Capítulo XXXVIII

6 3 1
                                    

—Te veo muy tranquilo.

Gavriil apenas alzó una comisura de los labios mientras manipulaba los controles y hacía la primera radiografía. De pie en la sala, Alyona se mantenía firme.

—Date la vuelta —le dijo—. Así.

Desconectó el micrófono y miró a Valerian.

—No me queda otro remedio —replicó—. Gracias por encontrarme un hueco.

—Es una noche tranquila —respondió el vampiro como si no pasara nada—. Solo hemos evitado un par de trámites. ¿Qué le pasa?

—Su padre la maltrata.

El gruñido de Valerian fue bastante elocuente, y a Gavriil le gustó.

—Ya puedes vestirte —le indicó a Alyona—. Ten cuidado con ese brazo. —Volvió a apagar el aparato y observó la pantalla—. Joder. Esa línea es una fisura.

—Eso no lo ha producido una persona.

—Su padre la golpeó y ella se cayó sobre un mueble.

—No ha intentado engatusarte con que se tropezó ni nada de eso.

—No. Ha sido muy clara. Sabe lo que soy.

—¿Y sabe lo que es ella para ti?

Gavriil resopló y rio... no sin cierto nerviosismo. ¿Qué era ella? La Llamada, el instinto reproductor de un vampiro... y otra cosa. Algo que todavía lo ponía más nervioso.

—No —respondió.

—Entiendo. —El joven temía que lo entendiera de verdad—. Estás en un terreno peligroso, chico.

—Ya. No sé si soy lo bastante capullo como para darle una palmadita y decir «bueno, pues ahora a casa, nena, que es tarde».

—No, no lo eres. Pero meterte en asuntos legales para retirarle la custodia al padre, un eminente juez para más señas, es algo turbio para los que son como nosotros.

—Ya —repitió Gavriil, y se volvió cuando la puerta se abrió—. Te daré un calmante y un bocadillo para que te asiente.

—Gracias —respondió Alyona con calma—. Hola, doctor Alkaev.

—Buenas noches, Alyona —respondió Valerian con una sonrisa amable—. ¿Por qué no subís a mi despacho? Puedes dormir un rato en el sofá después de comer.

—Gracias. ¿Va a avisar a mis padres?

El vampiro suavizó su expresión.

—No, cariño —le dijo—. Creo que lo mejor por ahora es que ellos no sepan nada.

La muchacha miró a Gavriil, luego a Valerian, y finalmente asintió.

—Gracias —musitó por tercera vez, bajando la vista.

Val le acarició la cabeza con cuidado.

—Yo traigo el bocadillo —dijo—. Llévala arriba y que descanse.

—Vale. Vamos, Alyona.

Gavriil se sorprendió al pasar el brazo por encima de aquellos delgados hombros. Puso mucho cuidado en no rozar el brazo derecho, que ella mantenía pegado al cuerpo. La muchacha no se alejó de él, no lo miró con extrañeza ni tampoco se estremeció como si el contacto le disgustara. De hecho... puede que se recostara un poco hacia él.

La llevó fuera de urgencias y al piso superior, donde estaban los despachos de los médicos regulares. Allí Valerian tenía un pequeño sofá, mesa y escritorio, archivos, y se había asegurado de que pareciera más hogareño que aséptico. Era una versión miniatura del despacho que tenía en su ático.

—No hay tele —le advirtió a Alyona.

—No importa. Gracias. —Gavriil cerró la puerta y se dio cuenta de que ella le había cogido la punta de la camisa de enfermero, pero mantenía la mirada baja—. De verdad. Gracias.

—Eh, pequeña. —El joven la tomó del mentón, pero como no alzaba la vista, solo se lo acarició—. Está bien. No hay nada que agradecer, ¿vale? Estás herida y voy a cuidar de ti, eso es todo.

—Pero no vas a llamar a mis padres.

—No, no lo haré.

Quiso llevarla hacia el sofá, pero la chica no se movió. Preocupado Gavriil le acarició la cabeza.

—¿Tengo que volver a casa? —preguntó Alyona.

«Oh, vaya».

—Eso depende de ti.

—¿Puedo... quedarme contigo?

«Mierda».

—Es complicado.

De pronto ella alzó la vista y le lanzó una mirada fría y dura.

—No me trates como si fuera una niña ingenua —espetó—. No me digas que «es complicado» y «lo entenderé cuando sea mayor». Odio cuando la gente hace eso.

—Sí, ya lo veo —resopló Gavriil, pero ver su rostro más valiente lo tranquilizó—. Por desgracia, no es una broma ni intento evitar darte una respuesta. Es complicado.

—Tiene que ver con lo que eres.

—Sí.

—¿Quieres morderme?

El joven aspiró profundamente, y se arrepintió en seguida. Se inundó del olor de Alyona, todos sus impulsos arañando por salir y tomar lo que quisieran. Carraspeó, tragó saliva con sabor a sangre y tiró de su brazo sano para hacerla sentar en el sofá.

—Es más difícil que eso —musitó—. Mucho más.

—¿Quieres o no?

—No. Sí. Es complicado.

—Gavriil.

—Está bien. —Volvió a respirar hondo contra su propia cordura y se frotó la boca—. Vale. Sí, quiero morderte. Y beberte. Hueles bien. Es un impulso primitivo. A ti se te hace la boca agua delante de tu plato favorito, seguro.

—¿Soy tu plato favorito?

Gavriil le lanzó una mirada ácida. Ella alzó una ceja con cierta guasa.

—Oh, sí —replicó con ironía—. Eres como un pastel de carne y patata todo bañado en salsa de tomate. Me muero por darte un mordisco. Y no, por favor, no te ofrezcas. Esto no es una broma.

Cuando Alyona cruzó las manos sobre el regazo y compuso su expresión más modosita, el joven no pudo evitarlo. Se echó a reír.

GavriilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora