La noche que cambió todo

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Arista

Maxwell estaba muy concentrado en el libro en su mano y la otra en la taza de café, yo me cansé de avivar el fuego y me puse de pie para practicar mi baile usando el agua creando una brisa tranquila que acompañara mis pasos en en la hierba, vi por el rabillo del ojo a Max alejarse pero continué en lo mio. La luna brillaba con todo su esplendor y las estrellas parecían querer hacerle una competencia, me detuve de repente al escuchar las suaves teclas del piano que puso en su celular: era una grabación de la pieza de baile que él mismo había creado cuando éramos niños. Sonreí y me acerqué a él, lo tomé de la mano y me incliné como un caballero que ofrecía un baile a una dama, logrando sacarle una sonrisa.

- ¿Bailamos? - Le pregunté. Max asintió y puso una de sus manos en la mía y la otra en mi espalda. Comenzamos a movernos con sincronía con el vals, los pasos fluyeron naturalmente y me dejé llevar con una sonrisa por la coreografía que habíamos modificado a nuestra gusto en aquel tiempo, en uno de los pasos giré sobre su mano al menos cinco veces pretendiendo ser una muñeca de ballet sin dejar de hacer contacto con él en los momentos que me cruzaba en su frente, separarnos y unir nuestras manos para repetir los primeros pasos básicos, tomé mi vestido como si estuviera en un baile y lo usé con los procedimientos de etiqueta que se usaban para demostrar al público el afecto por tu pareja de baile, una manera diferente indicaba repulsión y era para poner en vergüenza pública a la figura de baile. Max lo comprendió y emitió una leve sonrisa antes de continuar y girarme con mi espalda en su pecho, moví mi cabeza en su dirección y seguí haciendo contacto visual con sus ojos, volvimos a la posición original y seguimos desplazandonos por la tierra, en el paso final Max me levantó pero no me bajó cuando la canción terminó. Me sostuve de sus hombros mientras Max me atrapaba por mis muslos.

- ¿No deberías bajarme? - Susurré estancada en él, no podía despegar mi atención de sus iris rojos. Max me bajó, lentamente sin interrumpir nuestra conexión, mi cuerpo rozó con el suyo hasta llegar al suelo. Me sentí vulnerable y seguía aferrándome a él sin alejarme.

Max puso una mano en mi mejilla.

Ya habían pasado varios meses desde que Cedrick se había presentado con lo que esperaba de nosotros por el contrato y no había sucedido nada, yo eventualmente dejé de pensar en ello al ver a Max tan tranquilo y sin tratar de cumplirlo, pero... justo ahora, teniéndolo tan cerca y con las emociones arremolinándose en mi pecho sin control por lo mucho que quería seguir sintiéndolo cerca, por recordar cada baile y momento a su lado que se sentía así: tan irreal, tan intenso y tan nuestro.

Nunca podría cansarme, ni de lo más cotidiano a su lado.

Nuestros días en general eran tranquilos, compartiendo ideas de libros y Maxwell salía a menudo para hacerse cargo de nuestras empresas, lo que me hacía darme cuenta de lo mucho que me acostumbraba a él porque no podía dejar de extrañarlo y esperarlo, en general compartiamos nuestro tiempo como cuando estábamos solo nosotros dos en nuestra primera vida. Yo finalmente no tenía responsabilidades que cumplir o vidas sobre las que mandar y Maxwell me convertía cada vez más en una mimada que no tenía que preocuparse por nada.

Levanté mi mano hacía su rostro y toqué con la punta de mis dedos sus pestañas y luego su mejilla. Cuando era Caliope pensé que no podía dejar de perderme en Max por el bello color azul cielo que tenían sus ojos, pero ahora que eran exactamente lo opuesto descubrí que no era el color. Max siempre me atrapaba con su mirada, como si nuestras almas se tiraran a través de ello. Lo hice inclinarse a mi y me elevé sobre las puntas de mis pies para alcanzarlo.

- Son bellos.- Le dije con sinceridad.

- Son los ojos de un monstruo.- Contestó.

Sacudí la cabeza.

Nuestro legadoWhere stories live. Discover now