XXXII

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- Evelyn, ¿Qué ocurre? - Preguntó Marian al ver que era la tercera vez que la seleccionada se perdía en la conversación que estaban teniendo.

- Lo siento, me he distraído un segundo. - Dijo Evelyn a modo de disculpa, igual que había hecho las dos veces anteriores.

- Eso ya lo he notado, por eso te pregunto. ¿Qué tiene tan ocupada tu mente? - Marian le hablaba con paciencia, como si fuese su hermana pequeña. En los últimos días que había estado con ella había descubierto que era varios años mayor que Evelyn, y habían podido entablar una relación más profunda.

     Sin contar que realmente le conmovió cuando uno de los príncipes fue a buscarla diciendo que Evelyn había pedido su ayuda; cada vez que lo recordaba le hacía sonreír.

- Ese es el caso, creo que no es... La mente.

- ¿Qué es entonces? A lo mejor puedo darte algún consejo útil.

- No sé, es una sensación extraña... Como dentro. Cada vez que intento pensar sobre ello la mente se me queda en blanco.

- ¿Totalmente en blanco? ¿No te viene nada?

- Bueno... De vez en cuando... Aparece el rostro del príncipe. - Respondió Evelyn, silenciando su voz progresivamente y agachando la mirada hasta sus manos del mismo modo.

     Marian dibujó una sonrisa en su rostro y metió un mechón de pelo rebelde detrás de su oreja antes de responder:

- Evelyn, ¿Has pensado que tal vez... Te estés enamorando?

- ¿Del príncipe? - Preguntó la joven, sorprendida. Se llevó la mano a la boca en un acto reflejo y se inclinó hacia delante en el diván.

     ¿Ella? ¿Enamorándose del príncipe? Eso... Le daba miedo. 

- ¿Y qué hago para que no pase?

     Marian abrió los ojos y tardó varios segundos en identificar si había escuchado correctamente o no.

- ¿No quieres enamorarte del príncipe? Pues estás en el lugar equivocado, Evelyn, esto es un concurso para encontrarle esposa a los príncipes, a los dos.

- Lo sé, lo sé, yo solo... ¿Y si tengo que vivir toda mi vida en palacio? ¿Y si no vuelvo a ver a mi familia? ¿Y si tengo que convivir con el rey todos, pero todos los días? 

     Marian entendió entonces el porqué Evelyn había formulado aquella pregunta y el porqué había estado tan distraída esa mañana. Se sentó a su lado en el diván y le regaló un cálido abrazo, aunque se preocupó por no hacerle daño alguno en la espalda.

     La seleccionada recibió el contacto cerrando los ojos y respirando profundamente un par de veces. Marian era... Lo más cercano a una hermana que tenía en palacio.

- No puedes obligar al corazón a enamorarse de alguien, igual que no puedes obligarlo a que no se enamore de alguien. El amor es caprichoso, Evelyn, y no siempre surge hacia quién nuestra mente considera que es el mejor candidato. Y, lo mejor, o lo peor, es que no podemos hacer nada, simplemente dejarnos llevar y vivir esas emociones con ilusión, esperanza y gratitud.

     Se habían ido separando a medida que Marian hablaba y habían finalizado una frente a otra, estableciendo contacto visual y manteniendo el físico a través de las manos.

     Evelyn asintió despacio, seguía... Sin hacerle demasiada gracia el acabar enamorándose del príncipe. Aunque aún no estaba asegurado que fuese eso lo que estaba pasando.

     Sin embargo, la cálida sonrisa de Marian, sus palabras, su contacto, todo en ella le transmitió la paz y la tranquilidad que necesitaba para que ese tema no volviese a molestarle, como mínimo en un futuro lejano, y prometió no volver a darle vueltas, al menos en lo que quedaba de día.

* * *

- Gracias, Marian, ya me encargo yo. - Kristian agradeció a la joven modista por todo el trabajo que estaba haciendo, y ella le correspondió con una sonrisa, una reverencia y unas pícaras palabras:

- La dejo en sus manos, alteza.

     Kristian intentó contenerse, pero no pudo evitar que las comisuras de sus labios se elevasen varios milímetros de su posición usual. Acto seguido, abrió la puerta del dormitorio para encontrarse con Evelyn, ya en camisón, sentada en el mismo lugar en que la había encontrado cuando había ido a verla por primera vez aquella mañana.

- ¿Llevas todo el día sentada ahí? - Preguntó, con la voz tranquila y una nota de diversión en la voz.

- No, alteza. - Respondió ella, esbozando una leve sonrisa. - Solo es cuando usted viene.

- ¿Algún motivo en especial por el que lo haces?

     Kristian se sentó en la misma silla en la que se había sentado horas atrás aunque, esa vez, la colocó en frente del diván en vez de a su lado.

     Evelyn se encogió de hombros mientras seguía con la mirada todos los movimientos del príncipe.

- Hoy la cena se ha alargado un poco, es por eso que he subido más tarde. - Explicó Kristian, relajándose al ver que Evelyn parecía estar de bastante mejor humor que por la mañana.

- No es necesario que me deis explicaciones, alteza.

- ¿Algún... Algún día podrías... Llamarme por mi nombre? - Preguntó, en voz baja y en tono íntimo, el príncipe. Sintió la punta de sus orejas calentarse al instante y la chaqueta del traje parecía estorbar.

- Sería muy descarado de mi parte, alteza. - Respondió la joven, hablando igual de bajo que él.

     No se había planteado llamar al príncipe por su nombre, eso implicaría fortalecer el vínculo que tenían, sentía que si empezaba a llamarle Kristian... No sería una relación obligada, eso implicaría más confianza por su parte y más cercanía a él, y aquello podría acabar alejándola de su familia.

     Inspiró profundamente y soltó el aire en forma de suspiro, cerrando los ojos durante un instante, despejando la mente de todo pensamiento, o al menos intentándolo, para dejarse llevar como Marian le había aconsejado.

- ¿Estás cansada? - Preguntó Kristian preocupado, inclinándose ligeramente en la silla y sin apartar su vista azul de Evelyn.

- Un poco. Además, pensar en que mañana volveré a mis... Labores como seleccionada no ayuda nada.

     El príncipe elevó las comisuras de sus labios ante el comentario, había sido un acto reflejo, no había podido controlarlo. Aunque no le molestaba si Evelyn llegaba alguna vez a ver si sonrisa.

La ÉliteWhere stories live. Discover now