tampoco me lo podía creer al principio. Por lo visto, somos bastante buenos en la medicina.

Alyona ladeó la cabeza y lo miró.

—No te gusta ser vampiro —dijo.

—Ya no lo sé —confesó Gavriil—. Al principio no. Me convirtieron por sorpresa y a la fuerza. Mi sire... El que me convirtió no era un buen tipo. No me enseñó nada, pero un buen día me ascendió; me hizo mayor, por decirlo así. Me dio una patada y se largó sin mí.

—Te abandonó.

—Supongo que sí. No puedo explicar lo que se siente. Es como si de pronto te quedaras sin aire. Confías en que siempre estaría ahí incluso si no lo habías pensado, y de pronto ya no está. Y tienes que aprender a vivir sin él.

—Pero está el doctor.

—Sí. —Gavriil sonrió de medio lado—. Él, Ekaterina y Kir me ayudaron a... aceptarlo. A aceptar quién soy.

—Entonces, sí te gusta.

—No lo sé, Alyona. Creo que simplemente soy un vampiro, y ya está. ¿A ti te gusta ser humana?

La vio parpadear.

—No lo sé —dijo, y su propia respuesta pareció sorprenderla—. Nunca me lo he planteado en serio.

—Pues de eso se trata. Eres lo que eres. ¿Vale la pena lamentarte por ello? No. No puedes cambiarlo.

—Pero sí puedo.

Lo estaba mirando con intención. Gavriil se removió un poco, incómodo.

—Bueno, es verdad —aceptó—. Existe esa salida. Pero tienes que pensártelo muy bien antes de dar ese paso, porque no hay vuelta atrás. No crecerás ni volverás a ver el sol.

—No crecer es un problema —admitió Alyona—. Tener dieciséis años siempre es duro. Pero ser como tú no debe ser tan malo.

—Oh, tener diecinueve eternamente no es del todo bueno. Nunca voy a poder dedicarme a algo, digamos, grande sin levantar sospechas. Ya tengo algunos problemillas siendo enfermero.

—¿Diecinueve? Yo te habría echado por lo menos veintiuno.

Gavriil no sabía si lo decía en serio o en broma, pero le gustó. Sonrió levemente, y ella le devolvió una pequeña y tímida sonrisa. El impulso no fue de morderla; fue de besarla. Apartó la vista y se acomodó en el sofá.

—Tienes que pensarlo muy bien —repitió—. No es una decisión fácil. Yo hubiera querido...

—¿Tú quieres hacerlo?

—No lo sé. Acabé aceptando que soy un vampiro, pero ¿convertir a otro? No creo.

—Si lo haces, ¿cuidarás de mí? ¿Te ocuparás de educarme y enseñarme?

—Por supuesto. Qué tontería. Qué...

Se interrumpió cuando ella se apoyó en su hombro. Gavriil tragó saliva y se frotó la garganta, que vibraba de un modo particular, en un quedo ronroneo. Carraspeó para acallarlo, avergonzado.

—Me gustaría —murmuró Alyona.

—Te gustaría... ¿Porque te gusta la idea de ser vampiresa, o porque eso te mantendría lejos de tus padres?

La chica se lo pensó.

—Ambos —aceptó.

Cuando asintió y la movió para acostarla en el sofá y arroparla con la delgada manta, Gavriil todavía no estaba seguro sobre la conversión, pero sí sobre un paso que no pensaba eludir.

—Quédate aquí, ¿vale? —le dijo—. Duerme un poco.

—Vale. ¿Gavriil?

—Sí.

Por fin la niña parecía una niña: con los ojos tímidos, expresión avergonzada y esperanzada al mismo tiempo.

—Gracias —dijo.

El joven sonrió suavemente y le acarició la frente.

—Duerme —susurró, y después salió.

Regresó a urgencias y entró en el vestidor. Abrió su taquilla y cogió el teléfono. Marcó uno de los pocos números personales que tenía en la agenda.

—Hola, Nededja —saludó cuando le respondieron—. Necesito un favor.

GavriilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora