Capítulo XXIV

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Un autobús había tenido un accidente en pleno centro. Nadie estaba seguro de cómo había terminado empotrándose contra un bar. Había fuego y gente en un estado muy grave.

Cuando llegó la primera oleada, Gavriil sintió que se mareaba. El olor a sangre se unió al de la carne quemada, y empezó a oír los débiles alaridos de los heridos. Los boxes se llenaron en seguida y los heridos estaban en los pasillos y en la sala de espera.

Había tres médicos en urgencias, y solo cuatro enfermeros. Ekaterina se quitó la chaqueta de conductora y se puso a coser heridas.

Ante aquel horror, Kir comenzó a lloriquear, metiéndose entre las piernas de Gavriil. Alguien lo vio y le gritó que se llevara al «puñetero perro».

—No pasa nada —dijo Valerian de inmediato, sin levantar la vista del hombre al que examinaba—. Está conmigo. Gavriil, deja a Kir en recepción y ven aquí.

—¿Qué?

Su propia voz sonó ahogada por la sed y el pavor. El vampiro no se repitió: estaba ocupado examinando un fragmento de hueso que había perforado la carne en la pierna de aquel pobre desgraciado. El herido ya había perdido el sentido, lo que era una suerte.

Lentamente, el joven fue a la recepción, dejó que Kir se escondiera bajo el mostrador y se acercó a Valerian. Él lo miró un instante y sonrió apenas un poco. Luego, muy serio, volvió a mirar a su paciente y le dijo:

—Sujétalo, por favor.

—S... Sí.

Gavriil puso un brazo sobre el pecho del hombre herido y otro por debajo de la nuca. Miró con pavor al vampiro, que rodeó la herida abierta, aspiró entre dientes y luego, con fuerza, metió el hueso hacia adentro.

El paciente se despertó lanzando un terrible alarido. Fue una suerte que el joven lo estuviera sujetando. Su nueva fuerza le permitió aguantar las sacudidas del desconocido hasta que volvió a quedarse inconsciente.

En ese momento vio que Valerian rozaba la herida con la mano descubierta. Otro no lo hubiera notado. Él fue consciente del modo en que los bordes irregulares de la carne desgarrada parecían temblar y estirarse.

Miró al vampiro, que le devolvió una mirada de circunstancias. Lo vio llevarse la mano a los labios, lamerse discretamente las yemas de los dedos y luego pasarlas de nuevo por la herida.

—No la cierra del todo —explicó en voz muy baja—, pero da un poco más de tiempo. —Valerian cuadró los hombros y se volvió—. ¡Ekaterina! Ocúpate de coserlo.

—Sí. —La mujer vino corriendo, con manchas negras y rojas en la cara y la ropa, y comenzó de inmediato a coser una herida que ya sangraba mucho menos.

—¿Gavriil? —El joven alzó la vista, y el vampiro lo miró—. ¿Crees que puedes hacerlo?

Entendía lo que le estaba preguntando, y todo en su interior se reveló ante esa idea. No obstante, oía el llanto, los gemidos, y también el silencio de la gente que no tenía fuerzas para gritar.

Temblaba como una hoja cuando tragó saliva, intentando calmar el gruñido de su garganta, la sed y la bestia que le arañaba las entrañas.

—Creo que sí —dijo finalmente.

—Bien. Ven conmigo.

Ambos corrieron hasta el siguiente herido más grave. Por su uniforme, era un camarero, y tenía cortes y golpes por todas partes. Parecía que lo hubieran atropellado.

Gavriil sintió que el estómago le daba un vuelco, como si sintiera náuseas, pero en su lugar la bestia se agazapó, abriendo sus fauces. Él se tapó la boca, impotente, pero vio que Valerian no se tomaba un momento para acomodarse: se inclinó sobre el hombre como si le examinara los cortes del rostro, y al hacerlo puso los dedos sobre una de las heridas de su cuello.

Le temblaron las manos. Le temblaron, pero aun así, las extendió hacia la pierna del hombre. No recordaba mucho de anatomía, pero estaba seguro de que toda esa sangre que manchaba el vendaje de su muslo era una mala señal. ¿No pasaba por ahí una arteria importante?

Así que lentamente abrió el vendaje, y se encontró con el profundo corte que llegaba hasta el hueso.

—Oh, dios —jadeó.

—Ve fuera si no puedes —le dijo Valerian seriamente, y Gavriil se sintió como un niño.

—No. Puedo.

Se lamió las yemas de los dedos, preguntándose si alguien lo vería hacer algo como lo que iba a hacer. Pero no tenía tiempo para manías. Ese hombre se estaba desangrando.

Puso los dedos dentro de la herida.

El sonido fue casi tan estimulante como el contacto de la sangre caliente, la carne magullada. No obstante, sintió el cosquilleo del músculo al empezar a regenerarse.

Se llevó los dedos manchados de sangre a la boca y lamió.

La bestia rugió y lanzó un zarpazo. El gruñido de Gavriil quedó enmascarado por el llanto y los gritos de los heridos. Volvió a poner los dedos en la herida, por el otro lado. Ya no podía ver el hueso. El joven temblaba mientras repetía una tercera vez.

—Lo estás haciendo muy bien, Gavriil —susurró Valerian—. Sigue así, chico. Vamos a salvar la vida a esta gente.

Cuando llegó el amanecer, tres de los afectados por el accidente habían muerto, uno en la ambulancia, otro a causa de las quemaduras, y otro por la pérdida de sangre. Pero veinte sobrevivieron... y al menos seis de ellos lo hicieron porque había vampiros en urgencias.

La idea no dejaba de resultarle insólita y perturbadora. Después de dos años como un depredador, como un arma, había salvado vidas. Y supo que así como no olvidaba que había matado, tampoco olvidaría lo que había hecho aquella noche.

GavriilWhere stories live. Discover now