XXXVII

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     El corazón no se calmaba, daba igual lo mucho que Evelyn se apretase la mano contra el pecho. La carta seguía entre sus dedos. Las palabras, escritas por Caspian seguramente, habían sido claras y directas.

     No volvería a verla... Y Elyan y ella deberían hacerse cargo de Kaira y Sven, Caspian y Anne no podían cuidar de cuatro más. Kaira y Sven... ¿Cómo estarían? Temió por el estado de su hermano pequeño, quién no era muy fuerte, ni física ni emocionalmente.

     Debía ir a verlos, tenía que volver con sus hermanos, necesitaban su ayuda. Corrió por los pasillos de palacio sin importarle la presencia de los guardias, que no se movían para detenerla. Bajó las escaleras tan rápido que tropezó y estuvo a punto de caer.

     Y cuando abrió la puerta principal de palacio y salió al exterior apenas sintió el frío de la noche. El corazón le iba a mil por hora. El calor que surgía de él se extendía por todo su cuerpo y le ayudaba a no detenerse. Las lágrimas y el escozor de ojos le recordaban las palabras que había leído hacía minutos: "Evelyn, madre ha muerto".

     Las piernas le dolían, la espalda también, a causa del esfuerzo. ¿Por qué tenía que ser el alrededor del palacio tan extenso? Cuando sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad estaba a tan solo unos pocos metros de la salida. La última puerta que debía atravesar para poder reunirse con su familia, le daba igual si le eliminaban de la Selección. Ya no quería seguir formando parte, igualmente.

     Pero sus planes fueron chafados en segundos. Sintió unos brazos fuertes rodearle la cintura y apretarla contra un cuerpo grande y musculoso. El contacto le atacó en las cicatrices de la espalda y le arrancó un grito de dolor.

     La desesperación al comprender que aquella persona que le había aprisionado no le dejaría escapar se apoderó de su cuerpo, y comenzó a pegar patadas y puñetazos al aire, con la esperanza de chocar con algo.

     Se revolvió y gritó hasta que los músculos de todo el cuerpo le quemaban y los pulmones no podían seguirle el ritmo. Tras minutos de intensa lucha, sin ningún resultado, fue deteniéndose gradualmente. Sentía como toda energía se escapaba de su cuerpo y acabó por rendirse. Aunque el llanto no se detuvo.

- ¿Ya te has calmado? - Preguntó una voz grave y ronca.

     Evelyn no tenía fuerzas para responder.

     El hombre fue soltando a la seleccionada lentamente, aunque volvió a sujetarla de la cintura al darse cuenta que la chica acabaría en el suelo si no lo hacía.

- ¿Se puede saber a dónde ibas con tanta prisa a estas horas, muchacha?

     Evelyn no respondió. Ni miró al hombre que la tenía sujeta. Un guardia que rondaría los cincuenta años, alto y musculoso. Con una frondosa barba y un poblado bigote que intentaban ocultar, sin éxito, una amplia sonrisa jocosa.

- Agradece que estaba yo hoy de guardia. Mis compañeros seguramente estarían dormidos a estas horas, pero yo no. - Comentó alegre el guardia, dejando escapar una carcajada.

- Ojalá hubiesen estado los otros. - Susurró la seleccionada. Quería dejar de llorar, y más estando delante de aquel hombre, pero las lágrimas no le obedecían y seguían cayendo.

- ¿Y que algún loco te hubiese atropellado, violado, o secuestrado? Seguro que sí. - El guardia respondió con otra carcajada.

- Tengo que ver a mis hermanos. - Replicó Evelyn con un hilo de voz.

- No creo que estés en condiciones de hacerlo, muchacha. Además, si sales por esa puerta te eliminarán.

- ¡Me da igual! ¡Que me eliminen! Es la peor decisión que tomé en la vida, querer participar en la Selección. Desde el principio no trajo más que problemas y ahora... - Las lágrimas salieron de sus ojos con más fuerza. ¿Cuánta agua le quedaba dentro? - Ojalá pudiese olvidarlo...

- ¿Quieres olvidar? - Preguntó el guardia dejando escapar otra carcajada, sonora y algo espeluznante.

     La piel de Evelyn se puso de gallina y supuso que él sabría cómo, por la forma en la que había preguntado. Su rostro se elevó con rapidez hacia el del hombre, que le sobrepasaba más de una cabeza.

- ¿Sabes cómo?

     El guardia vio un brillo esperanzador en los ojos de la seleccionada. Y su corazón se apiadó. Soltó un fuerte y pesado suspiro, no estaba muy de acuerdo con lo que iba a hacer.

- Sí. Sé una manera de olvidar los problemas durante unas horas. Pero no es algo que quisiera enseñarle a una joven como tú.

- Por favor. Al menos por unas horas.

- ¿Cuántos años tienes?

- Dieciocho.

- ¿Y fuerza de voluntad?

- La suficiente. - Respondió Evelyn algo confusa. ¿Qué tenía esa pregunta que ver?

     El guardia volvió a soltar un pesado suspiro, estaba seguro que se acabaría arrepintiendo de aquello, pero él también tenía ganas de echar un trago.

     Liberó a Evelyn de su agarre por completo, la joven estaba más serena y podía mantenerse en pie completamente sola. Y le miraba expectante.

- Sígueme.

     Sumidos en el silencio volvieron al palacio. Evelyn echó un último vistazo a la salida, que comunicaba con la carretera. Esa carretera por la que había llegado hacía casi dos meses. Soltó un suspiro silencioso, el guardia tenía razón, ella sola no llegaría a Iretia en mitad de la noche.

     Se adentraron en el palacio y el hombre dirigió a Evelyn hasta las cocinas.

- ¿Por qué estamos aquí? - Preguntó la seleccionada en un susurro. El lugar, completamente oscuro, conseguía provocarle escalofríos. E intuía que algo iría mal si les pillaban.

- Tú siéntate en esa mesa del fondo sin hacer mucho ruido. Vengo enseguida.

     Evelyn obedeció sin rechistar. Siguió con la vista la silueta de aquel guardia en la oscuridad. A pesar de su tamaño se movía con cautela y sin apenas hacer ruido.

     El hombre encendió una vela en el otro extremo de las cocinas y descendió por unas escaleras semiocultas que Evelyn nunca había visto antes en aquella estancia.

     Regresó varios minutos después, con dos vasos de cristal y una botella de vidrio oscuro. Dejó la vela que llevaba sobre la mesa en la que Evelyn se encontraba y se hizo con un pequeño taburete que, sorprendentemente, resistió ante su peso.

- ¿Qué es eso? - Preguntó Evelyn.

     Tras su pregunta el hombre dejó con tres golpes secos un vaso frente a la chica, otro frente a él y la botella en el medio.

- Es lo que te hará olvidar tus problemas hasta mañana.

- Una bebida.

     El hombre sonrió ampliamente, hinchando el pecho. En el acto, todos sus dientes salieron al descubierto. Tenía algunos picados, y varios huecos entre las paletas y las muelas. Sin duda, aquel hombre no desprendía un aura muy fiable.

- ¿Has tomado alcohol alguna vez?

- No creo. - Respondió Evelyn en un susurro.

     El guardia le respondió con una carcajada y comenzó a llenar el vaso de la seleccionada. Después, claro estaba, de haber llenado el suyo propio hasta arriba.

La ÉliteWhere stories live. Discover now