Capítulo XVII

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—No... No... ¡No, no, no!

Gavriil cayó de rodillas. Su primer impulso fue rodear el cuello con las manos para detener la hemorragia. La sangre clamaba con fuerza, pero la bestia ronroneaba. Tenía el sabor a metal y a pasta carbonara en la boca. Lo había atacado. ¿Cuándo? ¿Cómo? No podía pensar.

—No te mueras —rogó temblorosamente—. Por favor, no te mueras. No te dejaré morir. No lo voy a permitir, ¿me has oído?

Tapó la herida con una mano. Con la otra, frenéticamente buscó en los bolsillos de su víctima, que yacía inmóvil. Su respiración era superficial y dificultosa. Se estaba muriendo. Se le iba.

—¡No!

Encontró el teléfono móvil. Le temblaban los dedos manchados de sangre cuando intentó desbloquear la pantalla, pero iba con patrón táctil. No importaba. Tocó la imagen del teléfono de emergencias y marcó.

En seguida respondieron.

—Servicio de emergencias, ¿en que...?

—¡Una ambulancia! —exclamó Gavriil desesperadamente—. ¡Por favor! ¡Se está muriendo!

—De acuerdo, señor. ¿Puede indicarme la gravedad de las heridas?

—Mal, muy mal. Tiene... Tiene un... Un corte en la garganta. Estoy tapando la herida. Por favor.

—Siga tapándola. ¿El sujeto respira?

—Sí, sí. La puta ambulancia, por dios.

—¿Puede indicarme la dirección?

—Mierda. Oh, mierda. Yo... Yo...

Gavriil miró alrededor, sin saber dónde estaba ni cómo había llegado. Pero vio la placa de piedra.

—Calle Vitaliya. Número... No lo sé. Creo que el tres. Sí, en el portal hay un tres. Por favor, por favor...

—En seguida llegará una ambulancia. ¿Puede decirme su nombre?

—Gavriil. Soy Gavriil. Mierda. Por favor, que no se muera...

—Lo estás haciendo muy bien, Gavriil. ¿Cómo está el sujeto?

—Vivo. Sigue vivo. Todavía está sangrando. No sé cuánto aguantará.

—¿Sabes qué le ha pasado?

—No. —Y lo peor era que era cierto—. No lo sé.

—Está bien, Gavriil. ¿El sujeto está consciente?

—No. No, se ha desmayado. No sé... No sé cuándo. Mierda, ¿y esa ambulancia?

—Llegará en unos minutos. ¿Puedes aguantar un poco más?

—Yo sí. Él no lo sé.

Cuando la ambulancia llegó con la sirena y las luces, el hombre todavía respiraba. Una mujer menuda saltó del asiento del conductor y corrió hacia él. Y se detuvo en seco.

—¿Pero qué...? —musitó.

Gavriil sabía lo que veía. No solo el hombre moribundo. También a él: de nuevo había sangre en su ropa, en su boca, en sus mejillas. La miró con furia.

—¡Haz tu puto trabajo, mierda! —espetó, y no le importó que le viera los colmillos.

La mujer lo observó. Fue sorprendente que no mostrara miedo. Por el contrario, se tomó solo un segundo para calibrar la situación y cabecear con firmeza.

—Bien, voy a hacer lo mío —asintió, abriendo la puerta trasera de la ambulancia—. Pero tú deberías hacer lo tuyo y lamer la herida.

—¿Perdona? —jadeó Gavriil, atónito—. ¿Qué haga qué?

—Yo puedo improvisar un vendaje pero no va a parar la hemorragia ya. Si lames la herida, se cerrará.

—¿Pero qué dices?

—Tienes treinta segundos mientras saco todo lo que necesito para los primeros auxilios. —La desconocida saltó dentro de la ambulancia—. Uno, dos, tres,...

Cuando la mujer llegó a quince, Gavriil se inclinó, y sintiéndose como un depravado lamió el desgarro de aquella carne vulnerable. El sabor de la sangre estalló en su lengua, y sintió el impulso de volver a morder... pero se contuvo.

Y como se contuvo, fue mudo testigo del modo en que las fibras del músculo se unían.

Boquiabierto, el joven vio cómo la herida empezaba a cerrarse.

—Eh, muy bien.

Gavriil alzó la cabeza, totalmente conmocionado, y vio que la mujer se había acercado y sonreía. La desconocida se agachó al otro lado del hombre, le vendó el cuello mientras cada vez sangraba menos y después le revisó la cabeza en busca de golpes.

—Eres novato, ¿verdad? —preguntó con ligereza.

—¿N... novato? —musitó Gavriil, atónito.

—En lo de ser vampiro.

Ella lo miró y sonrió de nuevo.

—¿Por qué no vienes conmigo? —le preguntó—. Me viene bien alguien que se quede atrás mientras conduzco.

—Tú... Tú sabes...

—Cariño, por si la sangre no es lo bastante elocuente, tienes largos colmillos de depredador. Creo que eso es un indicativo de muchas cosas. ¿Vienes?

Cuando la mujer comenzó a subir al hombre a la camilla, Gavriil la ayudó. Después subió en la ambulancia junto a su víctima, y la desconocida comenzó a conducir.

—Por cierto —dijo mientras encendía la sirena—, me llamo Ekaterina.

—G... Gavriil. Soy Gavriil.

—Muy bien, Gavriil. Ahí atrás hay un recambio de ropa de mi último compañero. Será mejor que te lo pongas.

No se movió.

—¿Quién coño eres? —musitó el joven, y la vio sonreír a través del retrovisor.

Una hora más tarde, Gavriil vestía como un enfermero y esperaba fuera, sintiéndose un intruso, cuando Ekaterina salió del hospital.

—Lo siento, he pedido que me cubran en cuanto he podido —se disculpó, acercándose a él con toda naturalidad—. Mi turno no se acaba hasta las nueve, y está claro que tú a las nueve tienes que estar en otra parte, bien lejos del sol.

La naturalidad de aquella mujer le resultaba perturbadora. Era humana; oía el latido de su corazón, olía su sangre espesa y caliente. Gavriil tragó saliva.

—¿Cómo...? —musitó—. ¿Q...? ¿Quién demonios eres?

—A lo segundo, ya lo sabes —respondió ella—. A lo primero, bueno. Un buen amigo mío es como tú. Solo que bastante más viejo.

—¿Conoces a un vampiro?

—Oh, sí. Trabaja aquí.

Gavriil abrió la boca, atónito.

—¿Trabaja... en el hospital?

GavriilKde žijí příběhy. Začni objevovat