CAPÍTULO 4 | ALCOHOL

55 5 8
                                    

Axel

Leo vuelve a teclear el número de Matthew por quinta vez, pero de nuevo, nadie responde. Como cada día.

Nos hemos acostumbrado a que salga de fiesta cada fin de semana, se meta en cualquier rincón de mierda y no pare de beber hasta perder la consciencia. He perdido la cuenta de las madrugadas que he tenido que salir corriendo hacia él para sacarlo de cualquier aprieto con el alcohol.

Leo, Matthew y yo somos amigos desde que nacimos. Siempre íbamos juntos a todas partes, pero cuando cumplimos los dieciséis cada uno tomó su camino. Yo decidí seguir estudiando porque quería llegar a ser periodista alguna vez. Leo se puso a trabajar en la fábrica de su padre y Matthew... él simplemente dejó todo. Se alejó de Oslo durante un par de años y cuando volvió no les hablaba a sus padres ni tampoco a su hermana.

Recurrió a nosotros por ayuda y desde ahí, no nos hemos ido, aunque no faltan ganas de hacerlo. Incluso me odio por pensar de esta forma.

—No va a contestar. Ayer fue viernes. ¿Qué crees que hizo toda la noche?

Encajo el puerto USB dentro del ordenador mientras intento convencer a Leo que es una tontería seguir intentándolo.

—¿Y si le ha pasado algo?

Por un momento dudo, pero después recuerdo que es Matthew de quien estamos hablando.

Me giro hacia él y niego lentamente.

—Puedes estar tranquilo, tío. Estamos hablando de Matthew. No le va a pasar nada. Lleva años haciendo esto.

Esto algún día va a acabar con él —escupe para después susurrar: —Y con nosotros.

No puedo reprocharle ese pensamiento porque sé que tiene razón. El día que nos arranquen a Matthew de la vida va a ser uno de los peores momentos.

Cada día, cuando me levanto, intento mentalizarme en que lo hemos ayudado en todo lo que nos ha dejado. Le hemos dado casa, dinero y apoyo. Hemos dejado de hacer cosas que a Leo y a mí nos gustaban para poder estar con él. No hay nada más que podamos hacer.

—Ese día no ha llegado todavía.

—Pero llegará.

Me levanto y me acerco hasta él, quitándole el teléfono.

—No ha llegado y, cuando lo haga, ya veremos lo que hacemos, ¿vale? —asiente, dudoso y apoya el brazo en la mesa—. Cuéntame que tal te va con tu padre.

—Ahora mismo se jubila —anuncia con una sonrisa. Sé lo difícil que ha sido para él ver a su padre sufriendo cada día por no ser capaz de poner dos cables bien—. Después de siete años por fin voy a poder seguir sus pasos.

—¡Eso es genial, Leo! ¿Cómo está él?

Sonríe con los labios nostálgicos y sé que no es una respuesta sencilla.

—Está procesándolo todavía. Es un paso, pero siento que cuando llegue el día que no tenga que madrugar para ir a la fábrica, va a ser consciente de todo y va a pasarlo mal.

—Hay procesos que son duros de llevar.

—Sí. Lo son —se limita a decir, pero después de unos segundos vuelve a hablar: —Vamos a organizarle una fiesta, ¡podrías venir! Le hará ilusión verte.

Me sorprendo por su invitación porque hace años que no me invita a su casa, pero estoy feliz.

—Hace mucho tiempo que no veo a tus padres.

—Porque tú no has querido —me guiña el ojo.

—No me invitas.

Me fulmina con la mirada y suelto una carcajada.

Una canción robadaWhere stories live. Discover now