CAPÍTULO 7 | ACCIÓN

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Axel

Llevamos casi media hora dando vueltas sin sentido por calles que no conocemos. Leo ha decidido darme mal las indicaciones y hemos acabado por una zona que tiene pinta de no ser un buen barrio.

Piso un poco más el acelerador, sin pasarme de las normas de tráfico, y salgo como puedo de las calles para encontrar algún sitio en el que parar un segundo y reubicarnos. Mi amigo no para de reírse con él mismo por no entender muy bien como va el GPS. Yo en cambio, intento aguantarme la risa y parecer enfadado para que se centre y pueda ubicarme, pero no sirve de nada.

—¿Puedes estarte quieto? —pido, mirando por el espejo retrovisor y poniendo el intermitente.

No responde.

Paro en un lado lateral de la calle y casi parece que le arranco el teléfono de las manos. Me mira intentando fruncir el ceño, pero su sonrisa sigue colocada en su rostro y ambos sabemos que es imposible ocultar.

Escucharlo reírse y viéndolo intentar ocultar una sonrisa me hace sentir bien. Últimamente todo el tema de Matthew le ha pasado factura. A veces está en cuerpo, pero su alma desaparece, es como si la tristeza, o incluso el miedo, le invadiese.

—No sé cómo has confiado en mí para esto.

—Era eso o nada —le digo, centrándome en el teléfono—. Creía que con los años habías aprendido a utilizar esto. —Señalo el aparato que tengo entre mis manos.

—Hace mucho tiempo que no hacemos viajes en coche para perdernos por ahí.

Asiento, alzando la cabeza.

—¿Cuándo fue el último que hicimos?

Ni siquiera soy capaz de recordar cual fue la última vez que los tres nos subimos a mi coche y empezamos a recorrer autovías y carreteras sin saber donde íbamos a parar. Leo era el copiloto la mayoría de las veces, pero cuando volvíamos a casa siempre era Matthew quien nos daba las instrucciones para llegar bien.

—No lo sé. Yo tampoco lo recuerdo —admite alzando los hombros y mira la ventana.

Cuando consigo situarme, soy consciente de que estamos a dos minutos contados de distancia. Apago el móvil y sin decir nada, me dirijo a casa de Daila.

Al llegar, la veo en la puerta esperando. Una pequeña parte de mí se preocupa porque no sé el tiempo que lleva aquí fuera.

—Hola —saludo yo primero en cuanto entra al coche.

—Hola —me responde sin mucha efusividad.

Me permito observarle el maquillaje y el pelo, ya que es lo único que soy capaz de verle por la poca luz que entra de la calle. Se ha recogido el pelo en dos trenzas de raíz y su maquillaje es bastante llamativo. La raya del ojo es gruesa y larga, pero sin llegar a ser ruda, más bien parece querer reivindicar algo a través de sus ojos.

El carraspeo de Leo me saca de mi mundo, sacudo la cabeza lo más disimulado que puedo y pongo el coche en marcha.

Por primera vez, es Daila quien empieza una conversación, así que cuando la escucho hablar me sorprendo.

—¿Sabéis dónde está o preferís que os de indicaciones? —El tono de burla aparece a través de su pregunta y eso le arranca una carcajada al idiota de Leo.

—Que graciosa vienes hoy —me animo a decir—. ¿A qué se debe esto?

Miro por el espejo retrovisor y su mirada fruncida se cruza con la mía.

—Probablemente hoy acabe con lo que me está jodiendo la vida durante las últimas semanas.

Un aura rara me invade. Está demasiado segura de que todo va a terminar bien, pero no es consciente de que no siempre hay finales felices. Quizá nunca llegue a demostrar que esa canción es suya o quizá entren en un juicio infinito y se acabe cansando de pelear por ella.

Una canción robadaWhere stories live. Discover now