Capítulo XXIX

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~ Cinco Años Después ~


—Allá vamos, chico —musitó Gavriil.

Kir caminó a su lado con la cabeza en alto y andares tranquilos. Mucho más tranquilos que él, en todo caso. El joven sentía verdaderos retortijones, lo que era una rareza, teniendo en cuenta que lo que quedaba de su estómago era menos que funcional.

Solo tuvieron que cruzar media calle. Era estrecha, sucia y maloliente, pero allí había un pequeño local, un punto de luz en la oscuridad del callejón. Era un puesto de envueltos de carne.

Gavriil casi sintió que el corazón se le salía por la garganta, una reacción muy humana para ser un vampiro, pero tomó con firmeza la correa y dio un paso dentro del local, bajo la intensa luz de los fluorescentes.

Había dos clientes, una joven que debía ser camarera, y el dueño.

El hombre era alto, fornido y moreno, tenía gesto amistoso y profundas cicatrices en el cuello. Por lo que el joven había averiguado, se reía al contar que un perro se le echó encima. Nunca había hablado de ningún chico demacrado con sangre en la ropa.

—¡Bienvenido! —saludó el dueño.

Evidentemente, no lo reconocía. Gavriil apenas se reconocía a sí mismo, así que lo había esperado. Tampoco el policía había sabido quién era él.

Valerian decía que la esencia estaba en la actitud. Gavriil no se comportaba como el casi neófito que había sido por aquel entonces. Había aprendido a mantener el equilibrio, y ahora, bastante en paz con su naturaleza, podía caminar con la cabeza en alto, mirar a los ojos a los humanos y saber que no iba a atacar.

Por supuesto, no era tonto y sabía que los arreglos personales también ayudaban. Iba vestido con vaqueros limpios, camiseta con el logo de un videojuego, chaqueta abierta y deportivas nuevas. Llevaba un colgante en forma de colmillo y una riñonera con algo de dinero y el teléfono móvil, y su pelo estaba limpio y bien peinado.

No, no parecía la misma persona que la que atacó a aquel hombre, hacía ya cinco años.

—Hola —saludó con una sonrisa, y aunque sintió el leve pulso de los colmillos al querer desenfundarse, los mantuvo ocultos, hundidos en las encías—. Pasaba por aquí y el olor me dio un hambre de muerte. Está abierto, ¿verdad?

—Pues claro, pasa —dijo el dueño dando una palmada amistosa, pero no se acercó.

—Llevo a un perro.

—Bueno, ¿muerde?

—No.

—¿Ensucia?

—No cuando hay un techo sobre su cabeza.

—¿A alguien le molesta el perro?

Hubo un coro de noes, y el hombre le sonrió. Gavriil devolvió la sonrisa y entró con Kir en el local, aunque no se acercó a ninguna de las utilitarias mesas de metal. Su acompañante se sentó a su lado y levantó una pata a modo de saludo, lo que hizo reír a los clientes y ronronear como un gatito a la chica del delantal.

—Qué rico, ¿cómo se llama? —inquirió, acercándose.

—Kir. Es perro de terapia —explicó el joven con evidente orgullo—, y sirve de compañía para los ingresados.

—¡Ay! ¿De verdad? ¡Qué mono! ¿Puedo tocarlo?

—Claro.

Durante un total de cuarentaidós minutos, Gavriil estuvo hablando con completa normalidad en aquel ambiente desconocido del que una vez había salido huyendo, cubierto de sangre. Compró un envuelto de carne como el que le habían regalado en aquel entonces, llevó a cabo algunos trucos con Kir y habló sobre los beneficios de los animales de terapia en el hospital.

Cuando salió, aludiendo a quienes lo esperaban en casa, nadie había sospechado que él había dejado esas cicatrices en el cuello del dueño, y si este lo hacía, no lo había dado a entender.

—Bueno —suspiró Gavriil, partió un trozo del envuelto de carne y se lo dio a Kir, que lo devoró con entusiasmo—. Joder. Te encanta, ¿verdad? Claro que fue tu primera buena comida en... Imposible saberlo. Pero en mucho tiempo, por las pintas que tenías.

Ahora el perro tenía un aspecto magnífico, estaba en su peso y su pelaje color chocolate era lustroso y suave. El recelo con el que había tratado a la gente, el miedo ante la multitud y los ruidos fuertes, habían ido desapareciendo con el tiempo. Ahora disfrutaba de la compañía, hacía trucos y entretenía a los niños en el hospital. Aunque seguía durmiendo sobre los pies de Gavriil, como si le preocupara que, cuando despertara, se hubiera ido.

Sonriendo con ternura, el joven le palmeó la cabeza al perro, que lo miró con esperanza de que le diera otro bocado.

—Ahora no, chico —dijo, divertido—. Nos volvemos a casa.

Su apartamento estaba lejos de aquella zona, y bastante más cerca del hospital. El edificio, al contrario que aquel que intentó habitar hacía años, era limpio, ancho y de fachada cuidada. No había grietas ni goteras ni agujeros para los ratones.

Estaba en la segunda planta. No tenía balcón ni mucho menos terraza, pero la ventana era grande y tenía vistas al parque. Tenía sofá-cama, un discreto escritorio, una estantería y ordenador, y eso le servía de salón, dormitorio y despacho. La cocina incluida era, como la de Valerian, más visual que utilitaria, y también tenía bolsas de sangre y jarras para beber.

La única habitación aparte era el cuarto de baño. No utilizaba el retrete, pero la bañera era un lujo en el que había gastado lo que había podido: tenía función de hidromasaje, luces, y el agua salía caliente de inmediato.

Ahora Ekaterina lo intentaba convencer de mudarse a un lugar más alto y más grande. Gavriil casi se sentía tentado a picar, porque le había enseñado un dúplex que tenía muy buena pinta.

—Míranos —rio, sacudiendo la cabeza, y observó a Kir ir directamente a su cama, junto a la del joven, y enroscarse en ella—. Hace cinco años nadie hubiera dicho que viviríamos así, ¿eh, chaval?

GavriilTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang