Capítulo XIII

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Tres días después de aquello, Gavriil observaba con indiferencia la herida de su mano. La quemadura parecía antigua, pero se la había hecho hacía dos horas. Un pequeño experimento. ¿Cuánto dolor podía aguantar? ¿Llegaría a morir quemado?

La respuesta era negativa. El instinto lo empujaba lejos del sol, como nunca antes lo había sentido. La luz lo había herido durante un minuto, tal vez... dejando su terrible marca, mucho peor de lo que estaba ahora.

Pero no moriría en seguida. Y un minuto era todo lo que podía aguantar al exponer la palma de la mano a un agujero de la persiana.

Podría atarse, meditaba con indiferencia, pero dudaba que hubiera ligadura alguna que pudiera contener a la bestia mientras trataba de liberarse. Y la bestia saldría. Siempre lo hacía.

En aquellos tres días, Gavriil no había dejado el desastroso piso que había encontrado para él y Yaromir. Una vez pudo oír pasos fuera, de okupas, probablemente, y la oscuridad ronroneó por salir de caza. Apenas logró controlarse.

En cualquier momento, el monstruo se desataría y saldría a buscar una presa. El joven no podía soportar otra muerte. No podía soportar seguir vivo.

—No puedo acabar con esto quedándome fuera de día —murmuró para sí mismo—. No lo soportaría. Me escondería y luego cazaría. ¿Cómo mierda se mata a un vampiro?

Otra de las lecciones que Yaromir había obviado, como tantas otras. Como, por ejemplo, qué hacer cuando tu sire te abandona por un cachorrito de algodón de azúcar.

No podía quitarse ese olor de la nariz. Ese nauseabundo y dulce olor, como a niño en una feria.

Irónicamente, había una feria en el centro. Un lugar idóneo para que un crío se perdiera.

«No quiero seguir pensando en eso», se dijo, y se echó de lado en el polvoriento sofá.

Había pensado en limpiar, recordó. Había pensado en adecentar el sitio, para vivir como personas y no como bestias. Pero todo eso ya daba igual. El polvo no le molestaba. Ni la grieta en la pared, o el agujero en el rodapié, por donde entraban los ratones.

Oía sus pasitos. Los olía. Notaba el veloz latido de sus pequeños corazones.

Allí había uno. Lo vio salir tentativamente, y como no percibió ningún movimiento, se paseó hasta la pata de la mesa. Gavriil lo siguió con la mirada, inmóvil. El animalito era pequeño pero estaba rollizo; sabía de dónde sacar buena comida.

Comida.

El joven se sentó de pronto, y el ratón, alertado, corrió como una centella hasta esconderse en el agujero.


Ya no había sangre en su piel, pero sí bajo las uñas. Intentó sacársela. No podía. Compulsivamente se llevó un dedo a la boca y mordió la uña para poder quitar la sangre seca que había debajo.

—¡Quieto!

El vampiro lo agarró de la muñeca y le bajó la mano con brusquedad.

—Mírame —espetó, y Gavriil lentamente ladeó la cabeza para mirarlo—. No vuelvas a hacer eso. Si te tragas aunque sea solo un pequeño trocito de uña, tendremos serios problemas, y no quiero perder a mi siervo tan pronto.


Yaromir siempre se había mostrado increíblemente inflexible a la hora de comer.

Una vez, con guasa, le había dejado beberse un refresco con gas. Gavriil se había sentido extraño, como si tuviera un empacho, durante horas. Tenía más sed, estaba mareado. Se le pasó después de «alimentarse apropiadamente», como si la sangre fuera la cura de todos los males.

No obstante, tragar cualquier cosa que no fuera líquida estaba prohibido: una hamburguesa, un caramelo,... un trozo de uña que tragara por accidente al mordérsela.

«No quiero perder a mi siervo tan pronto», se recordó. «Porque si como algo... ¿Moriré?».

Su primer impulso fue morderse la uña, pero se contuvo. Allí, no demasiado cerca pero sí lo suficiente, había gente. Si comer algo era la manera de matar a un vampiro, seguro que al monstruo no le gustaría.

No podía hacerlo allí.

Por primera vez en lo que parecía una eternidad, Gavriil se levantó del sofá con una nueva resolución. Los últimos rayos del sol se ocultaban tras los edificios, y la noche comenzaba a adueñarse de la ciudad.

«Es hora de ir a buscar algo para picar», pensó burlonamente.

No sonreía cuando salió del pequeño y destartalado apartamento, con suerte para no regresar... pero sus ojos, antes desprovistos de vida, estaban ahora llenos de resolución.

Si tenía suerte, si lo conseguía... por fin iba a acabar con toda esa horrible pesadilla.

GavriilWhere stories live. Discover now