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—Teo! ¡No corras! —.

—Oki tío Mieel! —un niño pequeñito, pequeñito, nacido prematuramente a los siete meses. Contaba con un adorable voz infantil y piernas cortitas, cortitas por las que caminaba por el tranquilo establecimiento llevando en las pequeñas manos una charolita plateada llena de azúcares en sobre, un delantal en miniatura de un camarero y una adorable pajarita negra con motitas rojas.

—¿Azúcar? — ofreció el cachorro a una pareja que se encontraban sentados compartiendo té frío con algunos bombones.

Se naricita de botón, adorable y rosada se arrugó y sus ojitos se cerraron cuando su sonrisa era demasiado grande dejando al descubierto sus dientecitos de conejo. Le había sonreído a la pareja y los dos lo habían alagado con dulces palabras causando un sonrojar agraciado en el pequeño coqueto.

Sus risitas infantiles, suavecitas que parecía que era moderado para no molestar a nadie más. Pequeño listillo.

El ex militar siguió con la oscura mirada al pequeñito que había pasado de una mesa a otra ofreciendo azúcar.

Era la primera vez que había visitado ese lugar. Se preguntó cómo es que no lo había descubierto antes, estaba curiosamente... encantado.

Lo encontró ubicado frente a un concurrido parque, a tan solo tres calles del edificio donde vivía. Acostumbraba mucho caminar en esos lugares por la paz y tranquilidad que ofrecía los árboles del parque. Pero había notado por primera vez aquella pequeña cafetería lleno de ambiente hogareño.

Estaba algo camuflado entre rascacielos poderosos y grandes arboles de antaño, las plantas que lo rodeaba daban una cálida bienvenida a todo aquel que quería un minuto de paz.

Era el tipo de lugar que podías sentarte por horas y no querer irse jamás, había un sentimiento de hogar, el aroma del café y la sensación de ser parte de las páginas de un libro poético describiendo el amor.

No tenía ningún lujo, los helechos colgantes adornaban tan maravillosamente la cafetería de paredes de ladrillo, arrullaba el corazón del solitario y abrigaba a aquel que sentía frio con la calidez suave y confortable que trasmitía, la entrada tenía un techo de enredaderas que permitían al cliente sentarse cerca de la vereda y aun así sentirse en intimidad.

Era increíblemente agradable, Mew se encontraba completamente tranquilo en ese lugar, su alfa encontró calma, sus hombros dejaron de tensarse y bajo la guardia. Por primera vez sintió que realmente se acabó la guerra.

Y Suspiro.

—¿Azúcar? —

El Alfa bajó la oscura mirada al cachorro. Quien se había cohibido ante su imponente presencia.

Su aroma profunda y densa tal vez fue lo que hizo que aquel pequeño cachorro de un paso atrás. El Alfa lo sabe. El pequeñito estaba muy sonrojado y no se había acercado tanto a él. Lo miraba sin sonreírle, no como anteriormente lo había hecho con las demás personas, y dejaba muy claro que saldría corriendo al más mínimo movimiento peligroso.

—E-es dulce—explicó preocupado al ver que el alfa no le respondía.

El Alfa se inclinó hacia el infante, con una seriedad inquebrantable y tomó dos bolsitas de azúcar —Gracias, pequeño —le dijo.

—Soy Teo —dijo suavemente el pequeño niño y retrocedió un paso más, mirando fijamente al hombre, su oscura mirada, aunque muy infantil e inocente, estaba llena de valentía —y soy grande —declaró seriamente —soy el hombre de la casa, yo cuido de mi Papi Gulf.

Una mueca nació en las comisuras del alfa, un intento de sonrisa que no había florecido, pero fue tal que su corazón hormigueo.

"Gulf" repitió su alfa.

Ese pequeño bebé, tan pequeñito como un omega y tan valiente como un alfa fue realmente admirado por el exmilitar, pero su enorme cuerpo, sus gigantescas manos y su seriedad inquebrantable ha conseguido poner nervioso al pequeño lobo.

Un estrepito y campanadas suaves seguido de bolsas cayendo al suelo los advierten de la llegada de alguien más.

—Cachorro?

—Papi! —Literalmente, Teo le había lanzado al alfa su charola de azúcares para correr a recibir a su padre.

Un omega había entrado en la cafetería con un apuro evidente y las feromonas ansiosas envolviendo su existencia.

Mew solo lo vio un segundo, ni siquiera pudo ver con claridad su rostro. Pero había sentido aquella presión en su corazón, su alfa se había puesto aún más ansioso y un extraño deseo de tener más de aquel desconocido.

Pero ese pequeño fue tan rápido a sus brazos, que no le había permitido al alfa ver ni siquiera un ápice de su rostro más que toda su delgada figura enfundada en telas degastadas y aun así el reflejo de una espalda elegante que se encorva sobre la bolita de cachorro que buscaba su protección y calor.

Era el padre omega de Teo. Había entrado repentinamente a la cafetería dejando caer a un costado sus bolsas para levantar en sus brazos al pequeño hombrecito de la casa.

Su alfa sin previo aviso quiso liberar feromonas y llamar la atención de aquel omega desconocido, las aletas de su nariz se movieron buscando su esencia en el aire y su mirada revelaba interés por sobre todas las cosas... pero buscar llamar su atención con su aroma sería en vano, solo le quedaba verlo desde la distancia.

Omega e hijo estaban ocultos dentro de un muro muy alto, se habían abrazado y ocultaron sus narices en sí mismos.

Estaban en una burbuja imposible de penetrar. El omega había llegado y había tomado a su hijo en un protector y cálido abrazo, dejó su nariz sobre la oscura cabellera de su pequeño y acarició lentamente su espalda, no se permitió inhalar ningún aroma que no sea la de su hijo.

"Sintió los nervios de su cachorro" pensó Mew viéndolos muy sorprendido. El vínculo entre padre y cachorro era muy fuerte, casi como la de una pareja destinada. Y aquello había llamado completamente la atención del alfa, era atípico.

Teo había reaccionado exactamente igual al padre. El cachorro encontrándose seguro se había hundido en los brazos de su padre e inhalo solo su aroma, con sus ojitos cerrados y ronroneando lentamente cuál gatito.

Mew quedó cautivado con tan bella imagen, un omega desconocido, trasmitiendo una imagen tan delicado y puro de sí mismo, sin necesidad siquiera de presentarse, su simple entrada en ese tan hogareño recinto ha dejado embelesado a más de uno, y el ex militar lo sabe, pues ese tan precioso omega había dejado en jaque a más de un alfa.

Y ni siquiera ha logrado ver su tan misterioso y anhelante rostro, el omega brillaba sin siquiera intentarlo, y a él se agarraba un inocente, con las cortas piernitas colgadas a cada lado de las caderas, Mew solo podía ver las diminutas manos de Teo tomando fuertemente la camisa de su padre y su oscuro cabello negro asomándose en el rincón del cuello del omega.

Un cuello que carecía de marca, y un omega cuyo olor era inapreciable.

Trago el agua que se le había formado en la boca y solo lo miro en silencio mientras el omega caminaba con tranquilidad con su bebé en brazos detrás del mostrador hasta desaparecer por una puerta y un agujero en el corazón del alfa de repente se hace más que pesada.

Solo cuando el omega desapareció pudo darse cuenta que el beta que lo había atendido desde un principio lo estaba observando fijamente mientras recogía la bolsa que el omega había dejado absorto en el suelo.

Mew queda sorprendido consigo mismo, enderezándose lentamente prestando atención nuevamente a su ahora muy aburrida taza de café.

Alguien lo estaba observando fijamente y sin disimulo, y ni siquiera lo había notado. Era obvio que aquella pequeña familia de omega y cachorro lo había hechizado.

Y aunque jamás lo admita, sabe que desea tener una familia tan hermosa como aquella. Dolorosamente, aunque todo indique que ese omega pueda no tener alfa por la falta de aroma de uno en ellos, el padre de ese hombrecito debe estar cerca de los dos.

Porque ¿Qué clase de Alfa idiota dejaría tan magníficas criaturas al abandono?

Mi omega, mi Dios!Where stories live. Discover now