CAPÍTULO 15 | CANCIONES

40 4 2
                                    

Axel

Verla así de tranquila, con la paz inundando su mundo y con la calma latente entre cuatro paredes es como he deseado verla desde que la conocí en el concierto de HidOut desgastando su rabia con alguien al otro lado de la pantalla por el plagio. Y ahora está aquí, con la guitarra en la mano y murmurando melodías que desconozco pero que me encantaría cantar a pleno pulmón. Está sentada en el sofá de su casa con la guitarra sobre sus piernas, una libreta sobre su muslo y un lápiz que va desde su oreja hasta sus dedos cuando una frase le viene a la cabeza. Yo, en cambio, me dedico a mirarla, porque no puedo hacer otra cosa que no sea admirarla.

—¿No tienes nada que hacer? —pregunta, sin dejar de escribir.

—Sí —respondo sin moverme del sitio y sin apartar mis ojos de ella—. Mirarte.

Eso es lo que hace ella cuando pronuncio esa palabra. Me mira, sorprendida y rueda los ojos para después sacarme el dedo corazón. Suelto una carcajada y me acerco hasta ella para intentar leer lo que pone en la libreta, pero la aparta de golpe, dejándome con las ganas.

—Es privado. —La quita de su pierna, junto a la guitarra y se gira hacia mí, quedándose a escasos centímetros—. ¿Quieres qué hagamos algo? Estás aquí porque tú querías, pero no creo que planeases no hacer nada.

Tiene razón. Le he mandado un mensaje para quedar con ella, porque alguno de los dos tenía que dar el paso y tenía tantas ganas de verla que el orgullo no ha funcionado para mí. Desde que he llegado, nos hemos saludado como si yo no quisiera ir más allá, pero lo cierto es que me encantaría haberle dado un beso para después hablar de lo que ocurrió aquel día. Las dudas me han asaltado cuando se ha apartado de la puerta, dejándome pasar, y me ha saludado con un simple «hola».

—¿Qué quieres qué hagamos?

—No lo sé. —Alza los hombros—. ¿Por qué tantas ganas de venir?

Se cruza de brazos y de piernas frente a mí. Mis ojos se desvían de los suyos y bajan hacia sus piernas, que están totalmente desnudas porque lleva un pantalón corto. Carraspea sacándome de mi mundo y alza las cejas. Se ha dado cuenta.

—Sí lo sabes —le reto—. Tenemos una conversación pendiente.

—¿De verdad vamos a hablar de eso? —Su pregunta me pilla por sorpresa. Quiero hablarlo, porque necesito saber si a partir de ahora voy a poder besarla de vez en cuando o si ella cree que fue un error y no quiere volver a repetirlo—. ¿O vas a volver a besarme? Porque se me está acabando la paciencia y ya no puedo disimular que no tengo ni idea de que escribir y...

La interrumpo acercándome a ella y pegando sus labios a los míos. Es un beso efímero, sin agresividad. Solo un segundo donde me recuerdo cómo me sienta estar a su lado.

—¿Estabas fingiendo componer? —Asiente—. ¿Por qué narices no has apartado todo y me has besado tú?

—¿Y perder el orgullo qué dices que tengo?

—Oh, Daila, cállate.

Suelta una carcajada que inunda la habitación. Me quedo mirando como se abre ante el caos, como su sonrisa ilumina la oscuridad y como su forma de reírse consigue hacerme sonreír a mí.

—Axel —murmura.

—¿Sí?

—¿Alguna vez vas a dejar de sorprenderte cuando me río?

Me lo pienso unos segundos.

—La verdad es que no —confieso—. No me acostumbro.

—No lo hagas.

Una canción robadaWhere stories live. Discover now