Capítulo XXVII

4 3 0
                                    

—Mmmm. Vaya.

Aquella fue la respuesta de Valerian cuando lo interrogó para averiguar qué demonios le había pasado en aquel parque. Gavriil estaba boquiabierto.

—¿Mm, vaya? —repitió—. Lo digo en serio. Nunca antes me había sentido... así. Ni siquiera el primer día. Ni siquiera... Jamás.

—Tranquilo, Gavriil —pidió el vampiro suavemente—. Lo que te ha pasado es algo bastante extraño. Excepcional, sería la palabra. Sucede con una frecuencia muy baja a lo largo de la vida de un nosferatu.

—¿Frecuencia? ¿Quieres decir que esto pasa más veces? ¿A ti te ha pasado?

—En una ocasión.

Valerian no dijo más. El joven estaba desconcertado.

—¿Y qué hiciste? —insistió—. Tú... ¿Pudiste marcharte?

—Tú has podido. Eso dice mucho de la fuerza que tienes, muchacho. No solo controlas tu alimentación, puedes alejarte de una Llamada.

—¿Llamada? ¿Cómo el teléfono?

El vampiro rio entre dientes, divertido. Luego tendió su mano y le palmeó el hombro. No parecía preocupado porque Gavriil no le hubiera dado una respuesta sobre unirse o no al sector de la medicina. Tampoco porque hubiera sentido aquella sed incontrolable, aquel impulso que iba más allá del hambre.

—Es más bien como un instinto animal —respondió Valerian—. Será mejor que te sientes.

—Que me siente. Ay, Dios.

Mascullando entre dientes, el joven se dejó caer en el sofá y miró con ansiedad al vampiro, su maestro, que se puso a su lado y lo miró con comprensión.

—Escucha —dijo el hombre—. La Llamada es un impulso perfectamente natural en un nosferatu. Sucede de vez en cuando, y no es en absoluto mortal.

—¿Que no qué? —inquirió Gavriil con voz aguda—. Valerian. Quería morderle el cuello a una niña de diez años. ¡Si llegaba a diez años! Era una cosita pequeña con trenzas, por el amor de...

—Sí, ibas a morderla. Y luego la ibas a transformar.

Gavriil sintió que se le caía la mandíbula. ¿Estaba hablando de conversión? ¿Estaba hablando del ataque que le sucedió a él hacía dos años?

—¿Trans... formar?

—La Llamada es el instinto reproductor más fuerte de un vampiro. La mayoría de las veces razonas... en mayor o menor medida... antes de hacerlo, pero la Llamada es el impulso primario. Es tu cuerpo diciendo: ese tiene que ser tu hijo.

—Pero qué dices. Yo no voy a transformar a nadie.

—Este impulso no es una elección, chico. Pero es lamentable que lo hayas encontrado cuando estás empezando a entenderte como vampiro.

—¿Lamentable? ¡Me estás diciendo que quiero... que quiero convertir a una niña de diez años!

Estaba conmocionado. Era imposible. La idea de transformar en vampira a una chiquilla le revolvía el estómago. Eso sería una crueldad. Eso sería...

—Técnicamente, quieres convertir a una persona —matizó Valerian—. Este impulso seguirá ahí ahora y dentro de veinte años.

—No me estás diciendo que espere a que crezca y la transforme.

—No. Te estoy diciendo lo que hay. Lo que hagas con esa información es cosa tuya. Ruslan tenía doce años cuando sentí la Llamada.

Gavriil estaba demasiado alterado para entender el comentario en un primer momento. Luego aspiró con fuerza y lo miró, los ojos muy abiertos.

—Él es tu... «una ocasión» —musitó.

—Así es. —Valerian se cogió las manos sobre el regazo—. Sus padres lo trajeron al hospital donde trabajaba por aquel entonces. Era un hospital de los bajos fondos, dispensaba ayuda gratuita a los pobres. Ruslan casi no podía respirar por un colapso pulmonar. Sencillamente fui hacia él y de pronto... todo lo que quería era clavarle los colmillos.

—Dios. Pero... Pero no lo hiciste. Lo transformaste a los veinticuatro.

—Así es. Me fui corriendo como si me fuera la vida en ello. —El vampiro sonrió ante el recuerdo—. Pero había muy pocos médicos, y ninguno que pudiera atender aquella dolencia como yo. Ellos no podían olerla, oírla, pero yo sí. Tenía los pulmones muy enfermos, y moriría en cuestión de semanas si no se le trataba.

—Volviste.

—Al par de días. En el hospital solo estaba el celador y un par de enfermos ingresados. Entre ellos, el niño. No tenían ni idea de lo que hacían con él. Aquella noche no fui capaz de acercarme, pero no dejé el edificio. A la semana, pude examinarlo, aunque... era casi un dolor físico.

—Joder, Valerian.

—Contener el impulso es muy difícil. Es una agonía, Gavriil. Te duele la boca, los dientes, la garganta y todos los músculos del cuerpo. Yo ya había convertido a Arseni, y lo había ascendido hacía un par de años. Sabía lo que me hacía. Y sabía que no podía transformar en vampiro a un niño de doce años.

Valerian lo miró con amabilidad y le palmeó la espalda.

—Así que te entiendo —aseguró—. Lo que no puedo ni llegar a imaginar es lo traumatizante que debe ser encontrarte con esto cuando estás empezando a entenderte. Y lo siento mucho. El destino ha sido cruel contigo.

Gavriil sacudió la cabeza.

—¿Qué hago?

—¿Qué quieres hacer?

—Alejarme de ella todo lo posible. No quiero, Val. No quiero transformar a nadie.

Valerian no pareció decepcionado al asentir.

—Muy bien —asintió—. Entonces te recomiendo no acercarte al lugar donde la viste, y trabajar a partir de ahí.

El joven cabeceó, y luego tragó saliva a través de la vibración incómoda e insegura de su garganta.

—¿Valerian? —musitó.

—¿Sí?

—Creo que vi a esa niña en otra ocasión. Antes de Aleksei.

El vampiro lo miró con las cejas alzadas.

—Entonces —dijo tras unos momentos—, ya te has alejado de ella dos veces. Significa que puedes hacerlo de nuevo si se cruza otra vez en tu camino.

Gavriil resopló, pero el gruñido desapareció.

—Eres el único capaz de verle el lado positivo a todo —comentó, entre divertido y frustrado, y Valerian le dedicó una sonrisa.

—¿Hay otro lado que ver?

GavriilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora