Capítulo XXV

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El apartamento de Ekaterina estaba más cerca del hospital que el ático de Valerian. Como el amanecer estaba demasiado cerca, aquel fue su destino.

—Recordad que esto no está preparado para tres personas y un perro —advirtió la mujer, cuyos ojos estaban casi cerrados por el cansancio—. Ah, ya estoy en casa...

Abrió la puerta y dejó las llaves en un cesto sobre el único mueble del pequeño recibidor. Este daba a la estancia que hacía de cocina y salón. Gavriil sintió una especie de añoranza al ver la mesa de comer, plegable pero utilitaria.

—Está muy bien —aseguró.

—Yo no tengo terraza, pero tengo un bonito balcón del que disfrutarás esta noche si quieres —respondió Ekaterina sin preocuparse—. El baño está por ahí, y el dormitorio aquí. Tengo suerte de que Valerian me convenciera de comprarme una cama y no un sofá-cama, porque mi cuarto es de lujo.

Valerian sonrió ante la mención.

El cariño entre los dos era más que evidente. Más que padre e hija, eran como buenos amigos... y eso también le resultaba desconcertante.

—Aunque eso significa que la tele está en la habitación —continuó la mujer como si tal cosa, yendo hacia el dormitorio—. Me duermo con su ronroneo, aunque es una mierda cuando cambian la programación y empiezan a estallar bombas.

—Mi madre hace igual.

Gavriil sintió que el estómago le daba un vuelco al pensar en su madre. Cada vez pensaba menos en ellos, se dijo con tristeza. Cada vez era menos la persona que fue antes.

Dio un respingo cuando Ekaterina le palmeó afectuosamente la mejilla.

—Tu madre sabe lo que se hace —dijo, le sonrió, y después entró en el dormitorio—. ¡No miréis!

El joven resopló y fue hacia el sofá. Era cierto, frente a él había una mesita auxiliar y al fondo un mueble, pero no había televisor.

—Es una suerte que su casa esté tan cerca —comentó, viendo a Valerian comenzar a bajar la persiana.

—Es verdad —asintió el vampiro—. Se puso muy contenta cuando consiguió este sitio. Intentó que se lo cambiara.

—Oh, claro, quedarse ella con el ático.

—Lo peor es que lo decía en serio. Consideraba que me vendría mejor a mí estar cerca del hospital.

Gavriil cabeceó. Eso, pensó, era muy propio de Ekaterina.

Era una mujer excepcional. Abierta, alegre y altruista, llevando al límite su propia resistencia y su salud para ayudar a otros. En aquellas semanas la había visto doblar turno y después ir a sacar a Kir.

Valerian rio por lo bajo.

—Ha caído rendida —le dijo con una sonrisa.

El joven prestó atención y notó la respiración de la mujer al otro lado de la pared. Era lenta y profunda. Se había dormido. El vampiro sacudió la cabeza, divertido, y fue hacia el dormitorio. Tras unos momentos, Gavriil se levantó y lo siguió.

Ekaterina se había quedado en ropa interior cruzada sobre la cama. El joven sintió un atisbo de incomodidad y vergüenza, pero Valerian la cogió en brazos con mucha naturalidad, abrió el lecho y la depositó en él, arropándola. Se tomó un momento para acariciarle la cabeza mientras Ekaterina se acomodaba, sin despertarse, antes de retroceder hasta él y sonreírle de nuevo.

El vampiro encendió el televisor, puso el canal de música a volumen bajo y después salió, cerrando la puerta tras de sí.

—La quieres mucho —comentó Gavriil.

GavriilWhere stories live. Discover now