CAPÍTULO 3 | METRO

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Soplo cuando mi móvil vuelve a sonar. Lo agarro de mala manera y descuelgo sin mirar quién es. Por suerte, la persona que hay al otro lado de la línea es Holly.

—¿Qué haces durmiendo todavía?

Me incorporo con los ojos cerrados todavía y me desperezo, intentando ser persona.

—¿Acaso te importa? —pregunto.

Cuando la escucho suspirar es cuando me centro en lo que me está diciendo. Miro a la hora y abro los ojos de par en par cuando en el reloj se refleja claramente la una de la tarde.

—Habíamos quedado...

—Para comer —susurro, terminando la frase por ella—. Holly, dame diez minutos y te prometo que estaré.

Antes de esperar su respuesta, le cuelgo, me levanto y corro hacia la ducha. Tardo menos de cinco minutos porque no me he lavado el pelo y bajo las escaleras de mi edificio colocándome las zapatillas.

Ando lo más rápido que puedo y me subo al primer metro que pasa. Al entrar, un chico me golpea en el brazo al pasar por mi lado.

¿Por qué nadie puede mirar por dónde narices va?

Me giro a él para enfrentarlo, pero abro los ojos sorprendida cuando veo de quien se trata.

Axel me está mirando con una gran sonrisa mientras se quita los cascos. Centrando toda su atención en mí.

—Hola, Daila. —Ruedo los ojos al escucharlo pronunciar mi nombre.

—Hola —le saludo—. ¿Qué haces...?

Me callo cuando me doy cuenta de lo que he hecho. ¿Desde cuándo soy yo la que empieza una conversación?

Me mira, confuso y niego, restándole importancia.

—¿Qué haces...? —repite, buscando mi mirada.

—Aquí. ¿Qué haces aquí? —repito en voz baja.

—Imagino que lo mismo que tú —señala—. Transportándome a otro lugar porque esta ciudad es increíblemente grande.

Asiento, dándole la razón. No voy a decir que me ha costado dársela porque obviamente la tiene. La gente se sube al tren o metro para ir de un lugar a otro. Me golpeo mentalmente e intento aparentar normalidad.

—Sí.

Me limito a decir, pero parece que él no tiene límites, porque sigue hablando conmigo. Poner cara de que nada me importa suele funcionarme con todo el mundo, pero con él no lo hace.

—¿Has vivido toda tu vida aquí?

—No —niego rotundamente. Parece ser que lo he dejado sin ganas de preguntar cosas y una pequeña parte de mí se siente completamente estúpida por ser borde—. No soy de aquí. Vivo en Noruega desde hace tres años más o menos.

Me sorprendo a mí misma de la cantidad de información que he sido capaz de dar en una sola frase. Y, por extraño que parezca, no me preocupa.

—¿De dónde eres? —pregunta con curiosidad. Lo miro por primera vez desde que hemos empezado a entablar conversación y me doy cuenta de que él sí estaba mirándome a mí—. Yo sí que nací y me crie aquí.

—No lo pareces. —Me mira con el ceño fruncido—. Por el rollito que llevas de ser sociable. La gente de aquí es más introvertida.

La mueca de su cara se relaja y posa una pequeña sonrisa sobre su rostro.

—Son estereotipos de las ciudades y los países.

—Puede ser, pero da la casualidad de que la gente con la que me he encontrado por el camino sí que han encajado en ese estereotipo —le explico, ocultando la sonrisa que aparece.

Una canción robadaWhere stories live. Discover now